Entre plebiscitar y gobernar
El movimiento estudiantil, como los que apoyan la Patagonia sin represas y otros que quieren imponer alguna agenda, pretenden que sus demandas se plebisciten. Suena de innegables credenciales democráticas exigir que la gente decida y cunde la idea de una reforma constitucional que establezca los plebiscitos vinculantes para resolver problemas.
Juristas y políticos la promueven y ante los que dudan, citan ejemplos de democracias "boutique" donde se practica, como Suiza, que realiza con impecable regularidad el rito de los plebiscitos y con gran efectividad, rechazando por amplia mayoría ideas románticas, pero inviables, como suprimir el Ejército (no podrían entonces fabricar y venderle al mundo las famosas cortaplumas "Swiss Army"), o California, aunque con dudoso éxito, cuando sucesivos referéndums han aprobado un sinnúmero de gastos y, contradictoriamente, límites a los impuestos, siendo la crisis fiscal la causa del descrédito de los gobernadores de ese estado norteamericano desde hace muchos años.
Pero precisamente en lugares como esos, con innegables credenciales democráticas, cundió el pánico cuando el primer ministro griego anunció que llamaría un referéndum para que decida la gente si está dispuesta a someterse a las condiciones exigidas por Europa y el FMI para el rescate de su quebrada economía. Nadie insinuó siquiera esperar el resultado de la votación, que daría legitimidad al sacrificio, en una consulta cuya pregunta a los griegos habría sido algo así como: "¿Desea que los alemanes sigan pagando la cuenta o prefiere hacerse cargo usted de ella?". Adivine la respuesta. El resto de Europa la adivinó y no estuvo dispuesta a tolerarla, y los políticos griegos deberán asumir su deber, a pesar de las protestas en la calle.
Es un caso extremo para entender los límites y riesgos de la democracia directa, que en rigor es una negación de la democracia y una suerte de anarquía. La democracia es una forma de elegir a quienes habrán de gobernar, a los que corresponde realizar una labor de integración de las demandas con los recursos disponibles. Si la tarea fuera preguntarle todo a la gente, ¿para qué habría gobierno? El desafío de gobernar en democracia es hacer lo que se debe y con el consentimiento ciudadano, que es cambiante, para lo cual el sistema contempla elecciones periódicas, pero nunca todos los días. Lo que se vota implícitamente en éstas es un balance de lo realizado, no cada medida. Las consultas vinculantes a la ciudadanía no son ajenas a la democracia, por el contrario, la potencian, pero deben tener fines acotados y hacerse en forma que los que votan asimilen los costos y beneficios.
En Chile, el gobierno ha tratado de practicar una forma de democracia directa, leyendo las encuestas y actuando conforme a ellas, y no le ha ido bien. En el último tiempo parece venir de vuelta y ha empezado a asumir su rol, a hacer lo que se debe y decir que no a muchas ideas populares, pero erradas. Los que creen que es intransigente y que no oye el clamor popular no debieran olvidar que el mundo casi se precipita a una crisis económica de imprevisibles repercusiones por un llamado escapista a referéndum; y nada menos que en la tierra de Pericles.
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