Obama: ¿Mala suerte… o mala fe?
"Invertimos la recesión, evitamos la depresión, volvimos a poner en marcha la economía… Pero durante los seis últimos meses hemos tenido una racha de mala suerte". – Barack Obama, Decorah, Iowa, 15 de agosto
Una nación convulsa se pregunta: ¿Cómo acabamos sumidos en una tasa de paro del 9,1%, un crecimiento del 0,9% y unas perspectivas económicas tan malas que la Reserva Federal promete mantener los tipos a cero de aquí a mediados de 2013 — reconocimiento tácito de que ve pocos motivos de esperanza en el horizonte?
Mala suerte, explica nuestro presidente. De la nada vino Japón y sus alteraciones de la producción, Europa y sus problemas de deuda y la primavera árabe y esos repuntes del petróleo en máximos. Que arrancó, presumiblemente, con diversos actos divinos (¿no se Le deberían pedir cuentas también?): el terremoto y el tsunami. (Mañana: plagas y hambrunas. Ranas a lo mejor).
Bueno, sí, pero ¿qué líder no está sujeto a acontecimientos ajenos a su control? ¿Las alteraciones menores del abastecimiento fruto de la actual primavera árabe fueron remotamente igual de nocivas que el embargo petrolero árabe de 1973-74? ¿Son comparables las interrupciones de la actividad de Japón en 2011 con el colapso financiero asiático de 1997-98? Los acontecimientos se producen. Los líderes son elegidos para liderar (desde primera línea, por cierto). Eso significa afrontar los acontecimientos, no anunciar ser su víctima públicamente de forma lastimera.
Además, como observó inmortalmente el ejecutivo del béisbol Wesley Branch Rickey, la suerte es el residuo del proyecto. Y el proyecto de Obama para la economía fue una batería de estímulo de casi 1 billón de dólares que no dejó ninguna huella, la pesada mano del Obamacare y un ataque de ardor regulador que aspira a asfixiarlo todo desde la producción energética nacional a la ampliación de la cadena de fabricación de Boeing a Carolina del Sur.
Él recoge lo que él sembró.
En la versión de Obama, sin embargo, la suerte es sólo la mitad de la historia. Su recuperación económica no se vio arruinada solamente por los actos de Dios y de unos caballeros (extranjeros) sino a causa de unos estadounidenses a los que no les importa su país. Esta gente, que puebla el Congreso (¿adivina cuál de los partidos?) se niega a dejar de lado "la política" en interés del bien del país. Ellos satisfacen a los grupos de interés y a los lobistas, les interesan las próximas elecciones únicamente, anteponen la formación al país. De hecho, "preferirían ver perder a sus rivales antes que ver triunfar a América". ¡Los malandrines!
Durante semanas, esas calumnias han sido el principal rasgo de Obama. Calumnias, porque no reconocen un ápice de mérito a la oposición por tratar de promover el bien común, como hace Obama supuestamente, pero desde principios y premisas diferentes. Calumnias, porque niegan legitimidad a aquellos del otro lado del gran debate nacional en torno al tamaño y el alcance y la importancia del estado.
Acusar de mala fe a los rivales es el ad hominem político definitivo. Obvia el motivo, la realidad, la lógica y los precedentes. Los conservadores se resisten al programa abiertamente transformador y socialdemócrata de Obama no solamente por principio sino por motivos empíricos también — el desmoronamiento económico y moral del experimento socialdemócrata de Europa, a la vista de todos hoy de Atenas a las calles de Londres.
¿La respuesta de Obama? Ni siquiera dialoga. Esa es la razón de estas desagradables acusaciones de mala fe. Son el equivalente a tildar de enemigos públicos a los Republicanos. El Gobernador Rick Perry ha sido criticado con razón por ir dejando caer la palabra "traidora" en referencia a la Reserva. Obama sale airoso de hacer lo propio con respecto a los Republicanos, aunque de forma ligeramente más artística. Después de todo, él les acusa de desear que América fracase en aras de su propio beneficio político. ¿Qué es eso sino una acusación de traición a la patria?
La acusación no es desagradable solamente. Es ridícula. Todos los congresistas Republicanos menos cinco — de los moderados, de la institución, de los elegidos por el movimiento de protesta fiscal tea party y de los advenedizos por igual — votaron a favor de unos presupuestos que albergan la reforma radical del programa Medicare de los ancianos sabiendo muy bien que ello podría acabar con muchas de sus carreras. Los Demócratas se prestaron alegremente a los ataques al Mediscare, pudiendo creer a duras penas su suerte de que los Republicanos propusieran algo tan políticamente arriesgado en aras de la solvencia fiscal. Pero Obama acusa a los Republicanos de no actuar sino por ventaja partidista.
Esto viene del caballero que se ha negado religiosamente a proponer una sola reforma estructural de las pensiones en sus tres años en la administración. El caballero que ordenó que el incremento afgano de efectivos fuera invertido hacia septiembre de 2012, fecha que no tiene ningún sentido militar (tiene lugar durante la campaña estacional) fecha no recomendada por sus mandos militares, fecha cuya única finalidad es dar a Obama oxígeno político en vísperas de las elecciones de 2012. ¿Y Obama se atreve a acusar a los demás de anteponer la política al país?
Una plaga de mala suerte y de mala fe — recalcitrante Providencia y oposición antipatriótica. Nuestro presidente lucha contra ángeles y monstruos de proporciones míticas.
Una fantasía reconfortante. Pero una excusa lamentable a una economía débil y una presidencia errática.
© 2011, The Washington Post Writers Group
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