Las elecciones de 2011 en los EE.UU.: resultado reñido
Por supuesto, la del martes no fue lo que se dice la noche de los Demócratas. Sí disfrutaron de una gran victoria, la derogación de la reforma del contrato colectivo de los funcionarios en Ohio. Pero en el resto, apenas les lució el pelo. La noticia más relevante fue la ausencia de cualquier tendencia Republicana relevante. La gran resurrección Republicana de 2009-10 se ha desacelerado hasta transformarse en un ritmo extremadamente lento.
El martes, Ohio fue el indicador. Los electores rechazaron decisivamente en las urnas la reducción de las pensiones y los derechos de negociación colectiva de los funcionarios públicos, recién promulgada por los Republicanos a imagen de la que tiene Wisconsin. Cierto, hicieron falta 30 millones de dólares de los sindicatos que superaron el presupuesto de la otra parte 3 a 1. Cierto, la derogación solamente devuelve la regulación de las relaciones laborales al estatus quo previo. Y cierto, los Republicanos de Ohio, a diferencia de los de Wisconsin, cometieron un error táctico de peso al incluir a los funcionarios de policía y bomberos en la reducción, exponiéndose a una devastadora campaña publicitaria que los retrataba como héroes. No obstante, los sindicatos ganaron. Y ganaron a lo grande.
Y aun así en otro referendo, el mismo electorado de Ohio rechazó el capítulo central de la reforma sanitaria Obama — la obligatoriedad por ley de tener contratado un seguro médico — por el aplastante margen de 2 a 1. No importa que esta consulta popular no tenga repercusión práctica, al primar el código federal. Su repercusión política es inequívoca. Cuando finalmente se le concede la oportunidad de votar contra el Obamacare, el indeciso Ohio vota en contra por el sobrado margen de 31 puntos.
Interesante reparto: Ohio protege los derechos sindicales tradicionales al tiempo que notifica a un entrometido Washington que tiene que despedirse de sus conciertos sanitarios. De hecho, se produjeron divisiones por doquier. En los comicios a la gobernación de este año, las dos formaciones tienen ventaja: los Demócratas conservan Virginia Occidental y Kentucky; los Republicanos Louisiana y Mississippi.
Esta clase de reparto electoral de estatus quo refuta firmemente la vaga narrativa establecida que habla de un electorado indignado rebosante de fervor anti-políticos en ejercicio. En Nueva Jersey, por ejemplo, todos los legisladores titulares que se postulaban a la reelección menos uno vuelven a la administración.
Hasta Virginia, que se desplazó hasta el control Republicano total prácticamente, es un relato con moraleja. Los Republicanos se hicieron con seis escaños de la Cámara de Delegados, lo que les concede una mayoría sin precedentes de dos tercios. Sin embargo, venían esperando hacerse con el control directo del Senado. Les hacían falta tres escaños. Se hicieron solamente con dos, por 86 votos uno de ellos. (Pendiente de recuento).
No fue buena noche para los Demócratas de Virginia. Pero en comparación con el gran giro del péndulo que los diezmó en los comicios de 2009-10 (en un estado en el que ganó Barack Obama claramente en 2008), 2011 representa una especie de reprimenda.
La interpretación general está clara: la política estadounidense es, igual que siempre, inherentemente cíclica. Aparte de la euforia puntual, nada dura. Primero se produce el gran retorno Demócrata de 2006 y 2008, llevando al tertuliano imprudente James Carville a anunciar el inicio de un dilatado período de izquierdas de 40 años de duración.
Sólo se equivocó por 38 años. La caída comenzó casi inmediatamente. En cuestión de un año, los Demócratas salían derrotados de las generales en Virginia, Nueva Jersey y lo más llamativo, Massachusetts, donde perdieron el sagrado "escaño Kennedy".
La caída se prolongó con "la paliza" de las legislativas de 2010 a los Demócratas, en palabras de Obama. Con elevado paro, masivo descontento — las tres cuartas partes de los estadounidenses dicen estar "en el camino equivocado" — y una presidencia trillada, los Republicanos vienen flirteando con proyecciones directamente salidas de Carville. Una presidencia de una única legislatura, anuncia exultante la candidata conservadora Michele Bachmann: "El pastel ha subido".
Ni por asomo. El martes demuestra que el fuerte viento Republicano de cola de 2010 (prefiero metáforas no culinarias) se transforma ahora en brisa. De aquí a noviembre de 2012, las cosas pueden decantarse en cualquier sentido.
Ya se vienen decantando en cualquiera de los sentidos. En los comicios legislativos extraordinarios de este año producto de la dimisión de titulares castigados por escándalos, el distrito 26 de Nueva York, tradicionalmente conservador, fue a los Demócratas; el noveno de Nueva York, fervientemente Demócrata, se volvió Republicano. Sume ahora las cuatro carreras a la gobernación en empate técnico y el resultado ajustado de Ohio en sendas consultas muy ideológicas — y se aproximará a una distribución equitativa.
Nada se puede dar por sentado. En contra de la condescendiente opinión generalizada, el electorado estadounidense no es ninguna cabaña indignada de ganado, dispuesta a salir en estampida a las órdenes del populista más demagogo del momento. Mississippi puso el ejemplo de sofisticación popular — tumbó una enmienda constitucional estatal que afirmaba que el ser humano comienza en la fecundación. Los votantes estaban inquietos por la ambigüedad de la redacción de la medida legislativa (cosa que facultaría de forma grotesca a unos jueces que no se eligen de forma democrática) y sus innumerables consecuencias imprevistas (relacionadas, por ejemplo, con los tratamientos de fertilidad y los embarazos ectópicos que revisten riesgo para la madre). Notablemente, este rechazo fue llevado a cabo por un electorado que es decididamente contrario al aborto.
Y despierto. También el de todo el país, como vimos el martes. Esto no es ninguna ciudadanía desorientada a la que se lleva a error con facilidad. Todo lo contrario. Medita y discrimina. Para los Republicanos, esto significa que no hay ninguna posibilidad de dejarse conducir tranquilamente hasta la victoria, con un paro del 9% o sin él. Necesitan contenido. Necesitan un candidato elocuente con programa y conocimiento de los asuntos ligero de lemas y todavía más liviano en cuanto a ambages.
© 2011, The Washington Post Writers Group
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