¿Qué piensa el mundo de la convulsión chilena?
Nadie esperaba que esto sucediera en Chile. Tirios y troyanos -es decir, los partidarios y promotores del modelo chileno, por un lado, y sus detractores por el otro- tenían asumido que Chile navegaba hacia un desarrollo contento. Los segundos, aunque apuntaban al coeficiente GINI, la medida comúnmente usada en la estadística internacional para medir la desigualdad, como prueba del alto precio del modelo chileno, andaban esencialmente resignados. El éxito chileno los había derrotado ideológicamente.
Desde hace tres meses, esto ha cambiado parcialmente. Nadie discute el desarrollo creciente del país, menos aun cuando la promesa de Sebastián Piñera, un ritmo de crecimiento económico de 6 por ciento al año, ha sido largamente cumplido el último semestre. Pero los defensores del modelo chileno están totalmente desconcertados por la amplitud del descontento que los últimos meses han revelado con respecto a elementos importantes de dicho proyecto y por tanto se abstienen de opinar o interpretar lo que sucede. Los detractores, mientras tanto, han tardado en reaccionar, lo que indicaría una de dos cosas: o que la multiplicidad de frentes en que combate hoy la izquierda internacional no deja mucho tiempo para Chile o que están tan desconcertados como los propios defensores del modelo.
La información sobre lo que pasa en Chile ha sido y sigue siendo bastante profusa en América Latina, Estados Unidos y Europa, y nada desdeñable en Asia. No hay duda de que la imagen de Chile como un paraíso político-económico en el Tercer Mundo se ha dañado significativamente. Pero hay un desfase entre la cantidad de noticias e imágenes provenientes de Chile -las maratones, "besatones", "suicidios", marchas, enfrentamientos y, por supuesto, Camila Vallejo, la nueva Che Guevara de la iconografía política latinoamericana- y el grado de análisis, interpretación o incluso de uso ideológico de lo que pasa. Nadie parece entender bien por qué Chile se encabrita en lo que desde el exterior parecía su mejor hora. Recordemos que la última imagen que había de Chile era el rescate de los mineros, que parecía haber colocado al país definitivamente entre los "emergentes" más exitosos.
La columnista experta en América Latina del Wall Street Journal, entusiasta del modelo chileno, se refirió a Chile la última vez para defender el proyecto HidroAysén, no para hablar de las protestas. Al otro lado del espectro, "The Nation", del que habría cabido esperar un uso infinito del descontento chileno, ha preferido colocar algún que otro video que entrar en el fondo de la cuestión (The Atlantic ha optado también por un reportaje fotográfico), mientras que el Huffingtonpost apenas ha publicado un texto de un profesor de izquierda de la Universidad de Nueva York: en general también se ha concentrado en el aspecto multitudinario y espectacular de la convulsión social.
Para encontrar algo significativo sobre la crisis chilena en The Guardian, el bastión de la izquierda inglesa y referente de toda la izquierda europea, hay que remontarse al artículo de Cristian Cabalin de hace meses, donde critica que, mientras en Chile el 73 por ciento del gasto educativo superior se financia de forma privada, la cifra promedio de los países de la Organización para la Cooperación Económica y el Desarrollo es 16 por ciento. En El País, el diario emblemático de la socialdemocracia española, la información ha sido prudente y equilibrada. Aunque fue un medio que combatió al pinochetismo frontalmente, no se ha hecho eco de un modo sistemático ni mucho menos del cuestionamiento de la izquierda chilena a la herencia pinochetista surgido a raíz de las protestas estudiantiles.
Otra constatación interesante es la poca referencia que hay a lo que está pasando en Chile en círculos políticos fuera de América Latina. Esos círculos están enterados, pero poco informados sobre el fondo de la cuestión. Reina el desconcierto también allí. O tal vez, para ellos, Chile es una gota en el océano de las protestas que empezaron en los países árabes hace medio año y se han extendido a España, Inglaterra, Israel, India, China y otras partes por diferentes motivos y con distinta intensidad. El contraste con los días del rescate de los mineros, cuando Chile estaba en boca de políticos, periodistas y académicos de un modo visible, es flagrante. Hoy parecen no comprender cómo el mismo país que simbolizó su éxito con ese acto de alta sofisticación padece el tipo de convulsión propio de otras zonas de América Latina. El líder opositor español y probable próximo Presidente de España, Mariano Rajoy, esquivó una pregunta hace pocos días con una clara incomodidad.
En la propia América Latina, las referencias explícitas a Chile están muy concentradas en grupos estudiantiles que quieren solidarizarse con sus pares o imitar las protestas. El ejemplo más claro es la convocatoria reciente de la Unión Nacional de Estudiantes de Brasil, que llevó a unos 10 mil jóvenes a la calle en la capital de ese país y a la que fue invitada Camila Vallejo. En el Perú, donde está en marcha un proceso lento y controvertido de municipalización educativa, sólo se habla a media voz de las implicaciones de la situación chilena al otro lado de la frontera. Pero nadie discute en público abiertamente acerca del cuestionamiento a la calidad de los colegios municipales chilenos ni de la decisión del gobierno de Sebastián Piñera de pasar las escuelas más fracasadas a organismos públicos descentralizados.
En ciertos círculos académicos internacionales hay un mayor esfuerzo de análisis, sin ser muy grande. La opinión menos sesgada ideológicamente apunta a que Chile vive una crisis de crecimiento o de éxito: es decir, a un desembalse de las expectativas creadas por un aumento de la riqueza que permite sentir que el primer mundo está al alcance de la mano combinado, con la frustración por unos servicios que son más de tercer que de primer mundo. Rodrigo Aguilera, de la Unidad de Inteligencia del Economist, decía hace poco que "no se puede mantener ese ritmo de crecimiento con una educación que está por debajo del nivel estándar".
En Estados Unidos, también se alzan algunas voces académicas o especializadas que apuntan a las lecciones chilenas para el modelo estadounidense. Al igual que en Chile, allí el uso de créditos bancarios para financiar la educación superior está muy extendido. Y al igual que en Chile, hay una proliferación de centros de enseñanza superior privados (aunque se cumple más estrictamente la condición de institución sin fines de lucro que en Chile). El sistema estadounidense funciona relativamente bien, en gran parte porque las donaciones privadas compensan la poca financiación pública y en parte porque las deudas son menos onerosas para una familia estadounidense de lo que son para una familia chilena. Pero, a diferencia de Chile, en Estados Unidos a nivel escolar el uso del "voucher" está muy poco extendido. Hay una corriente cercana a los republicanos que presiona en favor de su uso masivo, contra la opinión tanto del Partido Demócrata como del poderosísimo sindicato de maestros. También existe un sector académico muy vinculado a centros de la costa Este del país que se opone. Es aquí donde tiene algún eco el reclamo de los chilenos contra la mala calidad de las escuelas que reciben un subsidio vía el "voucher", pero no pueden competir con las más prósperas. Es probable que en el futuro cercano, especialmente cuando arranque la campaña electoral, el caso de Chile sea usado para desacreditar a la corriente conservadora que propugna la masificación del "voucher".
En Washington, por ejemplo, profesores de American University han cuestionado que el gobierno subvencione programas educativos, entre ellos uno vinculado al Washington Post, que permiten a ciertos alumnos prepararse mejor que otros y por tanto acceder a universidades de mucha mejor calidad. Haciendo uso del caso chileno, el profesor Gary Anderson, de la Universidad de Nueva York, también atacó esa subvención con un argumento semejante en el HuffingtonPost.
Hay quienes han hablado de la tradición igualitaria de ciertas naciones, en especial Israel e India, para explicar la irrupción de movimientos de protesta en países que experimentan un crecimiento y desarrollo notables (en ambos casos muy vinculados a la tecnología punta). Indirectamente, el columnista Gideon Rachman apuntaba a eso en referencia a Chile hace poco en el "Financial Times" al hablar de la erosión del nivel de vida de la clase media y la falta de oportunidades de los jóvenes como catalizador del descontento en muchos países donde hay fuerte convulsión social.
Quizá un elemento que ha contribuido al desconcierto internacional con respecto a Chile es el hecho de que los reclamos iniciados en junio hayan rebasado el marco estrictamente educativo y, por obra de grupos de izquierda radical que han aprovechado bien el apoyo de la clase media a los estudiantes, hayan pasado a cuestionar todo el modelo. Que sindicatos con presencia de agitadores o estudiantes vinculados al Partido Comunista cobren protagonismo y sumen a los reclamos educativos pedidos constitucionales que supondrían optar por un modelo superado ha dificultado que un sector centrista o de izquierda moderada, sobre todo en Europa, se identifique más con lo que sucede en Chile. Porque una cosa es resaltar que en Chile el gasto en educación apenas supera el 4 por ciento del PBI mientras que en los países desarrollados el promedio es siete por ciento y otra muy distinta rechazar en bloque un sistema que ha permitido a millones de chilenos un nivel de vida muy superior al de buena parte de América Latina (y de hecho ha dado a los chilenos, a pesar de la evidente baja calidad de su educación, la posibilidad de acceder a ella: el 70 por ciento de los universitarios son hijos de padres que no fueron a la universidad).
No es falta de simpatía por el cuestionamiento a la herencia pinochetista lo que quita respaldo explícito a los grupos de protesta chilenos en sectores influyentes, más allá de los estudiantiles, en países desarrollados. Al contrario: nadie allí tiene la menor debilidad por el pinochetismo. Lo que sucede es que la radicalización del discurso, el aprovechamiento del reclamo por algunos sectores antimodernos, ha opacado la discusión legítima sobre la relativa mediocridad de un servicio que no está a la altura de la prosperidad general del país. También ha colaborado en esa falta de solidaridad el que la Concertación chilena atraviese hoy por una impopularidad mayor aun que la del gobierno y por tanto no sea, en esta convulsión social, el referente internacional que hubiera podido ser en otra circunstancia.
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