Desarrollo humano en Chile
No ha pasado inadvertido el último Informe anual de Desarrollo Humano del Pnud. En efecto, la opinión pública ha tenido dos lecturas. De acuerdo con información objetiva, Chile se ubica en un lugar privilegiado de alto desarrollo humano entre 187 países, con avances significativos en educación, salud e ingresos. Sin embargo, una mirada diferente es la que cuestiona el modelo de desarrollo que se ha instaurado en el país, como también el diseño de políticas públicas en un marco donde ha prevalecido un rol subsidiario del Estado.
Es evidente que en las últimas tres décadas Chile ha vivido transformaciones estructurales que han modificado el escenario económico y social. Por un lado, el crecimiento económico ha permitido un aumento significativo de los niveles materiales, además de cambios en los patrones de consumo y estilos de vida. Por otra parte, hemos enfrentado modificaciones en la estructura social, a través de un incremento en el capital cultural y educacional. Por ejemplo, sabemos que un 70% de los actuales estudiantes de la educación superior pertenece a la primera generación que accede a ese nivel. Al mismo tiempo, se aprecia un debilitamiento de las instituciones del Estado como principal mecanismo de ascenso social y económico, además de un cambio en los criterios de jerarquización social, dando mayor prioridad al mérito.
Pese a lo anterior, y tal como lo viene planteando el Pnud hace varios años, Chile enfrenta diversos desafíos, entre ellos la mala distribución del ingreso. En efecto, el ranking de desarrollo humano empeora significativamente cuando se ajusta por el nivel de desigualdad. Ahora bien, este enfoque es parcial, dado que se podría esperar que la desigualdad de ingresos de las generaciones más recientes haya mejorado. Esto se explica en parte por una disminución significativa en el número de personas con educación básica incompleta, como también por una caída en la rentabilidad de la educación superior. En este contexto, es compatible un aumento de la desigualdad entre generaciones, con una caída en la que se mide dentro de cada una. Sin embargo, aún hay un porcentaje de personas con educación básica incompleta, por lo que un mejoramiento sustantivo en los indicadores de desigualdad sólo se apreciará en la próxima década.
Por último, está la necesidad de tener una visión panorámica de la distribución geográfica de los logros de desarrollo humano entre cada región y dentro de ellas. Es necesario ir más allá de visiones globales acerca de la realidad del país. Esta generalmente se construye sobre la base de perfiles promedio y no da cuenta de la diversidad existente al interior de la sociedad. En Chile la heterogeneidad es un rango distintivo. Así, por ejemplo, cabe recordar que aunque la mortalidad infantil a nivel nacional es similar a la de países desarrollados, hay diferencias de hasta 30 veces entre una comuna pobre y rica. Algo similar ocurre en los resultados educacionales. Por lo tanto, se hace más imperativo profundizar la estrategia de descentralización, dotando a las regiones y comunas con capacidad de gestión en recursos humanos y financieros.
- 28 de diciembre, 2009
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