¿Demasiado gordo para ser presidente?
El País, Madrid – The American way of life
Como dicen los estadounidenses, el tamaño del Gobernador republicano de Nueva Jersey, Chris Christie, ha sido el elefante en la habitación que todo el mundo percibía pero que nadie se atrevía a señalar. Sólo los humoristas más irreverentes con carta blanca que parece que no ofenden digan lo que digan se lanzaron a degüello. Fue el caso del legendario David Letterman, que en su clásica lista del 'Top Ten' dedicada a cuán diferente sería EEUU si Christie fuera presidente elevó a un respetable número dos que en lugar de invadir Irak, el país invadiría Ihop (o lo que es lo mismo, la mega cadena de restaurantes de pancakes). Ja, ja, ja.
El tabú se iba resquebrajando poco a poco, con consultas en la web de algunos periódicos y algunas cadenas de información acerca de qué pensaban los ciudadanos sobre tener a un presidente gordo (fat, la otra palabra f, f word, que no se puede mencionar por corrección política). Hasta que se evaporó en el aire cuando un reportero tuvo el valor de cuestionar al propio Christie en la conferencia de prensa que daba el martes para anunciar que no sería candidato a la nominación republicana para las elecciones presidenciales de 2012 que pensaba de las informaciones que insinuaban que estaba "demasiado gordo para ser presidente".
Christie respondió, con voz y cara de pocos amigos, que pare él eso no era noticia y que los únicos que parecían disfrutar eran los medios. El Gobernador reconoce su exceso de peso así como admite que tiene serios problemas para ponerse a régimen. Pero no disimula su gordura ni se escuda en excusas: "Estoy gordo porque como demasiado", dijo en un programa nocturno de CNN.
Ya es un hecho que Christie no correrá en la carrera de fondo que es la elección a la Casa Blanca pero en cualquier caso su irrupción en la escena política nacional ha dejado abierta la incógnita: ¿se puede estar demasiado gordo para ser presidente? La obesidad se encuentra entre uno de los mayores problemas de la nación. Y se supone que el presidente debe de ser un ejemplo a seguir para sus ciudadanos, argumentan quienes llevan días debatiendo el tema en los foros de internet. Es más… ¿no es peligroso que el líder de la nación tenga ya problemas de salud añadidos que pueden dificultar su tiempo en la Casa Blanca? O, en el otro fiel de la balanza, ¿no es discriminatorio y ofensivo juzgar a alguien por su aspecto físico?
El país que inventó el footing pero también la Coca Cola produce obesos y fanáticos del culto a la imagen por igual. Amplios espectros de la sociedad se alimentan de sodas y hamburguesas de tres pisos y patatas fritas mientras otros se dejan sumas imposibles de dinero en dietas y desfiles por los quirófanos de los cirujanos plásticos para que en su cuerpo no hay resto de grasa.
Dentro de la polémica sobre el gran tamaño -ni mentar the f word: fat; gordo- ha habido quien se ha puesto a desenpolvar los nombres de los próceres que pasaron por el número 1600 de Pensilvania Avenue y han rescatado para las crónicas de la actualidad a William H. Taft, presidente número 27 de Estados Unidos entre 1909 y 1913.
Taft pesaba unas poderosas 300 libras -más de 135 kilos- y está en los libros de historia que en más de una ocasión tuvo que recurrir a la ayuda del servicio doméstico de la Casa Blanca para que le ayudaran a zafarse de la bañera en la que se solía quedar atascado. Harto del incómodo y poco íntimo percance tomó una drástica decisión: instaló una bañera en la que cabían cuatro hombres y decidió que se fotografiaran en ella como prueba de que nunca más volvería a quedarse atascado en su baño matinal.
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