Entre Escila y Caribdis
El mundo financiero está pendiente de las negociaciones que se están llevando a cabo en Estados Unidos entre los demócratas y los republicanos, sobre el ajuste presupuestario que hay que hacer para evitar que la deuda del país se vuelva inmanejable. El problema se presenta porque el gobierno está gastando más de lo que le ingresa en impuestos. La diferencia se financia con aumentos en la deuda. Ambas partes han acordado que es necesario abordar el problema por dos lados:bajar los gastos y subir los ingresos.
La controversia está en las proporciones en las que hay que implementar esta solución. Los demócratas quieren enfatizar el aumento de los impuestos. Los republicanos no están dispuestos a aumentar el límite superior que el Poder Legislativo ha impuesto sobre el Ejecutivo si el Gobierno no reduce significativamente sus gastos.
El límite del nivel de endeudamiento se alcanza el 2 de agosto. Si este límite no se aumenta, el gobierno tendría que reducir a cero su déficit de una manera instantánea, es decir, podría gastar sólo lo que le entra. La Secretaría del Tesoro todavía no ha anunciado qué gastos reduciría si llegara a esta situación, pero es obvio que cualesquiera que éstos sean su reducción tendría un impacto dramático, ya que tendría que despedir gente, o dejar de hacer los pagos de la deuda pública que se va venciendo, o dejar de comprar cosas necesarias, o hacer un poco de todo esto.
Es muy difícil que el Tesoro decida no pagar intereses o capital de las deudas que se venzan, de modo que el mayor impacto sería probablemente en despidos y en menores compras de materiales y enseres. Nadie duda de que en este proceso el Gobierno de Estados Unidos va a pagar sus deudas. Lo que está en duda es que las pague a tiempo. Pero aún este riesgo más limitado podría tener un impacto muy serio sobre la economía mundial.
Aun si el Tesoro no deja de pagar sus deudas existentes, se generaría un sombra de duda sobre la certeza que siempre ha existido de que el Gobierno de ese país no sólo pagaría todas sus deudas sino que también lo haría puntualmente. El aumento del riesgo resultaría en un aumento de las tasas de interés que tendría que pagar el Gobierno, y a través de ellas, las que pagan todos los demás, ya que la mayor parte de las tasas de interés se relacionan, directa o indirectamente, con las tasas que paga el Gobierno de Estados Unidos, de tal forma que si éstas suben, también tenderán a subir las de otras deudas. Este aumento de intereses tendría una serie de efectos.
Por un lado, el aumento de tasas de interés subiría los costos de inversión, con lo que ésta se reduciría, reduciéndose también la tasa de crecimiento de la producción. Por otro lado, al subir el riesgo de las deudas del Gobierno de Estados Unidos también caería su valuación como garantía en operaciones financieras. Cuando los tenedores de estas deudas necesitan dinero no necesitan venderlas, ya que las pueden dar en garantía para préstamos, una garantía que hasta ahora todo el mundo acepta. Con el mayor riesgo los bancos estarían dispuestos a dar menos crédito con la misma garantía. De esta forma la crisis resultaría en menores niveles de crédito.
Con menos crédito, menos inversión, y menos producción, también habría menos consumo, lo cual reduciría las importaciones de Estados Unidos. Esto, a su vez, reduciría las exportaciones de China, que necesitaría menos materias primas y productos primarios porque produciría menos al perder ventas en Estados Unidos. Esto terminaría el boom de productos primarios que ha generado las altas tasas de crecimiento de varios países latinoamericanos. Las tasas más altas de interés también reducirían la demanda por acciones en la bolsa, con lo que los precios de éstas también caerían. La recesión amenazaría otra vez al mundo.
Todo esto pareciera sugerir que mantener el límite actual de la deuda es irracional. El problema es que los mismos efectos se darían aún si el límite se aumenta. En este caso el riesgo de la deuda del Gobierno no aumentaría por haber chocado con el límite sino por no haber chocado con él, es decir, porque la deuda, ya excesiva, se volvería aún más descomunal si el país sigue tomando dinero prestado. Ya esta deuda ha subido de 41 por ciento del PIB a casi 100 por ciento del PIB en los tres últimos años. Si el Gobierno sigue endeudándose así, la deuda subiría de 14.5 millones de millones de dólares a 24 millones de millones en los próximos ocho o nueve años, lo cual es insostenible.
Además la inflación está subiendo y ya está más alta que las tasas de interés en los depósitos. Sea que lo quiera la Reserva Federal o no, las tasas de interés subirán, con los mismos efectos descritos en los párrafos anteriores. Los resultados serían peores porque además de estos efectos el país tendría menos recursos para invertir, porque tendría que pagar más impuestos para servir una deuda aún mayor que la que tiene ahora.
Es decir, Estados Unidos, como tantos otros países en estos momentos, se encuentra como el mítico Ulises cuando, a su regreso de Troya, tuvo que navegar entre dos lugares rocosos, que amenazaban con destruir su barco por ambos lados. Si se hacía hacia la izquierda chocaba con Escila y si se hacía a la derecha con Caribdis. La lección es que no se pueden posponer para siempre los efectos negativos de tomar demasiado dinero prestado. Mientras más grande es la deuda, más grave es la crisis que inevitablemente hay que confrontar. Esa es la lección que nuestro Gobierno debe aprender también.
El autor es columnista de El Diario de Hoy.
- 28 de diciembre, 2009
- 28 de marzo, 2016
- 29 de mayo, 2015
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