Argentina «K»: Otro ciclo populista que parece agotarse
El “modelo”, tal como lo conocimos en la primera gestión de Cristina y Amado está agotado, terminado. El largo ciclo del populismo argentino, cuya versión más exacerbada vivimos en los últimos años, se enfrenta, por lo tanto, a su dilema habitual: “Tregua o Policía”.
Me explico antes de que sea tarde.
El “modelo” ha sido una fuerte redistribución de ingresos a favor de ciertos grupos de la población, y ciertos asalariados y empresarios, a costa de otros grupos de la población, de otros asalariados y empresarios, afectando la eficiencia productiva y el crecimiento sustentable de largo plazo.
Esta redistribución fue posible, sin mayores conflictos (salvo, en su momento, la batalla por la 125 o los episodios relativamente menores en torno al reparto y actualización de planes sociales o vivienda), porque un escenario internacional muy favorable y los “stocks” acumulados en los expropiados fondos de pensión, en las reservas del Banco Central, en la sobreinversión para la generación de energía de los 90, en los millones de cabezas de ganado liquidadas, en la tierra excesivamente “sojizada”, la financiaron, generando una “sensación de bienestar” permanente.
Sensación ayudada por un aparato comunicacional muy inteligente, hay que reconocerlo, y por una política opositora que nunca encontró ni los liderazgos ni la “música” para ponerle letra al relato alternativo; algunos –la mayoría– porque comparten el populismo reinante, aunque les molestan algunas de sus formas más exacerbadas; otros porque se han resignado a seguir las encuestas de opinión y esperar su oportunidad (estrategia razonable dada la experiencia negativa de quienes, valientemente, prefirieron remar contra la corriente y han fracasado rotundamente en las urnas de las primarias).
Pero, como decía, toda redistribución sostenida artificialmente termina afectando la eficiencia productiva, la competitividad y el crecimiento sustentable de manera que, tarde o temprano, se explicita su transitoriedad.
El primer síntoma lo tuvimos con la necesidad de completar el financiamiento público con el uso creciente del impuesto inflacionario, pese al récord de presión tributaria real; el segundo surgió con la explosión del precio de la carne, cuando se agotaron los stocks. El tercero, lo estamos viviendo con la creciente importación de energía y la caída de las reservas y la producción de petróleo y gas, los faltantes de combustibles en el interior, los cortes sistemáticos a industrias y con el inútil intento oficial de frenar importaciones (la única forma de frenarlas en las actuales circunstancias y globalización de la producción es con menor crecimiento o recesión).
Lo sorprendente es que estos síntomas surgieron a pesar del extraordinario incremento del precio de la soja y sus derivados en el último bienio y en el marco de una liquidez internacional en dólares y un poder de compra de los vecinos brasileños, sin precedentes.
Lo cierto, entonces, es que, salvo otro salto favorable en el escenario internacional, el próximo gobierno enfrenta la necesidad de “suspender” la redistribución por un tiempo, reconociendo su artificialidad actual y cambiando precios relativos a favor de la eficiencia productiva, (la típica tregua populista) o intentar “prolongar” el momento, insistiendo cada vez con más restricciones inútiles, controles, desdoblamientos del mercado cambiario, crédito dirigido, etc. etc.
Hasta ahora, el Gobierno ha enviado señales mixtas. Por un lado, se empieza a dejar trascender que hace falta reducir los subsidios a las tarifas públicas y empezar a sustituirlos por aumentos de los precios o moderar los aumentos salariales (¿yo lo soñé, o alguna vez escuché que los aumentos salariales agrandaban el mercado interno y no generaban inflación o presión de costos?); por el otro, los voceros extraoficiales ya mencionan la necesidad de tener “un tipo de cambio para cada uno” y algunos funcionarios insisten en “dirigir el crédito” para incrementar la producción (¿sin importar los precios relativos y las rentabilidades?).
En síntesis, el modelo ya no será lo que era, y veremos, en los próximos meses, si se intenta el difícil camino de desarmar lo armado o si se prefiere insistir hasta que se rompa.
Mientras tanto, hasta los “amigos” han decidido esperar la respuesta con dólares en el bolsillo.
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