Bernanke le da impulso a la presidencia de Kirchner
The Wall Street Journal Americas
El presidente Barack Obama es criticado por haber dicho la semana pasada que el malestar económico que padece Estados Unidos es culpa de "una racha de mala suerte". Sin embargo, tiene razón en algo. Un gobierno que es hostil a los mercados, genera fuga de capitales e inflige daño a largo plazo en la economía, de todos modos puede lograr que las cosas luzcan bien en el corto plazo, si es que la suerte coopera.
Observe a Argentina. Su modelo populista de izquierda ha implementado todas las políticas económicas equivocadas, y los niveles de vida se hallan en permanente tendencia a la baja. Sin embargo, las (elecciones) "primarias" de la semana pasada le dieron a la presidenta Cristina Kirchner 50,7% de los votos nacionales, lo que aumenta las expectativas de que ganará las elecciones presidenciales en octubre. La economía, estimulada por la suerte, tiene mucho que ver.
Por supuesto, Kirchner se ha ayudado a sí misma. El gobierno gasta pesos devaluados a lo loco para crear la ilusión de riqueza y utiliza su poder para manipular la opinión pública. Una oposición débil y fragmentada no le hace daño. Sin embargo, sin el auge mundial de los precios de los commodities, cortesía de la Reserva Federal de EE.UU. (Fed), su futuro sería mucho más incierto. En ese sentido, ha tenido suerte.
Es importante entender que el voto de la semana pasada no fue en absoluto una elección primaria. Los votantes estaban obligados a acudir a las urnas —por una ley promulgada en diciembre de 2009 por un Congreso controlado por Kirchner— a pesar de que todos los partidos ya habían elegido a sus candidatos. En realidad, fue un simulacro de las elecciones. El único problema es que no hubo campaña.
El resultado creó la impresión de que una victoria de Kirchner en octubre es un hecho consumado. Su nuevo impulso desmoralizó a sus oponentes. Sin embargo, lo único que muestra el voto es lo que las elecciones podrían producir si se llevaran a cabo antes de que la oposición tuviera la oportunidad de hacer campaña frente a una mandataria —con acceso a todos los recursos del estado que eso implica— famosa por su burdo populismo.
Incluso si se dejan de lado las acusaciones de fraude generalizado realizadas por líderes de la oposición, de todos modos Kirchner tuvo un mejor desempeño que el que su historial sugiere que debería haber tenido. Las recientes derrotas de quienes la mandataria había elegido a dedo como candidatos en varias elecciones locales importantes habían sido interpretadas ampliamente como un fuerte sentimiento nacional anti-Kirchner. Su gobierno ha estado plagado de escándalos de corrupción, y en 2008 se involucró en una amarga lucha contra el sector agrícola, de un significativo peso en la economía, en su intento de imponer impuestos confiscatorios a las exportaciones. Los índices de delincuencia tienen dimensiones alarmantes. Una ley de medios de comunicación elaborada por su gobierno, que amplía el control estatal de la prensa, le ha ganado una reputación de autoritaria. En resumen, la presidenta no puede afirmar que realizó un buen gobierno, tal como lo definiría la mayoría de los demócratas.
Sin embargo, cuando se contaron los votos de sus rivales más cercanos, Ricardo Alfonsín, de la Unión Cívica Radical, y Eduardo Duhalde, de una facción rival del peronismo, ambos habían conseguido sólo un poco más de 12%.
La explicación más fácil del desempeño de Kirchner es la economía, que creció entre 9% y 10% en 2010 y va camino a crecer más de 8% este año. El gasto público primario (antes de los intereses sobre la deuda) no es una parte menor. Como porcentaje del producto interno bruto de 2000 a 2004, promedió 23%. Ese promedio fue de alrededor de 27% entre 2005 y 2008. Sin embargo, este año va camino a alcanzar 38%, una cifra superior a la de los socialistas Venezuela o Ecuador.
¿De dónde viene todo ese dinero? Aquí es donde entra en juego la suerte. La máquina de movimiento perpetuo no estaría funcionando si Kirchner no fuera la beneficiaria de la política de dinero fácil de Ben Bernanke, el presidente de la Fed. Una política que ha ayudado a aumentar los precios mundiales de la soya y ha creado un auge de las exportaciones agrícolas.
El fuerte flujo de dólares combinado con la política de debilidad del peso del banco central ha producido una ganancia inesperada de estímulo monetario. Todo ese dinero ha provocado un aumento de la demanda interna y, al combinarse con un mayor nivel de proteccionismo, estimuló la necesidad de sustitución de importaciones, que resulta satisfecha por la producción nacional.
Por ahora, el país se siente bien. Sin embargo, a excepción de aumentos reales de la productividad agrícola, a través de inversiones en tecnología, la prosperidad es un espejismo. Las travesuras monetarias —como Milton Friedman tituló un libro de 1994— producen una escalada de los salarios, limitaciones de capacidad y, a pesar de los controles de precios, demasiado dinero detrás de muy pocos bienes, algo también conocido como 25% de inflación. La fuga de capitales en el primer semestre de este año fue casi igual a lo que dejó el país durante todo 2010.
En tiempos buenos, un superávit fiscal real debería ser algo fácil de conseguir. Sin embargo, desde 2009 el gobierno generó superávit sólo al depender en gran medida de los activos confiscados a los fondos de pensiones privadas en 2007 y mediante el uso de las reservas tomadas del banco central. De hecho, en 2010 casi la totalidad de los llamados excedentes provinieron de esas fuentes.
Si es así como lucen las cuentas del gobierno cuando tiene viento a favor, ¿qué pasará cuando la suerte de Kirchner se acabe, es decir, cuando se corrijan los precios de los commodities y no haya más bienes extraordinarios que tomar? Los argentinos lo entienden o no les importa. Puede que nunca lo sepamos porque debido a la ausencia de una campaña antes de unas elecciones de ficción, los votantes no pudieron saber si había una mejor opción para ellos.
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