Economía argentina: No alcanza con desacelerar, hay que doblar
Algunos integrantes del Gobierno han dejado trascender que, después de las elecciones, se intentará un proceso de “aterrizaje suave” de la economía argentina, que hoy “vuela” de la mano de la expansión preelectoral.
El oficialismo sugiere que 2012 será un año parecido a éste, pero con expansiones más moderadas, tanto del gasto público, de la oferta monetaria, como de la pauta salarial “homologable” en las paritarias. En síntesis, se sugiere que tendremos business as usual, pero en lugar de moverse todo al 30 y pico por ciento anual, con una inflación del 25% y un crecimiento del 7%, las variables se moverán al 18-20% anual, para permitir una inflación real anual del, digamos, 15% y un crecimiento más moderado, del 4/5%.
El planteo resulta interesante, puesto que, al menos, empieza a reconocerse oficialmente que no será posible seguir con esta combinación de crecimiento “a tasas chinas” y descontrol “a la argentina”.
Sin embargo, existe un evidente error de diagnóstico.
El problema de la economía argentina no surge de que “todo se movió al 30% anual” y, entonces, se arregla si ahora “todo se mueve al 20%” y el otro año “todo se mueve al 15%” y así sucesivamente. La insostenible situación actual surge de un cambio de precios relativos a favor de ciertos sectores y en contra de otros. Pero si esto es así, la solución no pasa porque ahora “todo crezca menos”, sino que obliga a un cambio de precios relativos “en contra” de los sectores favorecidos en los últimos años o “a favor” de los perjudicados.
En otras palabras, algunas variables se tienen que mover más que otras, o algunas se tienen que mover menos que otras. Si todas se mueven al mismo ritmo, nada cambia.
Es mejor moverse al 15% que al 30% porque, a partir de ciertos valores, “el número absoluto” importa, pero no es menos cierto que lo que hay que producir, insisto, es una modificación “relativa”, no sólo absoluta.
Paso al castellano básico. Todos sabemos que, por ejemplo, las tarifas de energía, para las clases media y alta de la Ciudad de Buenos Aires y del Gran Buenos Aires, están “baratas”. Pero baratas en el sentido de que cuesta más caro el abono al servicio de un celular que la factura de la electricidad o la factura del gas. Si el año que viene, por ejemplo, el precio de la energía sube el 20%, pero el precio del servicio de celulares también, la energía seguirá siendo “barata” porque seguirá costando menos que el servicio de telefonía celular.
De manera que decir que los precios de ciertos servicios tienen que aumentar no es decir, simplemente, que tienen que subir el X%. La realidad es que tienen que aumentar respecto de todo lo demás.
Pero el tema central es que, en los últimos años, el precio relativo que más ha subido es el del costo del Estado. En otras palabras, el gasto público, financiado con impuestos, deuda acumulada (con jubilados que ganan más que la mínima, por ejemplo), expropiaciones (el “fondo de la Anses” que antes era “nuestro”), uso de reservas del Banco Central y la emisión directa de pesos disfrazada de “utilidades”. Ese aumento del gasto es “el modelo” y es ese descontrol el que ha permitido maximizar el crecimiento presente y contribuir fuertemente a ganar elecciones.
Pero ese aumento del costo del Estado ha sacado de competencia, ha encarecido al sector productor de bienes transables, la industria, por dos vías: la presión impositiva récord, por un lado, y el aumento de costos laborales por presión salarial y porque el Estado, como empleador, en especial en las provincias, le hace “competencia desleal” al sector privado.
A este tema se suma la devaluación del dólar a nivel global, que empeora aún más la situación de la competitividad industrial local.
El Gobierno, hasta ahora, trata de aliviar el problema prohibiendo importaciones, pero en un mundo globalizado como el actual, intentar administrar con la micro este problema macro tiene patas cortas.
La “puja distributiva”, entonces, no es intrasector privado con el Estado como árbitro, como relata el Gobierno. La puja, en la práctica, es entre “el modelo” y la competitividad del sector privado, fuente final y única de riqueza y crecimiento.
Por lo tanto, lo que se impone no es sólo levantar el pie del acelerador. Lo que hace falta es “frenar y doblar”. Y eso es más complejo.
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