Por qué acude Abbás a la ONU
Aunque diplomáticamente inconveniente para las potencias occidentales, la tentativa del Presidente de la Autoridad Palestina Mahmoud Abbás de acudir a las Naciones Unidas a declarar de forma unilateral un estado palestino ha suscitado simpatía generalizada. Después de todo, ¿qué otra opción le quedaba? Según la versión aceptada, la paz en Oriente Próximo es imposibilitada por un Israel radical encabezado por el Likud que se niega a aceptar un estado palestino y que sigue construyendo asentamientos.
La forma en que esta grotesca inversión de la verdad se ha convertido en la opinión generalizada es notable. En realidad, Benjamin Netanyahu obligó a su coalición encabezada por el Likud al reconocimiento abierto de un estado palestino, generando de esta forma el primer consenso nacional de Israel en torno a una solución de dos estados. También es el único primer ministro que accede a una moratoria de los asentamientos — 10 meses — algo que ningún ejecutivo Laborista ni Kadima ha hecho nunca.
A lo cual Abbás respondió boicoteando las conversaciones durante nueve meses, haciendo acto de aparición al décimo, y luego abandonando las conversaciones en cuanto expiró la moratoria. La semana pasada reiteraba que va a seguir boicoteando las conversaciones de paz a menos que Israel renuncie — por anticipado — a cualquier territorio más allá de la demarcación de 1967. Lo que significa, por ejemplo, que el barrio judío de Jerusalén es territorio palestino. Esto no es absurdo simplemente. Vulnera todo acuerdo de paz anterior. Todos dictaminan que tales exigencias han de ser el contenido de las negociaciones, no su precondición.
Abbás insiste sin vacilar en el denominado "derecho de retorno", que destruiría demográficamente Israel al inundarlo de millones de árabes, transformando así el único estado judío del mundo en el estado árabe número 23 del mundo. Y ha afirmado públicamente en repetidas ocasiones, la última vez la semana pasada en Nueva York: "No vamos a reconocer al estado judío".
Esto tampoco es nuevo. Es perfectamente consistente con el largo precedente de rechazo palestino a la existencia de Israel. Piense:
— Camp David, año 2000. En una cumbre auspiciada por Estados Unidos, el Primer Ministro Ehud Barak ofrece a Yasser Arafat un estado palestino en Cisjordania y Gaza — y sorprendentemente, la división de Jerusalén antes inconcebible. Arafat se niega — y no hace ninguna contraoferta, poniendo así de relieve su ausencia de seriedad a la hora de alcanzar cualquier acuerdo. En lugar de eso, en cuestión de dos meses, inicia una salvaje guerra terrorista que cuesta la vida a un millar de israelíes.
— Taba, año 2001. Un acuerdo todavía mejor — los Parámetros Clinton – se contempla. Arafat vuelve a marcharse.
— Israel, año 2008. El Primer Ministro Ehud Olmert realiza la capitulación definitiva a las exigencias palestinas — el 100 por ciento de Cisjordania (con intercambios territoriales), autodeterminación palestina, división de Jerusalén convirtiéndose las zonas musulmanas en la capital de la nueva Palestina. E increíblemente, ofrece convertir los lugares sagrados de la ciudad, Muro de las Lamentaciones — lugar más sagrado del judaísmo, su Kaaba — incluido en una entidad internacional administrada por Jordania y Arabia Saudí.
¿Acepta Abbás? Por supuesto que no. De haberlo hecho, el conflicto habría acabado y Palestina sería ya miembro de las Naciones Unidas.
Esto no es historia antigua. Cada una de las tres conversaciones de paz ha tenido lugar durante la última década. Y cada una contradice de forma total la presente narrativa insensata de "intransigencia" israelí como obstáculo a la paz.
¿Los asentamientos? Cada asentamiento dentro de la nueva Palestina será destruido y vaciado, justamente igual que pasó en Gaza.
¿Por qué dicen que no entonces los palestinos? Porque decir que sí les obliga a suscribir un acuerdo de paz definitivo que acepta un estado judío sobre lo que ellos consideran patrimonio musulmán.
La palabra clave aquí es "definitivo". Los palestinos están muy dispuestos a suscribir acuerdos provisionales, como Oslo. Acuerdos de marco de negociaciones, como Annápolis. Acuerdos de alto el fuego, como el armisticio de 1949. Cualquier cosa menos un acuerdo definitivo. Cualquier cosa menos una paz definitiva. Cualquier cosa menos un tratado que ponga fin de una vez por todas al conflicto — dejando en pie todavía un estado judío.
Después de todo, ¿a qué acudió Abbás a las Naciones Unidas la pasada semana? Durante casi medio siglo, Estados Unidos ha buscado un acuerdo en Oriente Próximo apoyado en la fórmula de tierra por paz. La política de tierra por paz dio lugar al tratado de paz Israel-Egipto de 1979 y al tratado de paz Israel-Jordania de 1994. Israel ha ofrecido a los palestinos territorio a cambio de paz tres veces desde entonces. Y desde entonces ha sido rechazado cada una de las tres.
¿Por qué? Exactamente por la misma razón por la que Abbás acudió a las Naciones Unidas la pasada semana: a obtener territorio sin paz. Soberanía sin ningún reconocimiento recíproco de un estado judío. Autodeterminación sin negociaciones. Una Palestina independiente en un estado continuo de guerra contra Israel.
es la razón de que, con independencia de quien gobierne Israel, nunca haya habido paz. Las diferencias territoriales son posibles de solucionar; los conflictos existenciales no.
Territorio a cambio de paz, sí. Territorio sin paz no es sino una invitación al suicidio.
© 2011, The Washington Post Writers Group.
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