No pierdan de vista el oro
El canario en la mina vuelve a piar con fuerza. El precio de la onza de oro al contado en el mercado de Londres cerró el jueves en 1.742,5 dólares. ¿Y eso es mucho o poco? No tanto si se compara con el récord histórico alcanzado el pasado 5 de septiembre, cuando cotizó a 1.895 dólares, pero la perspectiva cambia si se observan otras variables. Y es que, comparar el valor del metal amarillo con el del billete verde, el papel moneda de referencia a nivel internacional, puede llevar a engaño.
Estos últimos días el mercado de oro ha pulverizado otros récord igual o más de significativos. Su demanda mundial subió un 6% en el tercer trimestre del año respecto al mismo período de 2010, hasta un total de 1.053,9 toneladas -equivalente a 57.700 millones de dólares-. Una subida sustancial, aunque la clave principal no es ésta: casi la mitad de este volumen fue adquirido por inversores (468,1 toneladas), un 33% más que hace un año; además, destaca el apetito inversor mostrado por Europa, en donde las compras subieron un 135% entre julio y septiembre, hasta las 118,1 toneladas; y lo más relevante es que los bancos centrales dispararon las compras del preciado metal hasta las 148,4 toneladas, lo cual supone la cifra más elevada en 23 años -cuando adquirieron 180- y un 556% más a nivel interanual, ahí es nada.
Que los bancos centrales se hayan convertido en compradores netos de oro supone un cambio de rumbo radical, tras casi 20 años de ventas, e implica que están acelerando su diversificación de activos a fin de compensar la depreciación de sus reservas en divisas (dólares, principalmente). De hecho, si se tiene en cuenta la naturaleza de estos agentes, resulta alarmante que los emisores monopolísticos de papel fiduciario se abracen al oro con tal inusitada fuerza, pues evidencia una creciente desconfianza hacia su propia gestión monetaria. Asimismo, que el mercado apueste al oro como inversión es síntoma inequívoco de la gran incertidumbre económica e inestabilidad bursátil que aún reina tras casi cinco años de crisis internacional. No en vano, el hecho de que Europa haya disparado su demanda en plena tormenta euro ratifica, una vez más, la percepción de que este activo constituye un valor refugio por excelencia.
Por último, si bien su precio medio ha subido un 39% interanual, el oro no ha parado de apreciarse en los últimos años, llegando a multiplicar su valor varias veces. De hecho, en la actualidad, un estadounidense precisa destinar un promedio de 88 horas de trabajo para comprar una onza frente a las 20 del año 2000, un nivel muy próximo al alcanzado a finales de los años 70, en plena estanflación. Con Europa viviendo un momento crítico, la posibilidad de que la monetización masiva de deuda pública se extienda también a la zona euro, la amenaza de una recaída a nivel global en 2012 y el mantenimiento de los tipos de interés en mínimos históricos, es normal que el oro siga brillando con intensidad y, por tanto, siga cotizando al alza en un contexto de crecientes turbulencias financieras, económicas y monetarias. Sin duda, un activo cuya evolución es preciso seguir muy de cerca.
El canario en la mina vuelve a piar con fuerza. El precio de la onza de oro al contado en el mercado de Londres cerró el jueves en 1.742,5 dólares. ¿Y eso es mucho o poco? No tanto si se compara con el récord histórico alcanzado el pasado 5 de septiembre, cuando cotizó a 1.895 dólares, pero la perspectiva cambia si se observan otras variables. Y es que, comparar el valor del metal amarillo con el del billete verde, el papel moneda de referencia a nivel internacional, puede llevar a engaño.
Estos últimos días el mercado de oro ha pulverizado otros récord igual o más de significativos. Su demanda mundial subió un 6% en el tercer trimestre del año respecto al mismo período de 2010, hasta un total de 1.053,9 toneladas -equivalente a 57.700 millones de dólares-. Una subida sustancial, aunque la clave principal no es ésta: casi la mitad de este volumen fue adquirido por inversores (468,1 toneladas), un 33% más que hace un año; además, destaca el apetito inversor mostrado por Europa, en donde las compras subieron un 135% entre julio y septiembre, hasta las 118,1 toneladas; y lo más relevante es que los bancos centrales dispararon las compras del preciado metal hasta las 148,4 toneladas, lo cual supone la cifra más elevada en 23 años -cuando adquirieron 180- y un 556% más a nivel interanual, ahí es nada.
Que los bancos centrales se hayan convertido en compradores netos de oro supone un cambio de rumbo radical, tras casi 20 años de ventas, e implica que están acelerando su diversificación de activos a fin de compensar la depreciación de sus reservas en divisas (dólares, principalmente). De hecho, si se tiene en cuenta la naturaleza de estos agentes, resulta alarmante que los emisores monopolísticos de papel fiduciario se abracen al oro con tal inusitada fuerza, pues evidencia una creciente desconfianza hacia su propia gestión monetaria. Asimismo, que el mercado apueste al oro como inversión es síntoma inequívoco de la gran incertidumbre económica e inestabilidad bursátil que aún reina tras casi cinco años de crisis internacional. No en vano, el hecho de que Europa haya disparado su demanda en plena tormenta euro ratifica, una vez más, la percepción de que este activo constituye un valor refugio por excelencia.
Por último, si bien su precio medio ha subido un 39% interanual, el oro no ha parado de apreciarse en los últimos años, llegando a multiplicar su valor varias veces. De hecho, en la actualidad, un estadounidense precisa destinar un promedio de 88 horas de trabajo para comprar una onza frente a las 20 del año 2000, un nivel muy próximo al alcanzado a finales de los años 70, en plena estanflación. Con Europa viviendo un momento crítico, la posibilidad de que la monetización masiva de deuda pública se extienda también a la zona euro, la amenaza de una recaída a nivel global en 2012 y el mantenimiento de los tipos de interés en mínimos históricos, es normal que el oro siga brillando con intensidad y, por tanto, siga cotizando al alza en un contexto de crecientes turbulencias financieras, económicas y monetarias. Sin duda, un activo cuya evolución es preciso seguir muy de cerca.
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