Dos Nobel en el diván
El guante estaba echado. Se traba de agitar el florete con la literatura como excusa y para ello nada mejor que dos espadachines premiados con el Nobel; Mario Vargas Llosa (2010) y Herta Müller (2009).
Pero lo que se planteó inicialmente como un duelo al sol, en el marco de la Feria del Libro de Guadalajara (FIL) que comenzó este sábado, terminó siendo un proceso de exorcización en el que afloraron todos los demonios del pasado. En el caso del hispano-peruano, el de padre autoritario y violento, y en el de rumana-alemana, el de la persecución de Ceaucescu y los campos de concentración soviéticos. Como testigos cientos de jóvenes que seguían en silencio tan profunda confesión.
"A los once años sufrí una experiencia traumática" explicó Vargas Llosa. "Conocí a mi padre, que hasta me habían ocultado contándome que estaba muerto, y regresó a vivir con nosotros a Lima. Mi padre era una persona autoritaria y violenta, por el que yo sentía gran terror. Entonces descubrí el miedo y la soledad. Estaba exiliado en Lima y la literatura fue un refugio. Por los libros entraba la vida y eran la forma de evadirme y defenderme de lo que me dolía. Los libros de Salgari me introducían a una vida diferente, y esa es su magia. "En los libros todo es bonito, incluso lo feo", dijo el de Arequipa, que recreó el suicidio de Madame Bovary, "de la que siempre he estado enamorado", para explicar como algo tan duro puede resultar uno de los fragmentos más bellos de la literatura. "La literatura es un arma que tenemos desde el principio de los tiempos para defendernos de un mundo que nunca cubrirá nuestras expectativas. Ha sido uno de los grandes instrumentos del progreso humano", aseguró el escritor peruano.
Pero si para Vargas Llosa la literatura es evasión, para Herta Müller la literatura es claridad y sinceridad. "Desde la niña cuidaba vacas en Rumanía y me sentía muy sola. Mi padre desde muy jóven fue miembro de la SS en el ejército Nazi. "¿Cómo puede alguien caer en algo así? ¿cómo ocurrió esto?" se preguntó en voz alta Müller, miembro de la minoría alemana que vivía en Rumanía y que fue castigada en campos de concentración soviéticos tras su apoyo a Hitler.
Buscando certezas
"Así que desde siempre he recurrido a la literatura en busca de certezas intentando aclarar mis ideas y mi pasado, porque es la forma de controlar los recuerdos" explicó. "Así que de la literatura sólo espero que sea sincera y que me diga la verdad". Müller, cuya nueva novela, 'Todo lo que tengo lo llevo conmigo', se presenta estos días en la FIL, cree que la literatura "también duele", y considera "buenos libros" aquellos que "enseñaban que el mundo no es feliz y que existe el infortunio". �La literatura es como un psiquiatra de precio muy asequible� añadió. La ironía es el único guiño que se permitió en su dolorido relato.
En contraste Vargas Llosa defendió el activismo literario para cambiar el mundo. "Es indemostrable saber si El Quijote ha cambiado el mundo pero si es demostrable que quienes lo leyeron expandieron su mente, aprendieron a distinguir entre lo bueno y lo malo y contribuyeron a construir un mejor mundo" explicó el autor de 'La fiesta del chivo'. Por eso, prosiguió, la literatura "siempre ha sido considerada como algo sospechoso por los regímenes dictatoriales (�)porque hace a los ciudadanos "menos manipulables�.
Dos horas de confesiones de dos premios Nobel que de adolescentes leían para "soportar la vida" que llevaban. Muchos años después los dos han escrito páginas memorables sobre "la humillación y asfixia" que supone vivir bajo una dictadura. En ese contexto, Juan Cruz, árbitro del duelo, trajo a colación el nombre de Jorge Semprún, admirado por ambos y espejo de humillaciones similares. Para Vargas Llosa, a favor de un homenaje al intelectual republicano, �su literatura transpira un extraordinario amor a la vida y muestra las posibilidades del ser humano de superar cualquier obstáculo� y recordó un pasaje del libro de Semprun 'El largo viaje'.
Fue momento en el que Semprún, recién llegado al campo de concentración de Buchenwalda recibe la ayuda de un jóven (probablemente otro preso) que cambia en su ficha la profesión. En lugar de "estudiante de filosofía", o sea intelectual, o sea asesinable de forma inmediata, el joven escribió "estucador", lo que le permitió salvarse.
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