Guatemala: una segunda vuelta cargada de incertidumbre
En algunos aspectos Guatemala no es muy diferente al resto de América Latina o a otras partes del mundo. Aquí también, de cara a unas elecciones presidenciales, volvieron a fallar las encuestas y tanto Otto Pérez Molina, el candidato más votado, como Manuel Baldizón, el segundo en las preferencias populares, obtuvieron un caudal de votos muy diferente al esperado. Como muestran los fríos datos recogidos en el escrutinio provisional (con el 94% de los votos escrutados), las predicciones (tanto las bien como las mal intencionadas, que de todo hay en la viña del señor) se equivocaron en ambas direcciones, atribuyendo más votos de los realmente conquistados a Pérez Molina y menos a Baldizón.
En efecto, el 36% obtenido por Pérez Molina está muy lejos del 48% pronosticado, lo que significa que ese 12% restante fue distribuido entre otros candidatos, especialmente Baldizón (obtuvo un inesperado 23,5%) y Eduardo Suger (16,2%). Inclusive Rigoberta Menchú, con un 3,2 fue votada por más gente de lo apuntada por la casi totalidad de los sondeos de las semanas previas a los comicios.
Estos desfases tan importantes indican por un lado fallos clamorosos a la hora de elaborar (cocinar en términos técnicos) y de valorar los resultados de las encuestas, pero también un especial comportamiento del electorado guatemalteco entre la primera y la segunda vuelta. En este punto, un elemento a destacar fue la elevada, en términos relativos, participación popular. En la jornada dominical votó un 65%, un 5% más de lo que tradicionalmente ocurrí desde 1985. Frente a un 40% de abstención en las seis últimas elecciones, en esta oportunidad la incomparecencia a las urnas fue de sólo un 35%, situándose en niveles comparables a otros países de la región.
A la vista de estos resultados, lo que parecía un casi imparable paseo militar del general Pérez Molina en su empeño de conquistar la presidencia de su país podrá no ser tal. Por eso serán importantes las predicciones de las próximas encuestas y, sobre todo, el resultado definitivo de la segunda vuelta. Su convocatoria, así como el orden de llegada de los principales candidatos son los logros que pueden reivindicar las empresas demoscópicas, pero poco más.
Tras estos resultados, bastante inesperados en su composición relativa, se puede afirmar que de cara a la segunda vuelta de las elecciones presidenciales guatemaltecas se ha introducido un componente de incertidumbre con el que hasta ahora no se contaba. Es más, en el hipotético caso de un triunfo de Baldizón se producirá una ruptura conceptual con los comicios anteriores y con la tradición electoral reciente del país que otorgaba el triunfo de una elección al segundo de la elección anterior.
El resultado, y con él la incertidumbre, fue favorecido por la actitud cuanto menos irresponsable de la ex primera dama, Sandra Torres, y de su ex marido, el presidente Álvaro Colom, en su insistencia por impulsar la candidatura de quien se presentaba como la Eva Perón guatemalteca. El empeño de Torres en concurrir a cualquier precio evitó que el esfuerzo de los pasados cuatro años se dedicara a consolidar un partido político con proyección de futuro. Si bien Sandra Torres no podía presentarse en 2011, si hubiera estado en condiciones de hacerlo, y con un mayor respaldo organizativo en 2015 si hubiera trabajado en la creación de una sólida estructura partidaria. Pero ya se sabe, las prisas por llegar al poder son las que son y nadie está exento de ellas.
Pese a las dificultades en el escrutinio de las elecciones parlamentarias se sabe que el Partido Patriota (PP), de Pérez Molina, será la principal fuerza parlamentaria, pero sin mayoría absoluta y que la coalición gubernamental UNE – GANA obtuvo la segunda posición. Probablemente con un mayor esfuerzo organizativo, que no clientelar a través de los planes sociales asistenciales y de los subsidios, el resultado del oficialismo podría haber sido mejor.
Una de las principales dudas respecto a la segunda vuelta gira en torno a la forma en que votarán quienes respaldaron a las opciones minoritarias, y que dada la gran dispersión del voto en esta elección suponen más del 40% del electorado, un factor con el que no se contaba. Por otro lado, los casi 12,5 puntos porcentuales de diferencia entre Pérez Molina y Baldizón no son una distancia infranqueable para el candidato menos votado. Es más, dado lo ocurrido en la campaña para la primera vuelta es probable que el tema de la seguridad se intensifique aún más. No se olvide que si bien Otto Pérez Molina pedía más mano dura, Baldizón era partidario de reintroducir la pena de muerte en Guatemala.
En este punto cabría recordar un par de cosas sobre el pasado reciente de Guatemala. La primera relativa a la creencia de que el narcotráfico es el origen de la violencia en el país. En realidad se podría decir que si el narcotráfico se ha implantado de la forma en que lo ha hecho es porque existía una base para ello y ésta estaba vinculada a una gran incidencia de la violencia en el país. No en vano y desde hace bastantes años, Guatemala era uno de los paraísos mundiales de la seguridad privada. Casos tan dramáticos como el asesinato del obispo Gerardi atestiguan no sólo el clima de inseguridad existente, sino también el de la elevada impunidad en la que se mueven quienes actúan al margen de la ley.
La segunda estriba en el papel de los militares en la política democrática del país. Es cierto que en caso de ganar Pérez Molina veríamos por primera vez, tras el inicio de la transición democrática, a un general al frente de la presidencia. Pero no olvidemos a Efraín Ríos Montt, que fue presidente del Congreso de su país cuando Alfonso Portillo ganó las elecciones presidenciales de 1999. Y no se trata de cualquier general, inclusive alguno acusado de haber intervenido en la represión, como Pérez Molina, sino de uno de los mayores exponentes de la violación de los derechos humanos en el país.
El problema o los problemas de Guatemala no pasan porque haya un militar retirado en el gobierno. La cuestión de fondo tiene que ver con la existencia de unas estructuras sociales y económicas injustas, con unas clases propietarias que parecen vivir de espaldas a su país, un país que tiene una muy baja presión fiscal (en torno al 11% del PIB), una de las más bajas del continente, en sintonía con Paraguay y Haití. Con esos recursos es difícil hacer cualquier tipo de políticas públicas coherentes, sean progresistas o conservadores. Por eso, gane quien gane no tendrá más remedio que meterse con el tema, aunque dados los compromisos adquiridos por los candidatos durante la campaña, especialmente para poder financiarla, es difícil que eso ocurra.
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