La vulnerabilidad de El Salvador

Pocas inversiones son tan claramente rentables como las necesarias para proteger a la población contra lluvias y terremotos, ya que desgraciadamente sabemos que estos desastres se repetirán seguramente, y acarrearán enormes pérdidas humanas y materiales si no nos preparamos para protegernos contra ellos. Es decir, el beneficio es seguro y es sustancial.

El problema es conseguir los recursos necesarios porque el costo de estas obras es enorme, en el orden de varios cientos de millones de dólares. Incluyen no sólo las nuevas obras de protección que son esenciales para controlar las aguas, sino también las que son indispensables para dar mayor resistencia a la infraestructura existente y las que son necesarias para reconstruir la que se ha destruido y para relocalizar a los que viven en lugares altamente vulnerables.

Todo esto se une a las enormes inversiones que el país tiene que hacer en otros temas que no se pueden posponer, tales como la provisión de educación, salud y seguridad. La lista de las necesidades que hay que llenar es tan larga, y las cantidades que se necesita para llenarlas son tan grandes, que podría parecer que es imposible salir de la pobreza. No lo es. Todos los países desarrollados lo han logrado aplicando unos cuantos principios fundamentales:

Primero, es esencial darle gran prioridad al crecimiento económico, ya que éste es la fuente de los recursos que servirán para resolver los problemas sociales. Una economía creciendo al 4 por ciento real con un dos por ciento de inflación, por ejemplo, no sólo colecta más impuestos sino que puede tomar prestados fondos iguales al 6 por ciento del PIB sin que la relación de la deuda al PIB aumente. Esto, en El Salvador, sería en este momento equivalente a más de 1,200 millones de dólares anuales. Lo que se necesita para lograr crecimiento es dar seguridad a los inversionistas. Esto no es caro. Y es esencial.

Segundo, es esencial también reconocer que el Gobierno no puede hacerlo todo, y debe por lo tanto concentrarse en hacer lo que los otros sectores de la sociedad no pueden hacer. No tiene sentido que el Gobierno no tenga dinero para atender a la protección contra los desastres naturales y esté usando fondos para cosas como el Puerto de la Unión, que puede ser manejado privadamente.

Tercero, es esencial también dar prioridad en el Gobierno a las inversiones públicas y la prestación de servicios de calidad por sobre los subsidios. En este momento el Gobierno está gastando enormes cantidades en subsidios que no dejan nada permanente a los beneficiarios. Los ochenta millones que el Gobierno gasta por año en proveer de vestuario a los niños de las escuelas, por ejemplo, no les deja nada a estos niños para su futuro. Este dinero, en cambio, podría usarse para mejorar la calidad de la educación, asegurándoles un mejor futuro a estos niños.

Lo mismo pasa con el subsidio para el gas. Ahora le dan 8 dólares y pico por mes a cada beneficiario, una cantidad que, aunque puede ser sustancial para muchos, no es crucial, no saca de problemas a nadie. En cambio, si estos cientos de millones de dólares se gastaran en obras de protección contra los desastres naturales los pobres se beneficiarían mucho más. En vez de un puchito para cada uno, obras grandes que de verdad les cambien la vida para mejor.

Esto no es ideológico sino pragmático. La provisión de servicios públicos de calidad son más valiosos para los pobres que subsidios que desaparecen al gastarse. Es en eso que el Gobierno debe concentrarse. Este y los siguientes.

El autor es Máster en Economía, Northwestern University y columnista de El Diario de Hoy.