Venezuela: País intoxicado

El Universal

No hay duda de que el fanatismo actúa como toxina que inmoviliza la persona cuando esta permite voluntariamente que otra allane su facultad de pensar y razonar por sí mismo. Por desgracia, es lo que la politiquería procura perpetrar con el único propósito de desplazar cualquier idea propia por otra que inocule sumisión, dependencia y dominación. Es decir, las condiciones mínimas necesarias para convertir a cualquiera en vulgar subalterno de quien ejerce el poder con ínfulas de Deidad.

En el curso de las incidencias que genera el fanatismo, pueden hallarse situaciones que van desde la morosidad con el desarrollo, hasta el caos nacional. Y es terrible que a pesar de esfuerzos de afianzamiento llevados de la mano de ideales democráticos, Venezuela se vea insumida en problemas cuya razón sea el odioso fanatismo. Tanto así, que entrado el siglo XXI siga creyéndose que un personaje con chaqueta verde y boina roja en la cabeza sea el omnímodo paladín de la "justicia socialista" en esta tierra de gracia. Por eso hay quienes dicen que "el fanatismo es fiel reflejo de las personas que no tienen un porqué para vivir". Es así como desde el hacinamiento, saltan politiqueros que de tanto escucharse a sí mismos, nunca oyen nada. O que de tanto mirar usando ojos ajenos, no ven cuanto hecho trascendental ocurre ante ellos.

Es ahí cuando el país entra en un estado de catalepsia por el que la política se convierte en un campo de luchas tribales donde la degradación se erige como criterio de gobierno dejando que la corrupción fije las formas de refundar la República prescrita en vetustos manuales de praxis revolucionaria. ¿Entonces, cómo no decir que se viven realidades pervertidas? Lamentablemente es así. Venezuela se intoxicó de politiquería. Ahora es un país intoxicado.