Hotel Indignados
Libertad Digital, Madrid
En Nueva York los Indignados tomaron el Puente de Brooklyn durante unas horas antes de ser dispersados. En Madrid, no contentos con la acampada versión Woodstock (pero sin números musicales memorables), que durante meses convirtió la Puerta del Sol en un improvisado camping, un grupo ha okupado un hotel situado en la céntrica calle Carretas.
Desde hace una semana las cámaras de televisión, los curiosos y simpatizantes con la causa de los antisistema, se detienen frente al antiguo Hotel Madrid –que hace unos años fue clausurado–, atraídos por esta tribu urbana cuyas señas de identidad son las rastas, los piercings y un cierto aire destroyer que recuerda a la ola okupa de los punk en Inglaterra.
Del movimiento del 15-M, con el asentamiento de los Indignados y sus asambleas del pueblo, salvo el apartado que obedece a la dura realidad de más de 5 millones de parados y un 22 % de la juventud española desempleada, muchos de sus enunciados forman parte de una utopía más juvenil que una vía seria para resolver la falta de salidas laborales.
Basta con ver las pancartas y proclamas de los nuevos inquilinos del hotel, para comprender que muchos de estos jóvenes despeinados son como aquellos niños a los que se les deja construir una cabaña en el árbol del jardín. Los chiquillos juntan ramas, clavan tablones y llevan unos víveres al improvisado refugio, pero tarde o temprano deben volver a su dormitorio porque sólo se trata de una pasajera aventura de muchachos.
En el Hotel Indignados, que por el abandono no reúne condiciones sanitarias ni de seguridad, los okupas que se han apoderado de una propiedad ajena pretenden convertir el deteriorado espacio en un centro social con plantas temáticas. Por ejemplo, en el primer piso podría establecerse un taller de autoempleo. En el segundo, un centro educativo. En el tercero, porqué no, un estudio de alfarería o guiñoles. Un mundo idílico que evoca a las comunas hippies de la década de los sesenta, sólo que sin margaritas en el pelo ni signos de la paz, porque el ambiente social de hoy es bastante más desesperanzador que en los tiempos de "Haz el amor y no la guerra". Sin duda, este establecimiento no tiene las resonancias míticas del Chelsea Hotel, que en Manhattan reunió (previo pago en recepción) a bohemios, rebeldes y artistas emergentes de la categoría de Jack Kerouac, William Burrough, Janis Joplin, Bob Dylan o Leonard Cohen.
Bien, los Indignados creen que pueden okupar la propiedad privada y autogestionarse como un kibutz. ¿Pero de qué modo serán productivos para generar bienes y ganancias como en los eficientes colectivos de Israel? Que sepa, nunca lo han aclarado entre la humareda de los canutos y las litronas de cerveza. Por lo pronto, los "colonos" del hotel le han pedido a la gente y vecinos de la zona que les proporcionen refrescos, comida, cuerdas, bolsas de basura, botellas de agua. O sea, su proyecto depende más de las donaciones y limosnas que del fruto de un esfuerzo dirigido a unos resultados tangibles.
Los coloristas Indignados que se han convertido en la última atracción de un barrio de por sí pintoresco, hablan de hacer composting como opción orgánica a la falta de cuartos de baño operantes. Y ante la carencia de agua corriente, han dicho que demostrarán que se puede vivir del agua que se recoja de la lluvia. Difícil misión en una ciudad con clima seco en la que no ha caído una gota del cielo en los últimos 45 días.
Si uno pasa por la mañana o al final de la tarde frente al portal de este establecimiento, que antaño fue hogar de paso de actores y de viajantes de comercio, seguramente se encontrará a estos hombres y mujeres anti establishment discutiendo sobre la próxima asamblea o pidiendo firmas para su imprecisa pero apasionada causa.
Será cuestión de tiempo antes de que un buen día el Hotel Madrid vuelva a su ser fantasmagórico. No lloverá lo suficiente, ni crecerán hortalizas en el asfalto, ni habrá una demanda popular de titiriteros. Sencillamente, los Indignados tendrán que unirse al resto de los mortales que cada día amanecen con el reto de sobrevivir en el marco de las imperfectas instituciones de un imperfecto sistema de partidos políticos que se miden en las urnas. Si no, siempre pueden coger la mochila y aprender a ser productivos en un kibutz.
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