Julio Mario
El Tiempo, Bogotá
La noticia de su muerte nos llegó en París, donde mi esposa y yo nos hallábamos por algunos días. Y no nos dejó indiferentes. De algún modo la muerte de Julio Mario sacudió en mí viejos recuerdos asociados a Barranquilla; a nuestros amigos comunes en esa ciudad, a su entorno familiar y a él mismo, con quien, pese a muchos años de distancia, acabamos tratándonos como viejos amigos.
Nunca he olvidado la extraña aventura que me llevó a Barranquilla para trabajar en un periódico de su propiedad, el 'Diario del Caribe'. Fue una travesura de Álvaro Cepeda, su joven, fiel e inolvidable amigo y su hombre de confianza. Apenas supo que yo andaba sin trabajo, luego de haber renunciado a continuar dirigiendo en Colombia la agencia cubana Prensa Latina, me propuso que viajara con él aquella misma noche a Barranquilla para trabajar en el 'Diario del Caribe'. Nunca imaginé que aquel salto mío a esa ciudad iba a durar más de ocho años.
Fue, por cierto, un salto lleno de inesperadas sorpresas. La primera me cayó como un baldado de agua helada cuando don Mario Santo Domingo, padre de Julio Mario, le dio a Álvaro Cepeda la orden de despedirme por haber recibido el informe de que yo era un peligroso reportero comunista traído de Bogotá. (Ese rótulo me acompañaría por mucho tiempo, sin que se supiera que mi renuncia a Prensa Latina había sido motivada por el control que asumieron comunistas cubanos de aquella agencia).
Si no me volví entonces a Bogotá al quedar cesante fue por el empeño de Álvaro Cepeda de dejarme en su casa mientras salía a flote, y por la inesperada sorpresa de haber conocido a una bella muchacha, elegida meses atrás reina del Carnaval, llamada Marvel Luz Moreno. (Con ella me casaría cinco meses más tarde).
Pero volviendo a Julio Mario: todos los amigos que cada anochecer yo encontraba en La Cueva eran muy cercanos a él. Al lado del propio Álvaro Cepeda estaban siempre allí Alejandro Obregón, Eduardo Vila, Alfonso Fuenmayor, González Ripoll, Guillo Marín, el Chorlo Maldonado y otros cuantos. Todos veían entonces a Julio Mario como un amigo jovial, mundano, mujeriego; es decir, una especie de dandi en cuyas manos podía naufragar el mundo empresarial de su padre. Las sorpresas nos fueron cayendo a todos cuando el supuesto dandi mundano tomó el volante de las empresas heredadas y dio los primeros golpes que lo convertirían en el visionario y motor de un imperio industrial. El primer golpe fue el de convertirse en el primer accionista de Bavaria con el dinero que esta empresa le había pagado por la venta de Águila.
De su entorno familiar fui siempre muy cercano. Primero de 'Pipe', su hermano; luego en Barcelona de Cecilia, su hermana; y más tarde, en París, de Beatriz Alicia, su otra hermana, y de los hijos de 'Pipe'. Siempre me impresionó la manera como la muerte jugó en esta familia el papel de funesta intrusa. 'Pipe' hijo -un muchacho encantador- murió trágicamente como su padre, de igual manera que la propia Cecilia.
Todas estas indirectas aproximaciones a Julio Mario explican cómo, cuando al fin nos conocimos en Madrid gracias a Noemí Sanín, nuestro encuentro fue el de dos viejos y cordiales conocidos. Esa misma tarde convinimos con él y con Beatriz, su esposa, una visita a la exposición que mi mujer Patricia Tavera tenía en Madrid. Fue para nosotros una verdadera sorpresa descubrir el ojo crítico y la atención que Julio Mario fijaba en cada una de las obras. Era alguien que de verdad disfrutaba del arte. Sí, nos despedimos aquella tarde como viejos amigos. De ahí que la noticia de su muerte no sólo nos golpeara, sino que desatara en mí este tropel de viejos recuerdos.
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