Cuando se acaba la libertad

Panamá América

Cierre los ojos y piense que está en medio de la selva. No cualquier selva, sino esa donde acechan los felinos y abundan las serpientes venenosas.

En sus pies unas cadenas que lo atan a un árbol. Su entorno es hóstil y hombres armados custodian cada uno de sus movimientos.

Ni hablar de la comida, solo lo necesario para sobrevivir.  Alejados de su familia por meses y hasta años, está condenado a  escuchar sus voces por viejos radios sin poder decir nada.

Cualquiera puede volverse loco y explotar de ira, aunque parezca una descripción de una película de suspenso es lo que viven  muchas personas  secuestradas por las guerrillas de la FARC en Colombia.

Sus historias son espantosas, pero dejan un mensaje fuerte sobre el valor de vivir en democracia donde se respeten los derechos  ciudadanos.

Los grupos armados utilizan el secuestro como un instrumento de chantaje contra el gobierno. Siempre se pone en juego la libertad de personas inocentes.

Panamá es un país que todavía no ha alcanzado esos niveles de violencia, sin embargo  los últimos casos que se han reportado ponen en duda si las entidades de seguridad están preparadas para esos casos de alto perfil.

Es un hecho que  las calles no son tan seguras como antes,  puede que tenga de vecino a un sicario, un narcotraficante o un psicópata. Al margen de los escándalos por la  titulación de tierras, la segunda vuelta electoral y los colores que utiliza “Jumbo Man”, es importante colocar el problema de la seguridad entre las prioridades del Estado.

Los organismos de seguridad deben transformarse y ajustarse a la realidad.  Los cambios deben ejecutarse de manera conjunta con  los sectores productivos del país. 

No solo se trata de crear   leyes y endurecer penas.  Va más allá y  es necesario ir a los barrios conversar con los ciudadanos y hacerlos parte de la solución.

La politiquería no acaba con la violencia.