Cuando la Iglesia encubre criminales
Primero lo obvio. Cualquier persona que encubra o proteja a un criminal que violó, abusó sexualmente de un menor de edad o que esté involucrado en pornografía infantil es, también, un delincuente que debe ser enjuiciado, castigado y encarcelado. No importa si es sacerdote o si no lo es. Ojalá el Vaticano esté escuchando.
Este es precisamente el argumento de la procuraduría del condado Jackson, en Missouri, que acusó al obispo católico, Robert Finn, y a la diócesis de Kansas City por encubrir durante meses a un sacerdote, Shawn Ratigan, que tomó fotos pornográficas de niñas. La acusación central es por no reportar a tiempo el abuso infantil. Es la primera vez que un obispo norteamericano sufre este tipo de acusaciones.
En diciembre del 2010 un técnico encontró varias fotografías de niñas desnudas en la computadora del sacerdote Shawn y se lo comunicó a la diócesis. Pero la diócesis, a cargo del obispo Finn, esperó hasta mayo de este año para llamar a la policía y entregar al sacerdote.
Durante casi medio año –desde que descubrieron pornografía infantil en su computadora hasta que fue entregado– el sacerdote Shawn participó en fiestas de niños, en una primera comunión y en eventos de la iglesia, según reportó el diario The New York Times. Durante ese período el sacerdote aparentemente tomó fotografías de una niña desnuda de la cintura para abajo.
La acusación oficial sugiere que eso se hubiera evitado si el obispo Finn y la diócesis de Kansas City hubieran cumplido con la promesa que hizo la Iglesia Católica norteamericana hace una década de entregar prontamente a la policía a sacerdotes que abusaran de niños. Tanto el obispo como la diócesis han negado las acusaciones, tienen derecho a su defensa y han asegurado que lo pelearán en una corte.
La evidencia contra Ratigan, según fue publicado, incluye “cientos de fotografías de niños en la laptop del sacerdote Ratigan, incluyendo la vagina de una niña, faldas levantadas e imágenes centradas en los genitales”.
Pero salgamos de Kansas City por un momento. ¿Cuántos obispos y líderes de la iglesia han encubierto a miles de sacerdotes acusados de abuso sexual infantil y no les ha pasado nada? El caso del obispo Finn llama la atención, precisamente, porque es el único en el continente americano. Solo un obispo francés ha sido acusado de un caso similar, según investigó el NYT.
Esto afecta a vivos y muertos. La prisa por santificar a Juan Pablo II debe ceder ante una investigación exhaustiva sobre lo que sabía el antiguo papa respecto a los abusos sexuales a menores de edad cometidos por el fundador de los Legionarios de Cristo, Marcial Maciel. La estrecha cercanía de Juan Pablo II con Maciel hace poco probable que el Papa ignorara las múltiples acusaciones en su contra. La pregunta es, a la vez, sencilla y brutal: ¿encubrió Juan Pablo II a Maciel? Si lo encubrió, entonces, que no lo hagan santo.
El actual papa, Benedicto XVI, también tiene mucho que explicar. El entonces cardenal Joseph Ratzinger estuvo encargado de las investigaciones de abuso sexual contra sacerdotes católicos cuando presidió la Congregación de la Doctrina de la Fe de 1981 al 2005. El caso de Marcial Maciel cayó, literalmente, sobre sus rodillas y no hizo nada al respecto. ¿También lo encubrió?
Además, cuando Ratzinger fue obispo de Munich recibió (junto con otras personas) un memorandum, el primero de febrero de 1980, en que se confirma el traslado de un sacerdote pedófilo, Peter Hullerman, de la congregación de Essen a la de Munich. Hullerman vuelve a trabajar con niños y en 1986 fue encontrado culpable de abusar sexualmente de varios de ellos. El portavoz del Vaticano, Federico Lombardi, aseguró que el actual Papa “no tuvo conocimiento” del traslado de parroquia del padre Hullerman. Aun así, la cultura que prevalecía en la Iglesia Católica en ese entonces era la de proteger a los sacerdotes criminales y no a sus víctimas, niños en la mayoría de los casos.
Regresemos a Kansas City. Hay dos razones de cierto optimismo en este caso. Una es que, tarde, pero el sacerdote Shawn fue entregado por la iglesia a la policía. Ese no ha sido el caso en la mayoría de los 3 mil casos de abuso sexual de sacerdotes reportados entre el 2001 y el 2010.
Y dos, que un obispo por fin tiene que explicar su comportamiento ante la justicia. Esto es nuevo. En caso de ser encontrado culpable, el obispo solo tendría que pagar mil dólares y estaría en la cárcel un máximo de un año.
El castigo, tan leve, ya no importa. Lo que importa es que, finalmente, se da el primer caso de un obispo norteamericano que se enfrenta a la justicia por, supuestamente, encubrir a un pedófilo. La sotana no debe proteger a nadie. El principio legal y moral se sostiene: no se vale saber durante medio año que hay un abusador sexual interactuando con niños de la parroquia y no hacer nada. Hay silencios que matan.
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