Argentina: Sintonía fina para defender el modelo
La fiesta populista de estos años dejó varios problemas por resolver.
El primero, un problema de gasto público y de déficit fiscal. No son la misma cosa. El gasto público alcanzó dimensiones inéditas para la Argentina histórica, medido como se quiera medir. Financiarlo no sólo implicó un aumento proporcional de la presión impositiva, sino el uso intensivo del Banco Central, lo que, a su vez, llevó a un valor insostenible la tasa de inflación (estacionada, al menos en las provincias, en torno al 2% mensual). A estos dos temas la Presidenta ha respondido claramente: reducción de subsidios (equivalente a un aumento de impuestos). Con esa nueva “caja” se hará la “sintonía fina” de ver cuánto se reduce el gasto en términos netos y cuánto se reduce la emisión monetaria, o el uso de las reservas para pagar deuda.
Pero ese ajuste dependerá de cuánto se afecta la tasa de crecimiento. “La Argentina no tiene metas de inflación sino metas de crecimiento.” Como si ambas cuestiones fueran antagónicas y no complementarias. El mundo emergente ha crecido todos estos años, con metas de inflación, o algo parecido, a través de bancos centrales autónomos y profesionales, y mal no le fue.
El esquema que se propone, entonces, podrá moderar y hasta eliminar el déficit, pero el gasto público, aun después de recortar subsidios, seguirá siendo elevado. No sólo el nacional, sino también el de las provincias. (Dicho sea de paso, la eliminación de subsidios es sólo más caja para la Nación, es decir, seguirá el torniquete político sobre los gobernadores.) Y por lo tanto, de lo único que se oye hablar en estos días es de aumento de impuestos. (Aunque se disfracen de otros conceptos, son más transferencias de recursos administrados por el sector privado directamente, a recursos redistribuidos por el sector público al sector privado.) Este aspecto de una elevada presión fiscal y de una elevada participación del sector público en la economía como redistribuidor de fondos es “la sangre del modelo” y eso no se negocia.
Y esto me lleva al segundo problema que enfrenta la economía argentina. Tenemos un problema de productividad y competitividad. El uso intensivo del Estado en la provisión de bienes públicos y privados (en lugar de estatizar YPF propongo privatizarla, como al resto de las empresas argentinas que hoy tienen a sus mejores managers cumpliendo órdenes del Gobierno, en lugar de tratar de producir más y mejor y competir). Este problema de ineficiencia creciente de la economía fue disimulado, hasta ahora, por el aumento de volúmenes, y porque la región apreciaba sus monedas, logrando que “devaluáramos sin devaluar”, mientras los precios de la soja daban más recursos para seguir importando gas y combustibles. Pero la región dejó de apreciar sus monedas. El precio de la soja dejó de subir, y ahora nos quedamos con el problema de competitividad y el problema de falta de dólares para seguir importando.
La respuesta de la “sintonía fina” es clara. Para los dólares, control de cambios, restricciones, presiones para liquidar más exportaciones y para importar menos. Adicionalmente, usar el 54% de los votos, para enfrentar a los sindicalistas y la apelación a “un país con buena gente”, para acordar salarios, de manera que dejen de crecer contra el dólar pero que “parezca un accidente”. Con deslizamiento del tipo de cambio “en su momento” (tratando de bajar el costo laboral en dólares, hoy también en niveles insostenibles).
Pero esto, de lograrse, no soluciona el tema de fondo: somos una economía cada vez más trabada e improductiva, y los precios e incentivos que reciben los productores para explorar y producir petróleo y gas, o para diversificar la producción agroindustrial, o para innovar y crear, salvo aquellos “muy amigos” o con “regalos directos” (también insostenibles en el tiempo), agravan la situación.
En síntesis, la “sintonía fina” salva al modelo, pero no soluciona los temas centrales, los agrava, en especial si el mundo no mejora sustancialmente, y el dólar se fortalece.
¿Es un escenario de crisis? En el corto plazo, no. Pero es un escenario de desaceleración mediocre y conflictos crecientes.
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