Venezuela: ¡Trasladan el oro a Moscú!
Me voy a referir a un asunto de extrema gravedad. Las reservas de oro constituyen parte fundamental del respaldo de la moneda. En el caso que nos ocupa se habla de 510 toneladas de oro. A valores del año 2005 el precio rondaría los diez mil millones de dólares, aunque en los mercados su precio podría ser considerablemente superior. Fueron acumuladas durante los años en los cuales el país mantuvo una política de neutralidad internacional.
Esas reservas siempre estuvieron bajo la responsabilidad del principal banco del país y -de acuerdo con la ley- la entidad sólo puede vender el oro para ejercer una acción interventora en el tipo de cambio y defender la estabilidad de la moneda.
El Gobierno procede a eliminar progresivamente la autonomía que debería tener la institución. Para ello coloca en la dirección del banco a personas absolutamente leales, a la vez que propicia la salida de altos ejecutivos que pudieran adversar el manejos de las reservas.
Mientras tanto, la situación del país es cada vez más tensa. Hay ruido de sables y se teme que en cualquier momento pueda producirse una rebelión militar. Los rumores circulan en los cuarteles. El alto mando, como es natural, es proclive al Gobierno; sin embargo muchos oficiales de alto nivel y en mandos medios están cada vez más en desacuerdo con el rumbo que están tomando las cosas. No sólo los militares están polarizados, también lo está la población en general.
Por definición, los militares están obligados a la disciplina, la obediencia y la subordinación. La alianza con los comunistas y medidas tales como el manejo irregular de las reservas internacionales, contribuyen sin embargo -entre otras muchas causas- a la percepción de que si el Gobierno actúa al margen de la ley, los militares ya no tienen la obligación de sujetarse a su mando. La tensión es cada vez mayor.
Simultáneamente la situación internacional se va complicando.
Temeroso de que las reservas caigan en manos de sus adversarios, el Gobierno decide finalmente movilizar el oro. Dado el "carácter reservado de la operación" pretende hacerlo de manera semiclandestina, pero al filtrarse la operación, contribuye a agravar la intensa preocupación en los rangos militares.
El presidente de la República, cuyo "estado espiritual es verdaderamente lamentable", ordena el traslado del oro. Efectivamente, el 13 de setiembre de 1936, Manuel Azaña -presidente de la República española- firma el decreto autorizando el transporte "de las existencias que en oro, plata y billetes hubiera en aquel momento en el establecimiento central del Banco de España".
El 18 de julio de 1936 un sector importante del ejército -liderados por los generales Franco, Sanjurjo y Mola- se habían alzado en armas contra la Segunda República española.
El 25 de octubre de ese mismo año, se embarcan con destino a Rusia en los buques soviéticos Kine, Kursk, Neva y Vogoles, 7.800 cajas llenas de oro, amonedado y en lingotes, que constituían la mayor parte de las reservas de España. La operación fue supervisada por el ministro de Hacienda, Juan Negrín.
El oro es recibido en Moscú como garantía para compras de aviones, tanques de guerra, cañones antitanques, armas en general y pertrechos. La Rusia comunista cobró precios exorbitantes por las armas, por fundir el oro, por el transporte, por el cambio, por la custodia, etc. La operación de colocar las reservas en Rusia fue un desastre para la República, la cual no sólo resultó estafada sino que, al ponerse en manos de Stalin, perdió por completo su autonomía financiera.
Como era de esperar, la manipulación de las reservas en poder del Banco de España desata una severa crisis monetaria en la Segunda República, provocando una inflación incontrolable.
Lo que vino después es ampliamente conocido. España se hunde no sólo en la miseria, sino peor aún, en una guerra brutal y fratricida en la cual ambos bandos cometen las más increíbles atrocidades y mueren centenares de miles de personas. El resultado final fue una larga y terrible dictadura que habría de durar hasta la muerte de Franco el 20 de noviembre de 1975.
La historia tiene una terca tendencia a repetirse. Las reservas internacionales son sagradas. De ellas depende la estabilidad del signo monetario. Nadie puede disponer de ellas a su antojo, ni manejarlas como si fuesen mis reservas, porque -al igual que ocurre con las fuerzas armadas- están al servicio exclusivo de la Nación y en ningún caso al de persona o parcialidad política alguna.
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