México: Entre el miedo y el placer
Ixtapa, México – Viajar en México es una apuesta. Puede que no pase nada o puede que te mueras de un balazo de un narco. Por eso da miedo pasear en uno de los lugares más bonitos y placenteros del mundo.
Playa Linda hace honor a su nombre. Frente a un mar espectacular, la playa cerca del complejo turístico Ixtapa-Zihuatanejo está enmarcada por enormes palmeras y por unas montañas tan verdes que te cambian el color de los ojos.
Don Santiago me invitó a instalarme debajo de la palapa que renta a turistas, para protegerme del brutal sol, y me ofreció un brillante pescado que acababa de sacar del Pacífico. No me pude resistir y su mujer me cocinó un exquisito pescado a la talla, con arroz rojo y tortillitas recién hechas a mano.
Luego don Santiago, con la ayuda de un lanchero de trenzas güeras llamado Ricardo, puso a volar a mis hijos. Por 20 dólares una lancha los jaló con un paracaídas, sobre el mar, en un recorrido de 10 minutos pero que ellos recordarán toda la vida. No, no creo que ese tipo de aventura sea autorizado en otros países y he visto paracaídas en mejor estado. Pero el riesgo valió la pena y reporto felizmente que nadie terminó con huesos rotos.
Todo iba maravillosamente bien hasta que pasó un vendedor de periódicos y compré uno, Despertar De La Costa, cuyo lema es “La Verdad Como Fundamento”. Los titulares de la sección policiaca me dieron dolor de estómago.
“Encuentran cuerpo de hombre en un barranco”, decía uno, junto a la foto de un cadáver en avanzado estado de descomposición, con muchas moscas y con dos balazos: uno en un ojo y otro en la cabeza. Otro titular: “Dejan ejecutado en sitio de taxis de Ciudad Altamirano”. Claro, ahí estaba la foto de “el joven ejecutado a balazos, con las orejas desprendidas” y colgando del cuello en una soga. Había dos notas más; una sobre dos policías que acribillaron en el vecino puerto de Acapulco y otra sobre un hombre que hallaron dentro de un auto, en la carretera a la ciudad de México, con un balazo en el cráneo.
No quise leer más. Noté la presencia de dos sudados policías con rifles de alto calibre, patrullando la playa con botas en un calor infernal, y una lancha de la Marina en medio de los jet skis. Le pedí la cuenta a Santiago, le di efusivamente las gracias y nos fuimos. Luego empecé a preguntar.
Unas semanas antes había sido asesinado en Ixtapa un arquitecto de 29 años de edad. Perdió la vida tras salir en su camioneta de un centro nocturno y recibir un impacto de bala en el abdomen en el estacionamiento de un hotel.
“Hecho aislado”, dijo una funcionaria de turismo. “Mala suerte del chavo”, dijo un representante de los hoteleros en una entrevista de radio. ¿Mala suerte? El asunto de fondo es que no se vale ir de vacaciones a Ixtapa y que te maten de un tiro. Eso no debe depender de la “suerte” ni del pie con que te levantaste para ir a la playa.
Ese es el problema de hacer turismo en México: no tienes ninguna seguridad de que te irás sin una bala de recuerdo. Sé que publicar este tipo de reportes a nivel internacional perjudica injustamente a quienes viven del turismo de Ixtapa, Acapulco y otros lugares en México. No podemos ni debemos ocultarla.
Mi hija y mis sobrinas no se atrevieron a ir a ningún antro en Ixtapa, ni el resto del grupo se quiso aventurar a salir a cenar. Mejor nos quedamos en casa. Tampoco, durante el día, quisimos tomar la carretera para ir a una playa de surfistas. “No se los recomiendo”, nos dijo un lugareño. “Hay gente rara en el camino”, refiriéndose a narcotraficantes.
Ojalá que las autoridades en México rescaten de la violencia sus hermosísimos sitios turísticos con la misma determinación con que evitan que las raquetas de tenis entren en sus aeropuertos. No entiendo la prohibición contra las raquetas –¿son un arma?– y no la he visto en los principales aeropuertos de otras partes del mundo. Quizás en México saben algo que nadie más sabe. ¿Raqueterroristas?
Pero el tema aquí son los narcos y la violencia contra los turistas, no las raquetas. Durante más de dos décadas he regresado a México para vacacionar con mi familia y quisiera seguir haciéndolo. México me alimenta por dentro y por fuera. Pero no sé si volveremos el próximo verano.
Me debato entre el miedo y el placer. Hacer turismo en el país que naciste no debe ser una apuesta en que, si pierdes, te cuesta la vida y la de los tuyos.
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