Comulgar con ruedas de molino
Si hubiera que señalar la nota principal del sistema partitocrático, una subespecie de dictadura que durante treinta y cuatro años ha regido los destinos de España, ésta sería sin duda la falta de transparencia de la política. Resulta extraordinariamente difícil analizar cuáles son las razones reales de las decisiones con trascendencia pública que toman los políticos que se erigen en representantes de un país que, según las últimas estadísticas oficiales, cuenta con una población nacional de casi cuarenta y dos millones de habitantes.
Es un sistema apoyado en la perduración de numerosas mentiras sobre su origen, su legitimidad y la propia historia del país sobre el que se asienta; donde, no por casualidad, los políticos de la generación que se encontró con el poder después de la muerte del dictador Franco se llenaron la boca de frases grandilocuentes a propósito de la libertad y la democracia al mismo tiempo que construían un poder endogámico, cuyas bases se sustentarían en la cooptación de sus oligarcas. Las prescripciones de la malograda Constitución española de 1978 (art. 6) en el sentido de que la estructura interna y el funcionamiento de los partidos políticos debían ser democráticos ha tenido que suscitar carcajadas espasmódicas en las direcciones de los que componen el espectro político español. Grandes y pequeños. Nacionales y nacionalistas. Izquierdistas y derechistas.
En realidad, la dinámica de su funcionamiento (por no hablar de los sindicatos) se asemeja al centralismo democrático promovido por Lenin y sus secuaces. En este caso ese modelo de asociación disciplinada y sectaria buscaría el asalto al poder del Estado del (mal llamado) bienestar. Una forma de gobierno que cuenta con increíbles resortes de coacción sobre los individuos (¿no se propone hacerlos felices y saludables?) y que, como vía intermedia entre el socialismo y el liberalismo, bascula entre una y otra inspiración. Sin embargo, propende a la expansión del poder omnímodo del Estado en virtud de la clásica paradoja del intervencionismo vislumbrada por Mises.
Por otro lado, las relaciones de estos clanes entre sí y con la sociedad nunca se presentarían claramente ante la opinión pública y los tratos y apaños que considerasen necesarios para su supervivencia quedarían ocultos bajo un manto de impostada oficialidad. Cuanto más se repite que el parlamento constituye el centro de la vida política, menos debates serios se dan en él. Las ruedas de prensa hace mucho tiempo que no ponen en aprietos a los políticos. Bien es cierto que los maestros en este arte del engaño, los que han llevado la iniciativa de casi todos los desmanes acaecidos durante estos años, se han agrupado en torno a las siglas del PSOE. Resulta pasmosa la osadía y la temeridad con la que sus líderes transgreden las leyes de una manera u otra. Como pueden transitar del crimen de Estado contra los terroristas políticos a apoyarse en esos mismos terroristas para urdir una trama de apoyos externos a su grupo que les permita detentar el poder. O al menos ser la fuerza decisiva de todos los asuntos públicos. Por supuesto siempre subvirtiendo la legalidad en su propio beneficio.
Vienen al caso estas reflexiones a cuenta de la larga maceración del pacto con la ETA perpetrado por el gobierno con la aquiescencia del supuesto partido de la oposición. La pasada semana –un mes exactamente antes de la celebración de las elecciones generales– tenía lugar el penúltimo acto de este cambalache urdido en las bambalinas del poder político copado por unos pocos. La escenificación tiene ribetes de burla cruel. Solo unos malvados pueden ser los guionistas de esta farsa. Inmediatamente después de la celebración de una reunión con observadores internacionales, y nada menos que blandiendo el poder de la diputación foral de Guipúzcoa como evidente contraprestación anterior, los sempiternos encapuchados de la ETA, erigidos en representantes únicos de unos cuantos españoles –y de algunos franceses– como son los vascos, transmiten su decisión de dejar de matar y extorsionar porque, dicen, está en marcha un proceso de superación de un conflicto del que no ofrecen demasiados detalles. Sin embargo, piden (¿?) a los gobiernos de España y Francia la apertura de un proceso de diálogo directo para resolver "las consecuencias del conflicto y, así, la superación de la confrontación armada".
Utilizan el típico lenguaje codificado tan común entre otros grupos marxistas que consideran el crimen como una faceta más de la lucha política. Como no cabía esperar menos, dado el largo tiempo de preparación de esta pantomima, se sucedieron las reacciones oficiales de la otra parte en ese conflicto virtual, perfectamente sincronizadas y de una pasmosa simetría.
Es difícil de prever las últimas consecuencias de este juego macabro de pillos. ¿Se producirá la temida "balcanización" de España? No creo que ningún grupo terrorista de los surgidos en Europa occidental en los años sesenta del pasado siglo pudiera haber soñado con conseguir un tratamiento igual al que han conseguido los etarras. Un trato basado en la infame mentira de considerar a las víctimas de sus crímenes como a los damnificados de una catástrofe natural o un accidente. Y, lo que es todavía más siniestro, por el que van a obtener, cuando menos, una sustanciosa cuota de poder estatal y la suelta de sus pistoleros de las cárceles como si se tratara de prisioneros de guerra. No comulgo con ruedas de molino.
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