La advertencia de Argentina a Estados Unidos
The Wall Street Journal Americas
A menos de un mes de que Barack Obama asumiera la presidencia de Estados Unidos, la presidenta de Argentina y peronista a ultranza Cristina Fernández de Kirchner ofreció una evaluación de su gobierno: "Yo no sé si Obama habrá leído a [Juan Domingo] Perón, pero déjenme decirles que se pareció mucho, ¿no?".
En aquel momento, Kirchner hablaba a los miembros del sindicato de la recién nacionalizada Aerolíneas Argentinas, y confesaba que se sentía "contenta". Los gobiernos de todo el mundo se hallaban interviniendo sus economías como una "copia" del modelo que Argentina venía implementando desde 2003, cuando su marido Néstor se convirtió en presidente. Sus razones para vincular a Obama con uno de los corporativistas más notorios del siglo XX eran las siguientes: "El otro día escuché al presidente del país más poderoso de la tierra en términos tecnológicos, financieros, decir que los sindicatos no son parte del problema, sino que son parte de la solución, y que quiere también sindicatos grandes y prósperos junto a empresas grandes y prósperas".
Recordé esas observaciones la semana pasada, cuando los grandes sindicatos parecían haber tomado el mando del proyecto "Occupy Wall Street", que ya cuenta con la simpatía de Obama y el apoyo de todo el Comité Demócrata de Campaña Congresal. Hasta ahora, las protestas han sido sobre todo una forma de atracción. Sin embargo, la seria influencia de los sindicatos podría cambiar las cosas, haciendo hincapié en la pregunta política fundamental de nuestro tiempo: ¿continuará EE.UU. liderando el mundo en términos de apertura, libertad individual y tolerancia, o acaso los estadounidenses cambiarán su libertad por subsidios, derechos y protección contra la competencia?
En ese sentido, la experiencia de la Argentina de Kirchner es instructiva. Abandonó el libre mercado, aparentemente en aras de la justicia social. El resultado predecible ha sido mayor injusticia, más pobreza y creciente concentración de la riqueza y el poder en manos de la clase política y sus amigos. Los esfuerzos para hacer competitiva la economía han sido derrotados constantemente e incluso el nivel de vida se ha deteriorado.
Argentina pone a prueba la teoría de que las democracias tienen una capacidad incorporada para corregir la extralimitación del gobierno. No sólo ha sido incapaz de salir del agujero negro del corporativismo, sino que se hunde cada vez más en él. El país ahora parece dispuesto a volver a elegir a Kirchner, el próximo domingo. Algunas encuestas de opinión le dan a ella la mayor victoria en 30 años. Su rival más cercano, un socialista, cuenta con una popularidad de apenas 15%.
Los argentinos también votarán por un tercio de los escaños en el Senado y la mitad de los representantes de la Cámara de Diputados. Las encuestas sugieren que varios se verán beneficiados por los votos a favor de Kirchner. Se espera que su partido, el Frente para la Victoria, no alcance la mayoría simple en la Cámara Baja, pero eso podría cambiar si la presidenta gana por un amplio margen. En el Senado, el control de su partido se da por sentado.
Eso es algo preocupante porque a Kirchner le gusta llevar la batuta, y ya tiene un firme control político sobre el poder judicial. Su arbitrario uso del poder rara vez ha sido revisado. Las creíbles acusaciones de corrupción en su gobierno no son investigadas con seriedad. El banco central ya no es independiente, y economistas del sector privado colocan la inflación anualizada en 24%. La prensa libre también está en riesgo. En un clima de amenazas e intimidación del gobierno, se enfrenta a la autocensura. Si Kirchner pasa a controlar también el Congreso, es poco probable que el pluralismo argentino esté a salvo.
Sin embargo, los argentinos la reelegirán y no sin razón. El trabajo ha sido siempre el bastión del peronismo y esa lealtad sigue vigente. Puede que los productores locales sueñen con liberarse de los controles de precio "voluntarios" impuestos por el gobierno, pero la depreciación de la moneda ha mantenido su competitividad en el extranjero, y les gusta los subsidios gubernamentales. Los agricultores han vivido un auge de exportaciones con precios en dólares. Incluso los famosos "piqueteros", grupos de activistas de izquierda que bloquean carreteras y paralizan ciudades para demandar justicia social, tienen una relación simbiótica con este gobierno: la satisfacción de su "indignación moral" requiere de una mayor intervención del gobierno, por lo que constituyen una útil herramienta para Kirchner. Tendría que pensar en eso la próxima vez que alguien le diga que Occupy Wall Street es un pasivo para Obama.
También ha habido un significativo aumento del proteccionismo. Además de los altos aranceles, el gobierno restringe la licencia de importación de unos 600 productos en un esfuerzo que obligue a las empresas a trasladar la producción al interior del país. El BlackBerry, de Research In Motion (RIM), se produce ahora en Tierra del Fuego, a un costo que de acuerdo con la revista The Economist, es 15 veces mayor que en Asia.
El diario argentino Clarín informó que el gobierno ha incautado 1,6 millones de libros importados en su intento por revivir la industria editorial local. Si un importador no puede llevar la producción a Argentina, tiene que encontrar la manera de exportar algo por el mismo valor, de manera tal que no genere déficit comercial. Todavía no se sabe cuándo Kirchner comenzará a tejer sus propios suéteres con hilos producidos localmente.
En los primeros tres trimestres de este año, las salidas netas de capital ascendieron a US$17.200 millones, por encima de los US$16.400 millones que salieron del país durante el mismo período de 2008, en medio de la crisis financiera. En otras palabras: el dinero inteligente entiende en qué dirección Kirchner está tomando el país, incluso si los votantes no lo hacen. Estadounidenses, tomen nota de ello.
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