Cuando cae un dictador
Cuando cae un dictador, otros dictadores tiemblan. Saben que, tarde o temprano, caerán ellos. Pocos son los que desafortunadamente mueren en el poder, como Francisco Franco en España, o que se traspasan el poder, como los Somoza en Nicaragua. El destino de un tirano es caer.
La caída de Moamar Kadafi en Libia envía el clarísimo mensaje de que ninguna dictadura, por más férrea y sangrienta que sea, aguanta la rebeldía de un pueblo dispuesto a morir antes que seguir igual. Es difícil pensar en otro tirano con un control más represivo sobre su gente que Kadafi y, sin embargo, cayó y calló.
Fueron 42 años que se sintieron como 84 y que Kadafi, con sus operaciones plásticas, su megalomanía y su culto a la personalidad, intentó (sin éxito) hacer eternos. ¿Se fijan que los tiranos, cuando se sienten todopoderosos, hablan de sí mismos en tercera persona, llenan de sus fotos y efigies al país, y se comparan con Jesucristo, Mahoma y cualquier dios a su alcance?
La llamada “primavera árabe” –que ahora se ha extendido al verano y ojalá continúe en otoño e invierno– comenzó en Túnez con una revolución twitera. Las redes sociales permitieron coordinar la rebelión a los jóvenes tunecinos burlando la censura mediática del régimen.
Y luego “la primavera árabe” arrasó Egipto. Todavía me entusiasmo al ver la fotografía del dictador Hosni Mubarak tras las rejas. Ese debería ser el destino final de todos los dictadores, de izquierda o derecha: la cárcel.
Tras la caída de Kadafi seguramente se vendrá abajo la dictadura en Siria. ¿Se pueden exportar las revoluciones? La experiencia de los últimos meses nos dice que sí, siempre y cuando esos regímenes compartan geografía, abusos y la absoluta certeza de que nada cambiará si esperan.
A través de la televisora Al Jazeera un rebelde en Egipto o Túnez pudo haber inspirado a otro en Libia y Siria. Twitter y Facebook son más peligrosos que las metralletas para una dictadura. Las ideas básicas de libertad de expresión y movimiento han contagiado a quienes crecieron asustados y reprimidos. Y la revolucionaria idea de igualdad, que permitió la creación de naciones como Francia y Estados Unidos, se enfrenta en emails y celulares a la prepotencia de los caudillos antidemocráticos que se sienten indispensables e insustituibles.
Ahora, ¿pueden exportarse los movimientos rebeldes del mundo árabe a Cuba y Venezuela? La pregunta no es para los estudiantes de posgrado en relaciones internacionales de las universidades de Harvard, Columbia y Princeton. Es para los cubanos y venezolanos de a pie.
Cuando caía Kadafi en Trípoli, yo manejaba por la Pequeña Habana en Miami. El entusiasmo del corresponsal de guerra de la estación de radio de NPR contrastaba con el silencio de la esquina de la Calle 8 y la 13 Avenida.
Tenía tiempo y me bajé a caminar. Pedí un jugo de naranja con zanahoria en una cafetería que olía a un fortísimo café recién colado (que me hubiera dejado despierto por días) y recorrí, sin prisa, los monumentos erigidos por el exilio cubano junto a un impresionante árbol con unas gigantes y espectaculares raíces.
El primer monumento, con una llama ardiente, era para “los mártires” de la Brigada 2506 que participaron en la fallida invasión de Bahía de Cochinos. Pasos más atrás, junto a una virgen de mármol, está el mural que recordaba en 1995 el centésimo aniversario de la muerte de José Martí. Y al fondo, bajo un mapa de Cuba, una dura frase de Martí: “La patria es agonía y deber”.
Exacto, pensé. Agonía es lo que se sentía en ese vacío y húmedo lugar. La agonía de los que perdieron su casa y su tierra por un dictador y, todavía, no han podido recuperar su nación. Libia hervía y, al mismo tiempo, en Cuba y en ese rinconcito de Miami no pasaba nada.
La agonía también se siente en Venezuela, donde hay un hombre que decide por todos los demás. Los venezolanos, contrario a los cubanos, pueden salir de su país y votar en elecciones multipartidistas. Pero el resto de su vida está limitado por un aprendiz de dictador que controla soldados, jueces, comunicadores, funcionarios públicos, contadores de votos y hasta a los que escribieron a la medida de Chávez una constitución reeleccionista.
Hugo Chávez ha calificado como “hordas” a los rebeldes libios, llama “hermano” a Kadafi y dijo que no reconocerá en Libia a otro gobierno. Kadafi dejó el poder huyendo por túneles debajo de Trípoli y si Chávez sigue ese curso antidemocrático pudiera tener un destino similar. Están en dos extremos del mundo pero es un caudillo protegiendo a otro.
La pregunta es ¿cómo transformar esa agonía y desesperanza en Cuba y Venezuela en un movimiento que, eventualmente, reemplace a esos regímenes antidemocráticos? No es un asunto académico. Es simplemente una cuestión de libertad. Tunecinos, egipcios y libios lo supieron hacer. No hay ninguna razón para que cubanos y venezolanos no puedan.
Los tiranos están temblando y tambaleando. Solo falta el empujón.
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