La paz en Colombia: Engañosas propuestas
El Tiempo, Bogotá
Cierta izquierda que tenemos en casa es amiga de las propuestas seductoras y de feroces descalificaciones, unas y otras divorciadas de la realidad.
Nada más seductor, por ejemplo, que manifestarse partidario del diálogo para poner fin al conflicto armado y exigir -como lo hace un Iván Cepeda- el desmonte de las estructuras de guerra.
Muy bonito también es decir que la población civil debe ser puesta al margen del conflicto armado y que para ello se han creado las llamadas Comunidades de Paz, como la de San José de Apartadó.
Quienes no comparten estas propuestas son vistos por los más connotados voceros de la izquierda colombiana como enemigos de la paz, miembros de la extrema derecha o de la tan de moda mano negra.
¿Cuál es la realidad? La conocemos todos. No es que seamos las víctimas de un conflicto cuya responsabilidad corre por partes iguales entre guerrilleros, paramilitares y militares y con el cual muy poco tenemos que ver, salvo como víctimas y espectadores ajenos a semejante lucha. Esta es una manera piadosa de cierta izquierda para disfrazar lo que desde hace más de 45 años padecemos: una guerrilla, sustentada por el narcotráfico, que se vale de métodos típicamente terroristas, como asaltos, atentados, asesinatos, secuestros, minas antipersona, y cuya principal víctima es la población civil.
Las Fuerzas Armadas cumplen la función de protegernos con un alto costo en vidas y en lisiados. ¿Quién que conozca la situación colombiana puede dudarlo? ¿Será una posición de extrema derecha reconocerlo así?
La población civil, víctima de las acciones terroristas de los grupos en armas, incluyendo desde luego a los paramilitares y ahora las 'bacrim', en vez de marginarse debe prestar su colaboración en esta lucha a través de redes de cooperantes. Como es universalmente sabido, la unión de la Fuerzas Pública y la población civil es esencial en los países amenazados por el terrorismo. Por otra parte, las llamadas Comunidades de Paz, creadas por voceros de la izquierda, no tienen los fines apostólicos que estos les asignan. Jamás he olvidado lo que 'Samir', el segundo comandante del frente V de las Farc, hoy reinsertado, me contaba en Carepa hace un año: "La Comunidad de Paz de Apartadó nos servía de refugio cuando había incursiones militares en la zona".
La paz, desde luego, es un anhelo nacional. Así lo percibieron mandatarios como Belisario Betancur o Andrés Pastrana cuando intentaron el diálogo. Pero luego del colosal engaño del Caguán, todos sabemos que la guerrilla se sirve de estos anhelos solo para reforzar o proteger su aparato de guerra. La triste verdad es que, pese a los golpes sufridos bajo el gobierno de Uribe, no se siente derrotada ni dispuesta a desmovilizarse. Cuenta con el millonario sustento de la droga, una nueva estrategia de lucha y una efectiva infiltración en el aparato judicial del país, en universidades y medios de comunicación.
Muchos colombianos, de izquierda o no, piensan hoy de buena fe que la guerrilla, incapaz de acceder al poder por las armas, tendrá tarde o temprano que negociar ventajosamente su desmovilización con el actual gobierno. Pues bien, esa opción tiene mucho de cuento de hadas. Las Farc y el Eln, atentos a lo que hoy ocurre en el continente, contemplan otra alternativa: la llegada al poder entre nosotros, tarde o temprano, de un movimiento similar al de Chávez en Venezuela o el de Correa, Evo Morales o Daniel Ortega, cuyo objetivo sería el mismo de la lucha armada: acceder al llamado Socialismo del siglo XXI. Como sea, es mejor examinar estas peligrosas opciones en vez de comer cuentos. Aunque por culpa de ello se nos siga ubicando en los malignos parajes de la extrema derecha.
La paz, desde luego, es un anhelo nacional. Pero todos sabemos que la guerrilla se sirve de estos anhelos solo para reforzar o proteger su aparato de guerra.
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