Me queda la palabra
SALAMANCA. – “Si he sufrido la sed, el hambre,/ todo lo que era mío y resultó ser nada,/ si he segado las sombras en silencio/ me queda la palabra”. Pues esto es lo que canta Paco Ibáñez poniéndole música a un poema de Blas de Otero. Pero lo que es a los cubanos, pasan hambre, pasan sed, perdieron todo lo que era suyo, y ahora resulta que ni siquiera les queda la palabra. Por lo menos, el régimen piensa que es así.
Dentro de su proyecto represivo, en nombre de una revolución que ha fracasado, según lo reconocieron tanto Fidel Castro como su hermano Raúl en un intento de querer explicar las innovaciones introducidas en la economía de la isla, ahora le toca a la prensa. Mauricio Vicent, corresponsal del periódico “El País” y de la cadena SER, en La Habana, fue convocado al Centro Internacional de Prensa (CPI), que depende del Ministerio de Relaciones Exteriores de Cuba, donde le comunicaron que se le retiraba su credencial de trabajo. Esta es la perla más reciente de la censura que aplica el gobierno revolucionario, pero no la primera, ya que tiene varios antecedentes. Anteriormente, habían sido ya invitados a abandonar la isla Gary Marx (sin consideraciones a su apellido), corresponsal del diario norteamericano “Chicago Tribune”; Stephen Gibas, de la BBC de Londres, y César González-Calero, del periódico mexicano “El Universal”, entre otros.
La credencial que se le retiró a Mauricio Vicent es imprescindible para poder trabajar como corresponsal extranjero dentro de Cuba. La decisión fue tomada basándose en el artículo 46 de la Resolución 182, dictada por el gobierno en 2006. De acuerdo a dicho artículo, la credencial “podrá ser retirada temporal o definitivamente a un periodista” cuando el CPI considere “que ha faltado a la ética periodística y/o no se ajusta a la objetividad en sus despachos”. Para justificar la aplicación de este artículo, las autoridades cubanas dijeron que el corresponsal de “El País” “ofrece desde hace tiempo una imagen parcial y negativa de la realidad cubana, lo que se ha agudizado en los últimos tiempos, hasta el punto de influir en la línea editorial del periódico”, motivos por los cuales el Gobierno ha decidido retirarle definitivamente la credencial de trabajo.
La situación que desembocó en esta censura se había iniciado hace un año, aproximadamente. Las autoridades se negaban una vez y otra a renovarle la credencial. Debido a ello, Vicent no podía asistir a ninguna conferencia de prensa ni actividad institucional. Pero, por el momento, le permitían enviar sus artículos desde La Habana (*).
No debe ser mera coincidencia que eso que califica el CPI como “desde hace un tiempo” que el periodista ofrece una visión “parcial y negativa de la realidad cubana” coincida con la entrada de la isla en una profunda crisis que no solo abarca la economía, sino también la ideología; una situación que ha venido agravándose desde que colapsó la Unión Soviética y desapareció el Muro de Berlín. La cartilla de racionamiento sufrió importantes recortes, el Estado se declaró incapaz de seguir financiando la ociosidad de los cubanos como vino haciéndolo desde 1960 con el apoyo de Moscú, y en el último congreso del Partido Comunista de Cuba (PCC), Raúl Castro, convertido entonces en presidente sucesor de su hermano Fidel, dijo públicamente que el régimen se mostraría más flexible en cuanto al trabajo remunerado y los trabajadores independientes que, a partir de entonces, podrían estar al frente de su propio negocio.
La diplomacia española se puso inmediatamente en movimiento con la esperanza de que Cuba reconsiderara su posición, pero fueron informados, oficialmente, de que “la decisión era irrevocable”, dejando claro que la medida era contra el periodista Mauricio Vicent “y no contra El País ni la cadena SER”. Es evidente que este tipo de esquizofrenia es propio de los regímenes dictatoriales, que pueden establecer dualidades donde es imposible: el hombre y el político; lo que opina como ciudadano y lo que opina como político; lo que opina como futbolista y lo que opina como ministro; lo que opina como padre de familia y lo que hace como funcionario público. Es una historia que en nuestro país la conocemos muy bien desde hace largo tiempo.
Por más que digan que controlan férreamente el poder, saben, en el fondo, que la canción de Paco Ibáñez tiene razón: a los ciudadanos, desprovistos de todo, les queda la palabra.
* Información ofrecida por el periódico “El País” de Madrid.
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