El salvador: ¿Otra vez mandándose al carajo?
En El Salvador lo hicieron hace treinta años. Y si bien las razones de entonces pudieron ser muchas, hay una que la historia destaca claramente: la sinrazón de no haber podido evitar un conflicto armado.
Eran los tiempos en que Washington y Moscú hacían de los barrios pobres del planeta una prolongación del campo de batalla de su Guerra Fría. Tan redituable, para ellos.
Una guerra que en las décadas de los 60, 70 y 80 sufrimos los latinoamericanos, proveedores baratos de carne de cañón. Eso si, siempre con disfraz de izquierda o de derecha. Infaltable.
Las batallas existen desde que el mundo es mundo. Aunque algunos creyeron que con cumplir obedientes el miserable experimento de Washington y Moscú en Latinoamérica, ese de mandarse al carajo entre hermanos, estaban inventando el agua tibia.
Y ahora, con lenguaje propio de épocas guerrilleras, supuestamente superadas…, se escuchan alientos para que la ANEP haga lo mismo con el presidente Funes en materia impositiva. Cambiaron las orejas aconsejadas, no el cargo del carajeado.
Quizás ese método sirva en la guerra. Pero mandarse al carajo no es válido en política. Tampoco en economía. Ya debieran haberlo aprendido: muestras y tiempo tuvieron. Así le va a El Salvador en materia de violencia por esa maldita costumbre de vivir mandándose al carajo.
Hace dos meses hubo una reunión entre el presidente Funes y dirigientes de gremiales empresariales para abordar el financiamiento de un plan de seguridad. La respuesta fue que el formato del eventual tributo "no estaba escrito en piedra", agregando "no vamos a llevar una propuesta que castigue el empleo, la inversión y los ahorros".
Tal precaución, saludable, no exime sin embargo al Estado de cumplir con una de sus funciones básicas, independientemente del Gobierno que circunstancialmente lo esté administrando: garantizar la seguridad de quienes habitan en su territorio. Esa que no existe en El Salvador.
Como tampoco existe un impuesto neutro. En última instancia todos restan recursos al sector privado, reflejándose en menores niveles de consumo, de inversión, y de empleo.
Pero la economía (no los empresarios…) enseña claramente (a quienes no tengan anteojeras pseudo-ideológicas…), que algunos impuestos son mucho más perjudiciales que otros. Perjudiciales, cabe agregar, para los más pobres.
Porque los más ricos siempre tendrán la opción de invertir en otros países, y de seguir viviendo bien. No es un tema ideológico. Y no debería aceptarse que se lo pretenda transformar en tal.
Desde hace demasiado tiempo se viene hablando, superficialmente, de un pacto fiscal. Y la pregunta es: ¿esa discusión debe entablarse entre el Ejecutivo y la ANEP?
En un conversatorio titulado: "Democracia, transparencia y desarrollo. Hacia un pacto fiscal" (abril 2010), FUSADES señalaba con acierto los cinco ejes de todo pacto fiscal: institucionalidad, equidad, eficiencia, transparencia y sostenibilidad.
Comencemos con la institucionalidad: todos, sin excepción, viven recitando discursos políticamente correctos sobre la importancia de las instituciones…, para inmediatamente olvidar que la Asamblea Legislativa es la única institución facultada para aprobar impuestos, préstamos públicos, y gastos del presupuesto.
Olvidan, también, que es a los diputados, a través de sus partidos, a quienes debe exigírseles que cumplan con los otros cuatro ejes: equidad, eficiencia, transparencia y sostenibilidad.
El hecho que los actuales diputados inspiren poca confianza no es argumento para ignorar la institucionalidad. Debiera serlo para propiciar la llegada de mejores representantes. No nos confundamos.
La ANEP, por su parte, al igual que el CES (Consejo Económico y Social), se caracteriza por su absoluta carencia de facultades institucionales para representar a los contribuyentes. Punto. Tampoco aquí nos confundamos.
Representa, simplemente, los intereses de sus integrantes, no siempre alineados con los del resto de los contribuyentes. Además, cómo olvidar la "anécdota" del año pasado, cuando en alegre noche brasileña su cúpula declaró que la desconfianza estaba superada.
Pero es en el método donde menos confusión debiera existir. Porque a la única que hay que mandar al carajo es a la violencia.
Hasta la próxima.
El autor es Ingeniero, Máster en Economía (ESEADE, Buenos Aires) y columnista de El Diario de Hoy.
- 28 de diciembre, 2009
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