¿Eurobonos? No gracias
Libre Mercado, Madrid
Será que me gusta llevar lo contraria, pero que la solución a la crisis de deuda son los famosos eurobonos es algo que no me trago. Sobre todo porque creo que lejos de ser una buena idea lo único que va a hacer es hundirnos aún más. Tengo varias razones, pero se resumen en dos: no funciona y es la sentencia de muerte a los valores europeos.
Desde un punto de vista práctico los eurobonos no van a calmar la ira de los mercados. Los inversores de crédito, los que compran deuda, se fijan principalmente en los flujos de caja de la entidad de la que compran deuda, en este caso Europa. Antes de invertir analizan si el emisor es capaz de hacer frente a los pagos, tanto del principal como de los intereses. En función del resultado de ese análisis fijan sus condiciones de precio. El análisis en cuestión se fija en cuáles son las fuentes de ingresos y cuáles los principales riesgos. Al final la rentabilidad que exigirán será la que cubra el punto de riesgo más relevante. En conclusión, los inversores valoran la cadena por su eslabón más débil.
El eslabón más débil en el caso de Europa son aquellos países que presentan dudas, incluido España. Haciendo un símil bancario cuando miramos a un banco nos fijamos mucho en el número de morosos que tienen por un lado, y por otro en los activos en riesgo. En el caso de la zona euro los morosos serían Grecia, Portugal e Irlanda (los que ya han sido rescatados). El PIB de estos tres países juntos representa algo más del 6% del PIB del conjunto de la zona euro. Si añadimos a éstos los países que más preocupan a los inversores – Italia, Bélgica y España – ese porcentaje asciende hasta el 38,5% del PIB europeo. ¿En qué se fijará un inversor al comprar eurobonos, en la solvencia de Alemania –que representa un 27% del PIB de la zona euro– o en la debilidad de esos seis países? Yo creo que lo más probable es que todos pagaremos una rentabilidad entre la que paga España y la que paga Italia.
Lo que los inversores quieren, y han querido siempre, es una serie de normas simples y claras. Unas reglas que se cumplan. Las reglas existen y en ellas reside la solución. No son estas reglas terriblemente estrictas. Bastaba con tener un déficit máximo del 3% y que la deuda pública no sobrepasara el 60% del PIB. El objetivo, una suerte de homogeneización fiscal para hacer el euro viable mientras cada estado mantenía su soberanía financiera. Al ser fijadas, éstas presumían de inflexibilidad, de dureza. Para pertenecer al club había que ser excepcional. No todos fueron excepcionales, Grecia no lo era. Grecia entró en el euro sin cumplir las reglas, y eso que mentía, continuó mintiendo en los años posteriores y miente ahora a la troika del Fondo Monetario Internacional y de la Unión Europea. Lo que suponen estos eurobonos, y también los rescates, es que cambiamos el lema de la Unión Europea. Vamos a pasar de unidad en la diversidad a las palabras de Groucho: estos son mis principios, si no le gustan tengo otros.
Otro aspecto de carácter práctico que me preocupa es que los eurobonos supondrán el incremento del monstruo público. Mientras los inversores y los mercados esperan gobiernos más austeros, hará falta crear otro vehículo europeo –uno más– para gestionar la emisión de los bonos. Una entidad con sus funcionarios, sus gastos generales y administrativos, sus directivos, sus coches oficiales, suma y sigue. Una excusa más de la burocracia europea para apropiarse de las competencias nacionales y continuar creciendo.
Desde el punto de vista moral, los eurobonos son un paso más en la quiebra de los valores de responsabilidad. Como he dicho, Grecia nos ha mentido, y lo continúa haciendo, y no pasa nada. La credibilidad de todos los miembros de la Unión Europea se basa en que se espera un vínculo efectivo entre las acciones de sus miembros y las consecuencias que estas acarreen. Cada estado ha de ser responsable de sus decisiones y todos lo suficientemente valientes y firmes como para hacer que esto sea así. El proteccionismo se está convirtiendo en el mal del mundo occidental, y en especial de Europa. Como este estado o este banco no son capaces de hacer frente a sus responsabilidades todos pagamos la factura con nuestros impuestos. Este principio también se aplica a los inversores. Si un país no es solvente, sus acreedores deben perder dinero. Así ha sido siempre de un modo u otro. En eso consiste la relación entre rentabilidad y riesgo. Por eso los bonos griegos pagan más que los españoles y éstos más que los alemanes. Espero que nuestros políticos, por lo general faltos de visión de futuro –cuando futuro significa cualquier cosa más allá del mes que viene– sean valientes y no se dejen timar una vez más.
José Berdugo es analista financiero.
- 23 de enero, 2009
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