Intervencionismo y realismo político
Nuevas teorías políticas y una novísima concepción de “guerra paralela”, que contempla entre otros objetivos, el control de los sistemas estratégicos del adversario, anuncian nuevos métodos de conflictos e intervenciones, menos destructivos pero más efectivos.
La teoría clásica del realismo político, tal como la postuló su principal proponente, Hans Morguenthau, asume que la política, como la sociedad en general, está regida por leyes objetivas que tienen sus raíces en la naturaleza humana. La teoría admite la presunción de que los estadistas distinguirán entre su “deber oficial”, es decir pensar en términos del interés nacional, diferenciado de sus deseos personales o ideológicos.
Las relaciones entre estados están determinadas por niveles de poder que se derivan fundamentalmente de la capacidad militar y económica. Como no existen principios universales rígidos que los guíen el pragmatismo en cada caso es el mejor modo de resolver los problemas.
El neorrealismo le atribuye a la anarquía un principio ordenador. No existe una entidad supranacional que gobierne las relaciones internacionales. Los estados soberanos son los verdaderos actores de las relaciones internacionales y la racionalidad los obliga a priorizar la seguridad y su propio interés nacional. La fuerza motora que los impulsa es la sobrevivencia que a su vez influye para el desarrollo de ofensivas militares o el intervencionismo exterior.
Neorrealistas sostiene que como la guerra es un efecto de la anarquía existente en las relaciones internacionales lo más probable es que continúe como medio de resolver disputas en el futuro.
Realismo ofensivo
El profesor John Mearsheimer, quien ostenta una impresionante carrera académica que se inicia en West Point, continúa en las universidades de California, de Chicago, Cornell, Harvard y Brokings Institution, es el más prominente proponente de la rama del realismo político conocida como “realismo ofensivo”.
El realismo ofensivo es una teoría estructural, que a diferencia del realismo clásico de Morguenthau, culpa a la anarquía, no a la naturaleza humana, y a la competencia por la seguridad de las grandes potencias de los conflictos en las relaciones internacionales. Para el influyente Mearsheimer, ningún estado está satisfecho con la cantidad de poder que posee, sino que busca la hegemonía por razones de seguridad.
En su obra, The Tragedy of Great Power Politics, Mearsheimer sotiene que “dada la dificultad de determinar cuanto poder es suficiente en el presente o el mañana, las grandes potencias reconocen que la mejor manera de asegurarse su seguridad es adquirir hegemonía ahora y de esta manera eliminar la posibilidad que lo desafíe otra gran potencia. “Solamente un desorientado estado deja pasar la oportunidad de convertirse en un hegemón porque está conforme con el poder presente”.
En el mundo del poder no existe el status quo, dice Mearsheimer. “Una gran potencia que tenga una marcada ventaja sobre sus rivales es muy probable que se comporte más agresivamente con sus rivales en virtud de que sus capacidades son un buen incentivo”. En 1939, el historiador británico E. H. Carr, sostuvo en su libro The Twenty Year’ Crisis, que las relaciones internacionales era una lucha de todos contra todos en búsqueda de su propio interés. Mearsheimer argumenta que este juicio todavía es válido.
Es fácilmente advertible que muchos de estos principios han influido en la política exterior de EE UU, especialmente desde el 11 de septiembre de 2002. Desde entonces el concepto de guerra e intervención ha cambiado tan radicalmente que un reciente estudio sobre la novísima concepción de Operaciones Basadas en Efectos (Effects-Based Operations) del general David A. Deptula, lo asemeja a las diferencias de visión del mundo de Tolomeo y Copérnico.
Bajo este concepto OBE que comprende diversas y sofisticadas formas de intervención, no necesariamente implica invasión militar. Ella incluye, entre otras, la noción de “guerra paralela” que, según el general Deptula, “tiene como objetivo controlar sistemas que el adversario usa para el despliegue de su poder e influencia en industrias esenciales, transporte, distribución y fuerzas”. Estas acciones están destinadas a inducir efectos específicos en el adversario. Más que a la destrucción el objetivo es paralizar los “centros de gravedad” y la capacidad del adversario para funcionar a nivel estratégico.
La teoría política y una novísima concepción de la guerra ya están servidos para iniciar una nueva era de conflictos e intervenciones más sutiles y a distancia.
- 23 de julio, 2015
- 19 de diciembre, 2024
- 29 de febrero, 2016
Artículo de blog relacionados
Por Bhushan Bahree, en Nueva York y Russell Gold The Wall Street Journal...
10 de julio, 2006Quienes defendemos la economía de mercado por sobre el estatismo a menudo somos...
16 de noviembre, 2012- 24 de mayo, 2007
Siglo 21 La inmerecida muerte de Facundo Cabral es la gota que derramó...
13 de julio, 2011