La imprecisa frontera entre lo público y lo privado
El tema es viejo, complejo y en extremo polémico definir, dónde comienza y dónde finaliza el derecho que tienen los ciudadanos para conocer la información sobre un funcionario público; desde otro ángulo, también hay cierta nebulosa para determinar dónde comienza y dónde finaliza lo que compete única y exclusivamente al ciudadano y, al mismo tiempo resguardar, como un tesoro inalienable, su intimidad.
No hay respuestas definitivas ni mucho menos universales, entre otras razones, porque se depende no sólo del grado de madurez democrática que posea una sociedad –lo que incluye la fortaleza de sus instituciones y leyes–, sino también del tipo de régimen que se tenga, así como de la tradición y el espacio que haya logrado alcanzar la población.
Lo que sí podemos plantear, y eso trataremos de hacer con algunos ejemplos, son algunas directrices que, sin duda alguna, nos pueden ayudar a dilucidar la problemática, pero sobre todo, a tener los criterios para aplicarlos a la práctica informativa diaria.
De entrada hay que señalar dos cuestiones: una, en general, desde los medios de información decentes, que buscan ser profesionales y se rigen con principios éticos claros y definidos, y dos, no se busca fisgonear ni mucho menos poner al descubierto la intimidad de una persona sin que exista una razón justificada, sino motivados por el derecho que tiene la población de conocer la verdad.
Un par de ejemplos: hace unos años, un presidente guatemalteco fue filmado por un noticiero de televisión en un "night club", en Nueva York. Esto no hubiese tenido mayor relevancia si no fuera porque lo hizo pocas horas después de pronunciar su discurso oficial ante las Naciones Unidas, además de pagar sus gastos con dinero de los contribuyentes, porque proyectaba en público un ideario ético-religioso y decía representar a los evangélicos de su país.
En El Salvador hubo un ejemplo claro al respecto que tenía que ver con un ciudadano que "golpeaba a su esposa" y tenía una demanda por violencia intrafamiliar; cosas del destino y de los políticos, en una votación pública fue elegido Procurador General de la República. Una investigación determinó que se trataba de la misma persona y se publicó el caso.
De igual manera podemos recordar a un expresidente brasileño, quien no terminó su período y fue a parar a la cárcel por su acelerado enriquecimiento. El problema no es que gasta o no, que utilice o no objetos de lujo o que viaje sin más, la cuestión es que sea financiado con fondos de los impuestos… todavía más, que se enriquezca conuna jugosa "comisión" de una millonaria licitación o simplemente robe y se quede con fondos del Estado.
En ningún momento con estos ejemplos se rompió con el proceso ético informativo al hacer públicos rasgos personales de los funcionarios. El primero y el tercero no sólo por utilizar fondos del Estado sino también por contrariar su ideario religioso; el segundo, claramente tenía un problema que "resolver", no tanto como abusador cuanto como jefe de la institución protectora, entre otros, de los derechos de la mujer.
Hay otros casos: en los regímenes totalitarios, a pesar de que existe la tentación permanente al culto de la personalidad en cuanto tal, suelen ser muy celosos, sumamente celosos de lo que pueda saberse e informarse, por ejemplo de un presidente o de un alto funcionario. En su momento, la enfermedad de Fidel Castro, hace unos años, o el cáncer de Hugo Chávez, fueron secretos de Estado; diferente en Estados Unidos, donde incluso se hicieron detalladas infografías de la operación a la que fue sometido el expresidente Ronald Reagan.
Aquí la cuestión comienza a obscurecerse, sin embargo hay que decirlo con claridad, la población tiene que saber, estar enterada, informada sobre la salud de sus funcionarios, sobre todo para dar certidumbre al proceso de Gobierno y saber a qué atenerse de cara al presente y al futuro. No hacerlo "por cuestiones de Estado" es endeble, excepto que se quiera seguir agitando la piel del tigre ante los enemigos, como el Cid Campeador, que en su última batalla marchó al frente de sus soldados, muerto.
El autor es editor jefe de El Diario de Hoy.
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