Hacia un ajuste heterodoxo en Argentina
A primera vista, decir “ajuste heterodoxo” es una contradicción en los términos.
En efecto, si algo ha caracterizado a la llamada heterodoxia local ha sido negar el ajuste como instrumento de política.
¿Pero qué se define, en este contexto, como ajuste? Básicamente, la desaceleración deliberada, por medio de política fiscal o monetaria, o ambas, del aumento de la demanda de bienes y servicios en general y del consumo en particular, lo que se conoce popularmente por “enfriar la economía”.
En esa línea, podría inscribirse la política brasileña de los primeros meses de este año. Una economía acelerada que, para evitar un recalentamiento que derivara en un peligroso aumento de la tasa de inflación, y en estrangulamientos de oferta, decidió sacrificar algo de crecimiento, con un ajuste del gasto público. Los cambios en el escenario internacional llevaron a los hermanos brasileños a modificar, en parte, esta política, reduciendo la tasa de interés y dejando deslizar el tipo de cambio, aprovechando para mejorar, marginalmente, el tipo de cambio nominal, e incorporar más restricciones al comercio, tratando de evitar que el menor crecimiento se transforme, eventualmente, en una recesión.
La Argentina electoral ha vivido al margen de los cambios del escenario mundial y regional. En todo caso, las modificaciones del panorama local no surgieron de la política económica, sino del sector privado, que votó a favor del Gobierno en las primarias, pero que está votando en contra de su política cambiaria con una fuerte salida de capitales. Esta situación tuvo una respuesta errática de política. Primero, se dejó deslizar el tipo de cambio. Luego se ancló el dólar y se permitió una suba de la tasa de interés en pesos, y ahora se ha vuelto a dejar subir levemente la divisa, siempre con alguna pérdida de reservas.
Pero lo cierto es que, superado el proceso electoral, existen tres caminos evidentes: o la compra de divisas por parte del sector privado se calma con el paso del tiempo, porque el Gobierno nos convence de que nada cambiará y que la pérdida de competitividad cambiaria (por el diferencial entre tasa de devaluación y tasa de inflación) puede ser compensada de otra manera (restricciones a las importaciones, crédito dirigido, subsidios diversos); o se modifica la política cambiaria, convalidando las expectativas de devaluación; o se modifican las expectativas de devaluación, moderando la tasa de inflación esperada.
El primer escenario parece un “más de lo mismo”, y si por el momento no ha convencido a los demandantes de dólares, resulta difícil pensar que el mero paso del tiempo lo logrará. Al contrario, cuanto más tiempo rija la discrepancia entre tasa de devaluación y tasa de inflación, mayores expectativas respecto de que “algo habrá que hacer”.
El segundo escenario claramente implica un ajuste, aunque relativamente ortodoxo. Una mayor devaluación del tipo de cambio reduce el poder de compra salarial y la demanda interna, sin una respuesta compensatoria, al menos en el corto plazo, por el lado de las exportaciones.
El tercer escenario, reducir la tasa de inflación esperada para acercarla a la tasa de devaluación esperada y, al menos, evitar que el problema empeore, sólo es posible o bien con un brusco cambio en la política fiscal y monetaria, (lo que implicaría también un ajuste “ortodoxo”), o bien con un intento de acuerdo social que modere los aumentos salariales y de precios lo suficiente como para reducir la tasa de inflación esperada, acompañando el acuerdo, para darle credibilidad, con una menor expansión del gasto público y de la política monetaria.
Este escenario permitiría, en algún momento, una aceleración de la devaluación, sin un reflejo directo sobre el aumento de precios y salarios (“encorsetados” en el acuerdo social).
Pero, obviamente, al final del día, este esquema se traduce en una caída del salario real medido en dólares y en una desaceleración de la demanda.
En síntesis, vamos hacia un ajuste heterodoxo, aunque ajuste al fin.
La duda de muchos es, por un lado, si este ajuste resulta suficiente para retomar inversiones sin “regalo” (ojo que igual se presiona la demanda en el corto plazo), o si el Gobierno preferirá recurrir a alguna nueva expropiación (como en 2008), a mayores impuestos o a colocar deuda en el sistema financiero local, y seguir manejando la inversión y el gasto discrecionalmente.
Continuará…
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