¿Tiene Pablo Milanés derecho a cantar en Miami?
Por supuesto que no. Tiene la oportunidad, pero no el derecho. Durante décadas, Milanés, como uno de los trovadores oficiales de la dictadura castrista, se presentó en escenarios de América Latina y Europa, no sólo cantando sus canciones sino lanzando toda clase de diatribas verbales contra Estados Unidos, la mayoría de ellas difamaciones y mentiras. Su destacada participación en los Encuentros o Festivales de la Canción Protesta son parte de su historia política, así como sus canciones dedicadas a la Revolución, al Ché Guevara, a Allende, a Ho Chi Minh y a cuanto enemigo de Estados Unidos se ha destacado por el mundo.
Pero, si la militancia antinorteamericana de Milanés, consustancial con su arte politizado, no fuera suficiente para privarlo del derecho a entrar a Estados Unidos, también están sus décadas de apoyo y promoción de la dictadura que, además de aplastar los derechos y las libertades de los cubanos, también los asesinó en los paredones de fusilamiento y los torturó y maltrató en las prisiones.
Estados Unidos les ha negado la visa de entrada a numerosos individuos, especialmente de América Latina, que han tenido responsabilidad con las violaciones de los derechos humanos en sus países, y Pablo Milanés las tiene. La criminología y los tribunales de justicia señalan como responsables de crímenes no solamente a los autores directos sino también a los indirectos en la categoría de colaboradores. Un viejo refrán versa que “tanta culpa tiene el que le aguanta la pata a la vaca, como el que la mata”. Este concepto judicial se aplicó en la Sudáfrica posterior al apartheid. Los que persiguieron, golpearon, encarcelaron o asesinaron bajo la impunidad de aquel régimen, fueron enjuiciados por los tribunales de justicia ordinaria. Para los colaboradores, se crearon los Tribunales de la Verdad que los juzgó y encontró culpables, aunque sus condenas fueron solamente de naturaleza civil y moral.
En los últimos tiempos Pablo Milanés ha expresado críticas veladas a la “Revolución”, pero no ha roto con el régimen. Nadie le puede exigir que lo haga, pero si Milanés fue explícito y notorio en sus alabanzas y defensa de la dictadura, la única forma de redención posible –si realmente la busca o la siente– tiene que ser también explícita y notoria. Pablo Milanés no era un oscuro vecino que en un comité de barrio defendía al régimen. Pablo sabía muy bien de la represión y crímenes que el régimen perpetraba porque las vivió en las célebres UMAP desde junio de 1966 hasta comienzos del 68.
Pablo Milanés viajó frecuentemente al extranjero y usó sus conciertos, dentro y fuera de Cuba, para defender y alabar a la dictadura. Por eso, de la misma forma que destacadamente la apoyó, incluyendo su participación como diputado a la Asamblea Nacional del régimen, destacadamente debe reconocer también las injusticias y crímenes de la dictadura.
Mientras Pablo Milanés lleve sus culpas a cuestas, no tiene derecho a entrar a los Estados Unidos que tanto criticó, pero ya que la actual política hacia Cuba le da esa oportunidad, Milanés debería tener el decoro personal de no venir a Miami, la ciudad donde vive una enorme cantidad de viudas, huérfanos y víctimas del régimen al que tanto le cantó y defendió.
Pablo Milanés ya debe saber que el día de su concierto, frente a la Torre de la Libertad, habrá una protesta de ciudadanos libres que con pancartas y carteles le dirán que no es bienvenido a la ciudad. Pero Pablo Milanés tiene que saber también que esa noche de su concierto, habrá otra protesta más numerosa e impresionante que estará en todos los lugares posibles: frente a la Arena, dentro de la Arena, alrededor del escenario, entre los músicos y frente a su guitarra: la protesta de las almas de las víctimas de la dictadura que estarán clamando por justicia.
Ex preso político cubano.
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