El Salvador: Tarjetas de crédito: lo que no se ve
La reforma que acaba de aprobarse a la Ley del sistema de tarjetas de crédito, permite reflexionar sobre dos temas muy relacionados: a) La vigencia de Bastiat, pensador francés del Siglo XIX, cuyo mayor legado fue haber destacado la importancia que en materia económica tiene "lo que no se ve", y b) El vigor de las tentaciones populistas, esas que en manos de políticos en campaña se potencian hasta el infinito…, procurando que la población se concentre sólo en "lo que se ve". Para que sea más fácil venderle espejitos de colores.
Cabe destacar que entre los políticos que sucumben a tales tentaciones, hay que incluir a quienes circunstancialmente se opusieron a esta reforma: su falta de claridad conceptual quedó en evidencia al no cuestionar la ley vigente. La enfermedad del populismo, mezclada con su pariente cercano, el mercantilismo, no hace distingos de (supuestas) ideologías.
En efecto, la citada ley tiene aspectos muy cuestionables, que lamentablemente nadie está proponiendo modificar: en su artículo 35, inciso d), indica que entre las "obligaciones de los comercios afiliados" se encuentra la de "no aumentar el precio del bien o servicio por compras con la tarjeta de crédito".
Peor aún, y a todas luces indefendible, es la segunda parte de ese inciso, que impide "diferenciar (precios) por compras en efectivo". Es decir, la ley actual le cuida el negocio a las tarjetas de crédito. No vaya a ser que la gente exija seriamente descuentos por pago en efectivo, algo legítimo por naturaleza pero ilegal en El Salvador. Y que a los bancos se les reduzca el negocio. Habría que ser ingenuo para no verlo.
Si así se comportan, todos, ante las cosas que "se ven", no debería sorprender que algunos estén queriendo introducir un precio máximo a la tasa de interés cobrada por los bancos en las tarjetas de crédito. Que eso es lo que quieren reformar.
Es la vieja historia de ponerle techo a un precio de la economía. Ignorando, o queriendo ignorar, que eso produce desabastecimiento y mercado negro. Dos cosas que hoy "no se ven", pero que serían inmediatamente visibles ante la puesta en funcionamiento del precio máximo. Nos guste o no.
Por un lado desaparecería la oferta de crédito formal a clientes a los cuales los bancos sólo les otorgan préstamos, vía tarjeta de crédito, si la tasa de interés cubre el riesgo inherente de tales clientes.
Y por otro lado, dado que esos clientes seguirán requiriendo préstamos, sea para consumo o para sus microempresas, se los estará entregando en bandeja a los agiotistas. Habría que vivir en una burbuja para ignorarlo. O no abrir nunca los diarios.
Y "se verán mucho más" ante un techo en la tasa de interés del mercado formal. Potenciarán su pingüe negocio: más clientes a quienes cobrarles tasas mucho más altas que el techo del mercado formal. ¿Es eso lo que se quiere?
La tasa de interés, que no es el precio del dinero sino el precio del crédito, no puede ser igual para todos los deudores por una simple razón: algunos deudores representan para los bancos un mayor riesgo que otros. Y eso se refleja, desde que el mundo es mundo, como un componente de la tasa de interés denominado "prima de riesgo". Riesgo de que no pague.
Es el mismo concepto por el cual cuando los Estados Unidos emiten deuda pagan muy bajos intereses, mientras que si lo hace un país con baja calificación crediticia los intereses serán sustancialmente mayores. La diferencia es la prima por riesgo-país.
¿Qué pasaría si algún organismo internacional "decretase" que a ningún país se le puede cargar una prima por riesgo-país mayor que determinado porcentaje? Quedaría sin financiamiento. ¿Por qué alguien compraría títulos de deuda de un país riesgoso si la diferencia de rendimiento no justifica tomar el riesgo?
Esa manía de no ver, ¿será realmente ceguera? ¿O será que sirve para vender espejitos?
Hasta la próxima.
El autor es Ingeniero, Máster en Economía (ESEADE, Buenos Aires) y columnista de El Diario de Hoy.
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