Los crímenes de Gadafi
SALAMANCA. - En el momento en que escribo estas líneas, Muamar el Gadafi sigue perdido, por no decir escondido, en algún punto del interminable desierto del sur de Libia, huyendo del pueblo al que tanto amó, sus hijos como los llamaba él, y a los que no tuvo ningún escrúpulo en masacrar recurriendo a su Ejército, al Ejército de su hijo Saif el Islam, al Ejército de su hijo Mutasim y al Ejército de su hijo Jamis, pues cada uno tenía sus propias fuerzas armadas en un país carente de instituciones, porque el pueblo es el que gobierna pero Gadafi es el que decide.
Los rebeldes han llegado ya a Trípoli, la capital, que está bajo control y ahora han lanzado un ultimátum para que se rinda Sirte, el pueblo natal del tirano, que resiste. Según declaró un prisionero leal a Gadafi ante periodistas occidentales, siguen combatiendo porque fueron amenazados de que si no lo hacen, matarán a sus familiares. Si viene de Gadafi, la amenaza hay que tomarla en serio.Aunque no ha caído todavía el autócrata, se han reunido ya en París representantes de sesenta países y organismos internacionales para hablar sobre la ayuda que de ahora en adelante se prestará a Libia para convertirla en un país organizado. Desde luego han estado ausentes representantes de Venezuela, Ecuador, Nicaragua, Bolivia y Cuba, que solo reconocen el régimen legal de Gadafi como si alguna vez, en estos cuarenta y dos años, haya tenido algún mínimo de legalidad.
"Los detenidos -dice el informe de AI- soportaron temperaturas superiores a 40 grados centígrados y bebieron su propio sudor y orina cuando se terminaron las escasas existencias de agua. Sus captores les gritaban ‘silencio, ratas’ cuando gritaban pidiendo ayuda”.Diana Eltahawy, investigadora de AI sobre el Norte de África, que se encuentra actualmente en Libia, recogió los testimonios de los pocos testigos de esa masacre. Entre ellos, el de Abdel Rahman Moftah Alí, de 24 años, quien vio morir a todos sus compañeros: “Ninguno nos sosteníamos ya en pie. A varios les salía espuma por la boca. Vi caer al suelo uno a uno a todos mis compañeros de celda y quedarse inmóviles. Creo que yo también me caí y me golpeé la cabeza. Finalmente recuperé el conocimiento, estaba cubierto de sangre. Aquello fue un verdadero infierno”.
Otro sobreviviente, según el informe de Amnistía Internacional, Faraj Omar al Ganin, de 27 años, contó que, a medida que pasaban las horas, los detenidos eran presa de la desesperación. “Varios empezaron a beber su propio sudor y orina. Durante horas suplicamos ayuda (…) Luego empezó a instalarse un silencio inquietante. Me di cuenta que era el único que estaba consciente. Grité: ‘Todos han muerto’. Finalmente los guardias abrieron las puertas. Me obligaron a sacar los cadáveres arrastrándolos por los pies”.Aunque esta guerra transcurra aparentemente tan lejos de nosotros y que no se trata de nuestra guerra, debemos entender que sí lo es; es nuestra guerra en la medida que seamos solidarios con todos quienes luchan por conquistar su libertad, mucho más porque hemos sufrido largas y despiadadas dictaduras de las que logramos escapar, como en Libia.
Pero mientras allá el tirano se esconde en el desierto y le basta con proyectar su presencia, entre nosotros el tirano logró permanecer en un cierto modo de pensamiento, lo que hace que, después de veintidós años, no hayamos podido superar las costumbres y las actitudes autoritarias.Los libios, sin embargo, tienen lo que debe ser una ventaja o una desventaja, según desde dónde se lo mire. Y es que deben comenzar de cero, ya que no hay ninguna institución anterior que debe ser transformada, cambiándole los vicios de la tiranía, como nos sucedió a nosotros que seguimos luchando contra esa “tierna podredumbre” que se formó, como un callo en la memoria, bajo la guía espiritual de Stroessner. Debemos asomarnos al mundo y aprender.
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