Berlín: 50 años después
El País, Montevideo
Estamos casi exactamente a medio siglo de la jornada en que el gobierno de Alemania Oriental procedió a construir el "muro de Berlín". Una monstruosidad descripta por sus autores como muralla de protección "antifascista". Aunque Walter Ulbricht había negado la posibilidad de erigirlo, de la noche a la mañana fue levantada aquella pared de bloques de varias decenas de kilómetros, separando familias, Estados, ideas. Fue la manera drástica mediante la cual un sistema puesto al servicio del imperialismo soviético, cortó el tránsito hacia la Alemania libre y democrática. Dentro de la tragedia del asunto, subyacía algo casi humorístico: quienes construían el muro, los antidemocráticos, se decían pertenecer a la "República Democrática Alemana", encarando atrevidamente a los demócratas verdaderos, que integraban la Alemania Federal.
Veinticinco años después pude visitar el sector occidental de la dividida ciudad de Berlín. Entre otras cosas vi el museo del "Muro", donde se exhibían artefactos utilizados para ocultar fugas desde el sector comunista hacia la libertad. También se podían contabilizar los muertos en los intentos de fuga frustrados y otras curiosidades derivadas de aquella rechinante realidad. Un día tomé un tren y en él crucé el campo minado de la "tierra de nadie", diseñada para evitar el flujo humano. Una vez del lado oriental fui obligado a cambiar marcos a la cotización oficial y advertido de que si no me retiraba antes del anochecer, me convertiría en fugitivo a quien los guardias podrían dispararle sin problemas. Demás está decir que estuve poco rato: nadie se atrevía a cambiar palabras con un extranjero, y poco había de interesante salvo algunos museos. Además, se acercaba el temido atardecer.
Cuando oscureció, ya estaba otra vez en el alegre y bullicioso lado Occidental, comiendo salchichas con papas. Respirando otra vez el aire libre, pero con cierta tristeza por toda la gente que vivía prisionera del muro, observada permanentemente por la policía secreta. Exactamente como en "La vida de los otros". Un país solidificado en torno de una amargura sin fin.
No podía imaginar que apenas tres años más tarde caería el dictador Honecker y que durante otra noche muy diferente, el muro sería derribado con euforia de libertad. La amargura sin fin había llegado a su final. El muro no había logrado cumplir treinta años y los alemanes de ambos lados pudieron reencontrarse, abrazarse, reír.
La mala experiencia del muro debería haber servido de lección. Sin embargo, después del de Berlín ha habido otros intentos por solucionar problemas de esta manera rudimentaria. Los resultados no han sido enaltecedores, por lo que luce oportuno y aleccionador este recuerdo de aquella pared levantada a contramano, en la quietud de la noche, cinco décadas atrás. También oportuno y aleccionador es recordar que fueron los comunistas quienes idearon lo del muro. Los comunistas que, curiosamente, aún hoy pretenden imponer sus ideas tan totalitarias como escalofriantes.
- 23 de julio, 2015
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