Argentina: Éxito electoral sí, mas no calidad institucional
San Jose (Costa Rica). – La victoria electoral del pasado domingo 14 de agosto le da derecho al oficialismo a festejar pero no a tergiversar la relevancia institucional de las elecciones celebradas. Una cosa es haber ganado unas elecciones primarias desnaturalizadas de su propósito principal. Otra muy diferente es afirmar que con ellas se ha dado un salto en materia de calidad institucional.
Es cierto, la presidenta Cristina Fernández de Kirchner ganó de manera contundente una elección mal llamada de “primarias abiertas, simultáneas y obligatorias”, superando el 50% de los votos emitidos y aventajando ampliamente al segundo lugar (superior a los 35 puntos). Es verdad, asimismo, que la participación fue muy alta, cercana a 78%. Hasta aquí, el gobierno nacional tiene razones valederas para festejar su rotundo triunfo.
Pero lo anterior no habilita a la presidenta a tergiversar los hechos. Decir que con estas elecciones primarias la Argentina ha dado un salto en la calidad institucional es faltar a la verdad. Estas elecciones no cumplieron con el objetivo central de toda elección primaria que es el elegir (mediante la participación ciudadana), dentro de una misma fuerza política, entre dos o más opciones para un mismo cargo.
La totalidad de las fórmulas que se presentaron para la elección de presidente habían elegido previamente a sus candidatos a presidente y vicepresidente a través del dedo de unas cúpulas partidarias supuestamente iluminadas. En el caso del oficialismo, similar al de otras fuerzas políticas, la presidenta también eligió “a dedo” a su candidato a vicepresidente. Digitó asimismo, en una mesa chica (lo cual choca de frente con la pretendida democratización de la participación política que propugna la ley de internas), un número importante de candidatos a legisladores nacionales, así como en relación con otros cargos de importancia en la gran mayoría de las provincias.
Esta operación política orquestada desde la cúspide del gobierno nacional fue exitosa electoralmente. De eso no cabe duda alguna. Pero no confundamos una estrategia electoral acertada con un salto en la calidad institucional. Más que destinadas a elegir, estas elecciones fueron concebidas para que la ciudadanía ratificara, con su voto, lo que la presidenta y dirigentes de otras fuerzas políticas ya habían decidido. Para decirlo de manera directa, en la gran mayoría de los casos la ciudadanía fue convocada a votar, no a elegir.
Hablemos claro, la ley 26571 que el oficialismo tuvo la reprochable habilidad de aprobar pocos días antes de que cambiara la correlación de fuerzas en el Congreso (resultado de las elecciones legislativas de 2009), no ha democratizado la participación (como quedó de manifiesto con la manipulación de las elecciones primarias) ni ha generado más transparencia ni mayor equidad.
La asimetría de recursos pro gobierno, sobre todo el claro abuso de la pauta oficial, favoreció al oficialismo y perjudicó a una oposición torpe, incapaz y fragmentada. Además, después de las primarias, puesto que la ley no permite la modificación de las listas ni el armado de alianzas, ha dejado a la oposición con escaso margen de maniobra para redefinir su estrategia.
Tampoco es cierto, como expresó la presidenta, que el mecanismo de votación que el gobierno nacional sigue utilizando empecinadamente –el de las boletas partidarias– sea superior al de la boleta única de sufragio (adoptada de manera exitosa tanto en Santa Fe como en Córdoba en las recientes elecciones para gobernador, con sus respectivos modelos) o al voto electrónico (incorporado de manera gradual y progresiva) en Salta. Todo lo contrario. Si existe un mecanismo de votación trasnochado y propenso a las mil y una “picardías”, es, precisamente, el de la boleta partidaria, aunque sean de colores y lleven fotos como tanto le gusta a la presidenta.
El sistema que defiende el oficialismo, y que la presidenta admite haber copiado del Uruguay, funciona bien en ese país porque cuenta con un sistema de partidos reducido en su número y bien institucionalizado (cosa que no ocurre en la Argentina) y con una cultura política diametralmente diferente de la nuestra. Un rápido repaso del derecho y la práctica electoral comparada latinoamericana permitirá al gobierno nacional constatar el amplio predominio de la boleta única de sufragio como mecanismo de votación, seguida del voto electrónico. Las únicas dos excepciones son Uruguay y Argentina.
Resumiendo: la victoria electoral del pasado 14 de agosto da derecho a que el gobierno nacional festeje pero no a que tergiverse la verdad. La Presidenta ganó, ampliamente, una elección primaria totalmente desprovista de su objetivo principal. Más que una auténtica elección primaria se trató de un ensayo previo, a escala nacional, de las elecciones nacionales del próximo 23 de octubre. Sin embargo, el éxito electoral alcanzado no constituye, de ningún modo, como la presidenta pretende presentarlo, un salto en la calidad institucional.
Para el logro de este último objetivo hace falta mucho más que ganar unas elecciones primarias desnaturalizadas. Sería importante, para empezar, que la presidenta aceptara debatir, antes de las elecciones de octubre, con los principales referentes de la oposición, siguiendo la sana costumbre que existe actualmente en numerosas democracias, rompiendo de este modo la cultura del “no debate electoral” que prevalece en nuestro país.
Ayudaría, asimismo, que diera su apoyo a favor de la adopción de la boleta única de sufragio, y que garantizara una verdadera transparencia y una equidad efectiva en la contienda electoral. Eso, señora presidenta, sí constituiría un importante y auténtico paso en el mejoramiento de la calidad institucional.
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