Metiendo la mano

Infolatam

Rafael Correa acaba de ganar en primera instancia un juicio que podría aportarle cuarenta millones de dólares a su cuenta personal. Según la sentencia, treinta de esos millones deberían salir –en proporciones no especificadas por el juez- de los bolsillos del columnista Emilio Palacio y de tres directivos del diario El Universo. Los diez millones adicionales deberían ser cancelados por ese medio de comunicación. Adicionalmente, cada uno de los acusados debería cumplir tres de años de prisión. Todo ello, obviamente, si no se producen las apelaciones que ya han sido anunciadas por ambas partes. Por el demandante, debido a que la sentencia no alcanzó a los ochenta millones en que estimó el costo de los daños a su honor. Por los demandados, a causa de la improcedencia del juicio, falta de proporción entre el hecho y la sanción e irrespeto al debido proceso.

La decisión del juez de la ciudad de Guayaquil ha llamado la atención, en primer lugar, por el alto monto asignado a la reparación de un daño al honor de una persona. Esta cifra multiplica por cuarenta los valores que ha pagado en dos ocasiones el Estado ecuatoriano por la desaparición de personas y por seiscientas veces al que reciben los deudos de un muerto en un accidente de tránsito.

En segundo lugar, sorprendió la agilidad con que el juez expidió su resolución, ya que en menos de doce horas leyó más de cinco mil páginas de un expediente que no conocía y redactó más de 150 páginas. Todas las críticas a la lentitud de la justicia ecuatoriana quedaron sin sustento, aunque hasta el momento es un enigma desentrañar cómo lo hizo si incluso entre medio tuvo un problema insalvable con su equipo de computación.

Antes de que la sentencia fuera conocida ya hubo razones para la sorpresa. Desde el inicio aparecía como algo inexplicable que se incluyera entre los acusados a una empresa, esto es, a una persona jurídica, lo que viola no solamente expresas normas ecuatorianas, sino principios básicos del derecho contemporáneo. Así mismo, llamó la atención que el juez acogiera la demanda que hacía corresponsables a los directivos del medio de comunicación por una opinión firmada por un columnista.

Rafael Correa sostiene que ellos debieron impedir la publicación de ese artículo, lo que de hecho constituye una inducción a ejercer la censura previa que está claramente prohibida por la Constitución. Aunque su demanda la presenta como ciudadano común y corriente, es sorprendente y preocupante que una opinión de esa naturaleza provenga de quien ejerce la presidencia de la República. Finalmente, negando esa misma condición de ciudadano de a pie, en la mañana de la audiencia judicial el gobierno ordeno un enlace de emisoras de radio y televisión para difundir los argumentos del acusador.

Hay que destacar que este proceso legal se está desarrollando al mismo tiempo que se dan los primeros pasos en la reestructuración del sistema judicial del país. Esta se inició cuando el presidente Correa afirmó que estaba dispuesto a “meter la mano en la justicia”, lo que se traduciría en la convocatoria a una consulta popular. En ésta obtuvo un triunfo ajustado que, sin embargo, le permitió interrumpir el proceso de nombramiento de los integrantes definitivos del Consejo de la Judicatura y en su lugar designar a tres personas que en dieciocho meses deberán cumplir su tarea.

Considerando las condiciones actuales, nadie duda de que el presidente actuará por medio de esas tres personas (dos de ellas ya nombradas). Su propia expresión de la “metida de mano” y el llamado constante a que confíen en él para eliminar los vicios de la justicia, constituyen pruebas de esa realidad que se está materializando en estos días.

La incertidumbre es uno de los resultados inevitables de un proceso de reestructuración como el que se desarrolla actualmente en el sistema judicial ecuatoriano. Jueces, secretarios y asistentes saben que está en vilo la estabilidad en sus respectivos cargos, e incluso que es el momento de jugarse por el ascenso. Entonces, a hacer buena letra y muy visible, aunque ello exija titánicos sacrificios, como el de escribir un centenar y medio de páginas en un par de horas.