Las crisis son huérfanas, los delirios no
Era previsible: nadie se haría cargo de la paternidad de la crisis financiera internacional. Esa que, como Springsteen, nació en los Estados Unidos. De padre estadounidense.
También es previsible, por supuesto…, que cuando la ya muy demorada recuperación llegue, la cantidad de presuntos padres será tan grande como la imaginación lo permita.
Es sorprendente. O no tanto, pues aunque la economía tiene herramientas para detectar el ADN de una crisis, que aplicadas con honestidad intelectual permiten encontrar al padre con facilidad…, existen dos tipos de personajes que aportan a la confusión general: a) ciertos analistas, que suelen decir lo que la gente quiere escuchar. Y, b) los políticos. Que siempre dicen lo que la gente quiere escuchar.
Ciencia social al fin, sujeta más que ninguna a manipulaciones dialécticas, la economía carece, lamentablemente, de inmunización contra discursos populistas: adulterar el ADN de una crisis resulta muy sencillo.
Los que no se pueden adulterar, sin embargo, son los resultados de las políticas económicas incorrectas: en ello la economía es implacable. El problema es que lo olvidamos.
Entre quienes aplican las herramientas económicas con honestidad intelectual se encuentra Gary Becker, un veterano economista ganador del Premio Nobel en 1992, quien publicó el pasado viernes en el Wall Street Journal un ilustrativo artículo de opinión cuyo título sería algo así como "La gran recesión y la falla del gobierno".
Becker refresca la memoria de cosas ¿casualmente? "olvidadas" por los personajes que dicen lo que la gente quiere escuchar.
Sin negar en absoluto la existencia de préstamos incorrectamente otorgados, ni los excesivos riesgos tomados por la banca privada estadounidense, Becker puntualiza acertadamente que fue una falla gubernamental la que desató inicialmente, y que prolongó hasta la actualidad…, una crisis cuyas características vienen mutando.
Por cierto, la crisis que en el 2008 era una de mala salud de instituciones financieras globales, en el 2011 es una de déficits y deudas públicas descontroladas. No sólo en los Estados Unidos. Con la excusa de superar la primera crisis, el mundo cayó en la segunda.
Pero el vínculo que destaca Becker, más irónico aún, es que en ambos casos la principal responsabilidad recae en la acción gubernamental. Fallida.
En efecto, la primera crisis comenzó cuando la Reserva Federal bajó las tasas desde el 6.50% anual en diciembre de 2000 hasta el 1.00% anual en junio de 2003 (para impedir el enfriamiento y la recesión…), para revertirla ante el exceso de crédito artificial, elevando las tasas hasta el 5.25% anual en junio de 2006 (para impedir el recalentamiento y la inflación…).
Luego se sumó la presión del Congreso estadounidense para que los gigantes hipotecarios sponsoreados por el gobierno, Fannie Mae y Freddie Mac, impulsaran la generación de hipotecas subprime. ¿Resultado? Burbuja inmobiliaria.
El tiro de gracia, sin duda, fue dado por actores privados: bancos inescrupulosos que, en complicidad con agencias calificadoras irresponsables, sobre-estimaron la calidad crediticia de títulos respaldados por hipotecas sup-prime.
La segunda crisis, mutación de la primera, comenzó ciertamente con rescates gubernamentales de conglomerados financieros que se aprovecharon de ser "muy grandes para caer".
Pero siguió con una nueva manipulación a la baja de las tasas hasta el 0.25% anual…, y terminó con una inundación de dólares de gasto público: alrededor de un millón de millones (en inglés, un "trillion") en paquetes de estímulos fiscales. Desenfocados, porque los Estados Unidos siguen con un crecimiento bajo y una desocupación alta.
Desafortunadamente, entre los analistas que dicen lo que la gente quiere escuchar, total luego lo olvidamos…, también hay Premios Nobel: Paul Krugman, galardonado en 2008 por sus valiosos análisis del comercio internacional, no por sus delirantes declaraciones actuales.
No conforme con haber alentado la creación de la burbuja inmobiliaria ("Dubya's Double Dip?", New York Times, agosto 2, 2002), anhela ahora una invasión de extraterrestres (¿!) para impulsar, aún más, el gasto público. El delirio tiene padre. Se llama Krugman.
Qué pena. Orson Welles merecía más respeto.
Hasta la próxima.
El autor es Ingeniero, Máster en Economía (ESEADE, Buenos Aires) y columnista de El Diario de Hoy.
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