Cristina Kirchner y las elecciones de Santa Fe: la peor derrota en el peor momento
En las elecciones de la provincia de Santa Fe (gobernador y parlamento provincial), el partido de Cristina Fernández de Kirchner ocupó un ominoso tercer lugar, por detrás del candidato socialista, Antonio Bonfatti, y del macrista (PRO), Miguel del Sel. Mientras la distancia entre el primero y el segundo fue de sólo un 3,5%, un 13% de los votos separó al kirchnerista Agustín Rossi de su más inmediato predecesor.
La magnitud de la derrota del kirchnerismo es tal que ni siquiera los buenos resultados de la elección a la legislatura (parlamento) provincial la pueden enmascarar. Tampoco vale el argumento, ya repetido en la ciudad de Buenos Aires, de que el responsable de la derrota es el candidato perdedor y no Cristina Fernández. Entre otras cosas porque la designación de las candidaturas mucho tuvo que ver con el dedo presidencial o con su condición de “gran electora”. Para colmo de males, los comicios santafesinos se inscriben en un mes sumamente complicado para las aspiraciones presidenciales.
En efecto, la derrota del kirchnerismo en Santa Fe sigue al pésimo resultado obtenido en la ciudad de Buenos Aires y es previo a tres fines de semana de infarto para los intereses de la presidente. El 31 de julio es la segunda vuelta en Buenos Aires (con unas estimaciones de voto superiores al 60% para Mauricio Macri); el 7 de agosto las elecciones provinciales en Córdoba (donde no acude ningún candidato kirchnerista debido a la mala gestión de Cristina Fernández) y el 14 de agosto las elecciones primarias y obligatorias que pondrán a los ocho candidatos presidenciales argentinos frente a la mayor encuesta preelectoral que pueda tener lugar.
Las elecciones de Santa Fe han servido para despejar numerosas incertidumbres, tanto a escala provincial como nacional. Sin embargo, todavía las encuestas siguen dando a Cristina Fernández de Kirchner como ganadora de las elecciones presidenciales, bien en la primera vuelta a celebrar el 23 de octubre, o bien en la segunda que debe tener lugar un mes después. Tradicionalmente las encuestas electorales argentinas no se han caracterizado por su excesiva fiabilidad, especialmente en elecciones competidas. Por eso, en este punto, la cuestión determinante es saber si los resultados desfavorables de las últimas elecciones provinciales influirán sobre las expectativas de voto de la presidente o no. Si bien hasta ahora Cristina Fernández ha sabido quedar indemne frente a cualquier avatar político desfavorable, la duda que persiste es si estará en condiciones de seguir haciéndolo.
Lo que parece evidente es algo que he venido señalando en repetidas oportunidades y es la imposibilidad del kirchnerismo de conquistar la totalidad de los votos peronistas. En la medida que el discurso presidencial se hace más radical, que opta por elegir candidatos poco dados a contemporizar con las estructuras tradicionales del peronismo, y a imponer figuras ajenas a los caudillos y a los aparatos locales o regionales, la posibilidad de una fragmentación del voto peronista es cada vez más evidente. Lo que queda por ver es si la figura presidencial podrá llegar a octubre con un caudal suficiente de respaldo popular para imponerse en los comicios o, por el contrario, sus agravios habrán espantado a una cantidad necesaria de gente como para sufrir una estrepitosa derrota.
En el caso de Santa Fe ha quedado claro, como recordaba en La Nación Joaquín Morales Solá, que los agricultores sojeros, seriamente perjudicados en su día por la voracidad fiscal vía retenciones, han seguido dando la espalda al kirchnerismo, como lo hicieron en las parlamentarias de 2011. Queda por ver si en las provincias de Córdoba, Buenos Aires y Entre Ríos se producirá un fenómeno semejante, lo que en caso de suceder supondría una importante limitación para las aspiraciones reeleccionistas de Cristina Fernández.
Toda lo que ocurra en la política argentina de aquí al 14 de agosto tendrá un efecto inmediato en la clarificación de las candidaturas definitivas a las elecciones de octubre. Si bien los principales candidatos saben que más de uno tendrá que apearse de la contienda, el problema de fondo es saber quiénes lo harán y en qué condiciones. Al margen de esta cuestión es evidente que el gran triunfador de las elecciones de la ciudad de Buenos Aires y de la provincia de Santa Fe es Mauricio Macri, aunque como no se ha inscrito para las elecciones primarias no podrá ser candidato en octubre y, en el mejor de los casos, deberá reservarse para 2015.
Los comicios de Santa Fe han dejado en buen lugar a Eduardo Duhalde, beneficiado por su cercanía a Macri, y en un no tan buen lugar al socialista Hermes Binner, actual gobernador de Santa Fe, que esperaba un triunfo arrollador en su provincia como forma de recado contundente a los radicales de Ricardo Alfonsín o inclusive a Lilita Carrió. Al mismo tiempo han puesto severamente en entredicho la campaña de “Cristina ya ganó” puesta en marcha desde las usinas gubernamentales. Para llevarse el premio mayor, los publicistas oficialistas, que hasta ahora se habían caracterizado por su buen trabajo, deberán exprimir su imagen para realzar una figura algo más creíble que la de una presidente atribulada por su viudedad.
Las próximas elecciones presidenciales serán decididas por un electorado sumamente peculiar, con una fuerte impronta del votante peronista, que tanto puede votar por un candidato de derecha en unas elecciones provinciales como por otro de izquierda en las nacionales. Por eso, en la Argentina de hoy decir que las elecciones la decidirá el voto peronista es prácticamente no aclarar nada. Hay peronistas que apoyan a Cristina Fernández y peronistas que no. Hay peronistas que apoyan a Ricardo Alfonsín y peronistas que no. Hay peronistas que apoyan a Eduardo Duhalde y peronistas que no. Por tanto, más allá del gran interrogante de definir qué significa actualmente ser peronista, el desafío de los candidatos es conquistar a un electorado desconcertado ante mensajes tan contradictorios emanados de unos y otros. Y para ello los políticos deberían volver a ser políticos y dignificar la política en lugar de dedicarse a la autocomplacencia y a la mutua descalificación.
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