Colombia: La conjura
El Tiempo, Bogotá
¿Qué imagen proyecta hoy el ex presidente Uribe? Depende. Si uno llega a encontrárselo en algún lugar del país o incluso en un aeropuerto internacional concurrido por colombianos, como me ocurrió recientemente, su popularidad parece intacta. Todos se agolpan con entusiasmo alrededor suyo, todos quieren tomarse una fotografía con él. "Gracias, Presidente", oye uno decir, como si ninguno hubiese olvidado lo conseguido por Uribe en el campo de la seguridad, su gran trofeo.
Esa imagen, en cambio, no es la que uno percibe en Bogotá leyendo a la mayoría de los columnistas de prensa, oyendo la W o las noticias de un telediario. Fatalmente, toda clase de sindicaciones siguen cayendo sobre funcionarios de su gobierno, muchos de los cuales han terminado en el pabellón Ere de La Picota.
Poco falta para que se haga responsable a Uribe de los escándalos de corrupción que han estallado recientemente, de las "chuzadas", o de "los falsos positivos" y hasta de crímenes de lesa humanidad.
Detrás de todo esto se adivina una conjura que reúne en la misma línea de batalla a voceros de la izquierda, sea la vegetariana del Partido Liberal o la carnívora de los mamertos. A la primera, además de conocidos columnistas, pertenecen magistrados, fiscales o jueces que en su adolescencia absorbieron toda suerte de beatíficos virus marxistas en el aire de las aulas o prados de la Universidad Nacional, de la Libre y aun de la Javeriana.
A la segunda izquierda pertenecen en Colombia cercanos compañeros de ruta de las Farc, como el colectivo de abogados Alvear Restrepo, y en Europa, el Fidh (Frente Internacional de Derechos Humanos) que nos envió este mes a la eurodiputada Isabelle Durant. Su objetivo: conseguir que se le aplique al ex presidente Uribe la teoría de Claus Roxin, según la cual cuando agentes del Estado cometen delitos "el hombre de atrás", es decir, su máximo jefe, es el autor mediato de los mismos.
Ahí está, por cierto, la clave de las estruendosas injusticias cometidas, con ayuda de falsos testigos, contra personajes muy cercanos al gobierno de Uribe como Álvaro Araújo, Mario Uribe, Gómez Gallo, Ciro Ramírez, Mauricio Pimiento, Nancy Patricia Gutiérrez, Jorge Noguera y otros cuantos más.
En el caso de Andrés Felipe Arias, también la conjura asoma sus orejas cuando por la vía penal se le acusa de peculado como cómplice de los tramposos beneficiarios de AIS. Es algo tan arbitrario como considerar que los ministros de Salud, Educación, Minas o Hacienda son responsables de lo ocurrido en la Dian, las EPS, la minería o los subsidios escolares. Cosa distinta son las sanciones que acaba de imponerle a Arias el Procurador Ordóñez por fallas de control y haber pasado por alto la ley 1150, que suspendió al IICA el manejo de recursos, práctica hasta entonces aceptada por los ministros del ramo sin que diera lugar a escándalo alguno. Es la razón que aduce Arias.
Como sea, la conjura bien articulada contra Uribe busca ahora hacerlo responsable de la corrupción. Es algo tan injusto como culpar al presidente Santos de la inseguridad que ahora reaparece en el país. Son fenómenos subterráneos que ningún gobierno auspicia. La corrupción -ahora lo sabemos- ha tenido de tiempo atrás secretos cómplices en los sectores público, político y privado. La inseguridad, de su lado, tiene su origen en nuevos factores que un empeño investigativo podría descubrir.
Pero en fin: de espaldas a conjuras y furores políticos, la imagen real de Álvaro Uribe la tienen los colombianos rasos que le agradecen lo conseguido por él en la seguridad, las inversiones, el auge económico y las políticas sociales. De ahí que sigan recordándolo como un gran presidente.
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