El Salvador: Ojalá que llueva café
Olvidarlo sería de una torpeza imperdonable, esas que en nuestros barrios latinos se cometen con demasiada frecuencia. Encandilados, quizás, porque la reaparición del sol es más fuerte que la memoria. O, peor aún, nublados por esa costumbre de aplaudir discursos baratos. Digan ser de izquierda o de derecha. Que los hay de ambos.
Los actos de la naturaleza son inevitables. La gravedad de sus consecuencias, sin embargo, dista de serlo. Depende de la calidad de la infraestructura física, socia obligada del desarrollo socio-económico. El cual, por su parte, es función de la seguridad jurídica y del clima de negocios.
Se trata, nada menos, que del círculo virtuoso del desarrollo frente al círculo vicioso del subdesarrollo. La diferencia consiste en hacer lo que corresponde.
La realidad demuestra que los embates de la naturaleza no condenan a ningún país a la pobreza. Por el contrario, la pobreza es la que condena a una sociedad a lidiar en desventaja frente a esos golpes. Con el lógico resultado de ver multiplicados, miserablemente, sus efectos negativos: más desgracias personales, más sufrimiento y mayores pérdidas económicas.
Para muestra, un botón: los Estados Unidos y el Japón son las dos economías más grandes del planeta pese a los frecuentes impactos meteorológicos que afectan a los primeros. Y a los tremendos terremotos que azotan a los segundos. La naturaleza no es excusa para ser pobres.
Asimismo, el argumento de los desastres naturales desvía la atención del problema de fondo, el de un Estado que nunca cumplió adecuadamente con sus obligaciones. Historia conocida en América Latina, donde siempre sobró el autoritarismo (público y privado…), pero donde siempre faltó la autoridad. Para hacer lo que corresponde.
En este punto es importante destacar que el dinero está lejos de ser un obstáculo: con los más de 200 millones de dólares que el Estado salvadoreño malgastó en el Puerto de La Unión, y que una concesión adecuadamente diseñada hubiera logrado que aportaran inversionistas privados…, se podrían haber hecho cosas más útiles que construir miles de toneladas de hormigón y de acero. Ociosas. Y oxidándose.
Se podría tener, también sin aportes del Estado (de los contribuyentes…), infraestructura público-privada de vías férreas y de autopistas que comuniquen La Unión con San Salvador y con Tegucigalpa. El Estado, claro está, viene fallando desde mucho antes del 2009. Pero eso no les quita obligaciones a quienes hoy lo administran.
Además, hay que conectar La Unión con Puerto Cortés y con Santo Tomás de Castilla. De lo contrario, ¿cómo se competirá contra un canal de Panamá que pronto va a estar ampliado?
Si hasta hubo dinero para construir un camino que une la nada con ningún lugar: la donación de 461 millones de dólares de los fondos del milenio.
Durante varias décadas se creyó que sobre El Salvador siempre llovería café. Eso era falso, y de hecho nunca llovió café: las exportaciones de productos tradicionales, entre las cuales estaba el café, representaban un porcentaje muy alto (40%)…, pero de un total de exportaciones que apenas superaba los $500 millones anuales (¿Cómo está El Salvador?, Fusades, 2009).
Y es evidente que el café, sin ningún agregado de valor, no le alcanzó a El Salvador para desarrollarse, sino apenas para venderle algo al mundo mientras los caprichosos vientos internacionales, que mueven los precios de las materias primas, se lo permitieran.
Es que el café, en verdad, sólo llueve en las canciones de Juan Luis Guerra. En la vida real lo único que llueve es agua, provocando inundaciones y muertes cuando la infraestructura no es la adecuada.
Dado que El Salvador siempre tendrá lluvias y terremotos, es hora de sumarle infraestructura al admirable temple que su gente tiene para superar las adversidades. Y que no sigan cruzando el Niágara en bicicleta.
Hasta la próxima..
El autor es Ingeniero, Máster en Economía (ESEADE, Buenos Aires) y columnista de El Diario de Hoy.
- 28 de diciembre, 2009
- 25 de noviembre, 2013
- 16 de junio, 2012
- 8 de junio, 2012
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