Periodistas: Sólo queremos que nos crean
Pero si lo que contamos, eventualmente, no coincide con la realidad, entonces la gente nos deja de creer. Lo único que tenemos como periodistas es nuestra credibilidad.
Conozco a muchos periodistas a los que nadie les cree nada. Algunos estuvieron o están muy ligados con el gobierno. Son simples voceros. Otros reciben dinero por decir cosas. Varios más tienen una agenda ideológica. Son, quizás, publicistas pero no reporteros. No se les puede creer.
Pero hay otros que…mis respetos. Dicen lo que ven, aunque duela. Son fieramente independientes. No les da miedo preguntar. Hacen temblar a los poderosos. Investigan lo que otros esconden. Leerlos y verlos es una obligación. Son, en una palabra, periodistas. Esos son los que cuentan.
Bueno, todo esto surge por el escándalo en que está metido Rupert Murdoch, el magnate de los medios de comunicación a nivel mundial. Tuvo que cerrar el periódico más popular del planeta – News of the World, que vendía casi 3 millones de ejemplares a la semana– porque muchos de sus reporteros, en lugar de informar, se dedicaron a inventar.
Inventar noticias es un buen negocio. Hay muchos medios que se dedican a eso. Pero eso no es periodismo.
Los problemas de la News Corporation –dueña de News of the World, Fox News, The Wall Street Journal y muchos otros medios de comunicación en el mundo– vienen desde muy atrás. En el 2007, uno de sus reporteros, Clive Goodman, y un investigador privado, Glen Mulcaire, se declararon culpables de hackear o intervenir teléfonos. De hecho, al investigador Mulcaire le encontraron datos de 3,870 personas a las que, posiblemente, espió ilegalmente.
Entre los hackeados por la News Corporation había políticos, actores y una niña, Milly Dowler, que desapareció y murió en el 2002. El hackeo al teléfono de Milly le hizo creer falsamente a sus padres que aún estaba viva cuando, en realidad, ya había muerto. Eso, además de ser ilegal, es increíblemente cruel.
En otras palabras, algunos reporteros de la News Corporation abusaron de su poder, rompieron la ley y, en el camino, destruyeron la reputación de mucha gente. ¿Y sus jefes? No estaban enterados de nada, según dijeron ante un comité del parlamento británico. Cierto o no, ellos son culpables de negligencia y, en el peor de los casos, de promover el sensacionalismo para vender periódicos. Y así perdieron la confianza de millones. ¿Cómo confiar en un medio que durante años ocultó sistemáticamente la verdad y espiaba los teléfonos?
Esto del periodismo es algo muy frágil; es una simple cuestión de confianza. Es algo casi religioso. Crees en un medio o no crees. Y si la pierdes la confianza –como un jarrón que se rompe en mil piezas– nunca más la vuelves a recuperar.
Ante millones de datos flotando en la internet, Twitter y Facebook, es muy difícil saber a quién creerle y a quién no. Para eso están los periodistas. La diferencia principal entre alguien que twitea o facebookea y alguien que reporta es que este último confirmó la información e hizo un esfuerzo sincero y profesional por decir la verdad. News of the World y muchos otros medios en el planeta vivían y viven de inventar. Eso no es periodismo.
Los periodistas somos los contadores de la vida. Relatamos lo que pasa, no lo que la gente quisiera que pasara ni lo que se imagina. Cuestionamos a los poderosos, no repetimos sus cuentos. Pero, sobre todo, nos apegamos a la realidad. Somos realistas, no ilusionistas ni inventores.
“El periodismo es una pasión insaciable que solo puede digerirse y humanizarse por su confrontación descarnada con la realidad”, dijo alguna vez el escritor Gabriel García Márquez. Muy cierto. Los novelistas pueden inventarse mundos y personajes. Nosotros no. Basta y sobra con la realidad.
Termino con una anécdota. Como ustedes ya saben, en la ciudad de Miami suelen matar a Fidel Castro dos o tres veces por año. Y siempre ha resucitado. Bueno, un día en un supermercado una pareja de cubanos discutía los más recientes rumores sobre la aparente muerte de Fidel sin percatarse de que yo iba detrás de ellos.
“Dicen que Fidel está muerto”, dijo ella. “Bueno, pues hasta que yo no lo oiga en el noticiero de televisión, no lo creo”, contestó él.
Esa muestra de confianza es enorme. Gigante. Y nunca lo olvido. El periodismo es, en el fondo, una cuestión de credibilidad. Para nosotros los periodistas, lo más importante es que nos crean. Nada más.
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