Democracia: ideal y real en Guatemala
La última de las encuestas de Vox Latina presenta algunas estadísticas que pudieran considerarse “alarmantes”. Por ejemplo, aproximadamente el 78% de los encuestados estima que no conoce a los candidatos entre quienes tiene opción de votar el próximo domingo.
Más bien me impresiona que dos de cada diez encuestados piense que sí conoce a los candidatos. La democracia, como sistema político, ha sido sobrevalorada e idealizada sin mayores bases racionales y es debido a ello que haya tanta desilusión con el proceso democrático en Guatemala y en todo el mundo.
Para empezar, todos sabemos que nuestro voto no es decisivo cuando de una elección general se trata. Por supuesto, los eslóganes le proponen al ciudadano lo contrario: “tu voto es decisivo, no faltes”. Le aseguro que las probabilidades de que esto sea verdad son ínfimas, casi inexistentes. Claro que uno puede opinar que de todas formas conviene ir a votar, ya que así se transmite el mensaje implícito de que uno se interesa por la vida pública de la sociedad en que vive. Pero eso es otra cosa.
En segundo término, la mayoría no es infalible ni desinteresada. La mitad más uno de los ciudadanos puede errar igual que la mitad menos uno y, claro está, los unos y los otros votan a favor de las propuestas que estiman que más les convienen. Algunos son suficientemente maduros como para poner en la balanza los costes y los beneficios del corto y largo plazos, pero la inmensa mayoría prefiere pájaro en mano que un ciento volando.
Además, todos los planes de gobierno y propuestas de los candidatos que quieran ganar la elección (a Vargas Llosa, por ejemplo, le interesaba más la batalla ideológica), son necesariamente ambiguos pues están pensados para el votante medio que, por definición no se ubica en los extremos. El menú electoral de todos los partidos tiene algún platillo para cada grupo de poder o sector importante con algunos cambios de maíz y de
énfasis.
Como si todo esto fuera poco, el costo de incumplir promesas electorales no es alto. La cantidad de pretextos que pueden aducirse es enorme: –ignorábamos el estado de las finanzas públicas; –las condiciones de la economía mundial han cambiado; –al tomar posesión nos hemos percatado de la necesidad de revisar algunas prioridades, pero el plan es el mismo…
Por lo tanto, generalmente nuestro voto es casi irrelevante, lo emitimos a favor de personas que casi no conocemos, apoyamos programas y propuestas ambiguas que tampoco conocemos a fondo y que, una vez en el poder, el equipo ganador puede ignorar sin mayor consecuencia (o no recuerda aquello de que “la violencia se combate con
inteligencia”).
Corolario: la democracia no elimina las actuaciones interesadas de las personas, tanto candidatos como ciudadanos y por eso hace falta que la Constitución sea un límite eficaz al poder.
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