Incentivos perversos
Los programas estatales se crean con objetivos loables como, por ejemplo, que haya mayor acceso a y mejor calidad de educación y atención médica. Las intenciones puede que sean muy buenas, pero los resultados suelen decepcionar. A pesar de los impresionantes aumentos del gasto público en salud y educación durante la última década, las escuelas y hospitales públicos siguen siendo constantes fuentes de frustración para la población. ¿Cómo se explica esto?
El Premio Nobel de Economía, Milton Friedman, explica en su libro Libertad para elegir que hay cuatro maneras de gastar el dinero: (1) Usted se gasta su dinero en usted mismo –como cuando compra en el supermercado–; (2) usted se gasta su dinero en otro –como cuando compra regalos de Navidad–; (3) usted gasta el dinero de otro para su beneficio –como cuando sale a almorzar y la cuenta la paga con la tarjeta de su empresa–; o (4) usted se gasta el dinero de otro en otra persona –como cuando un funcionario público gasta el dinero de sus impuestos en subsidios para otros–.
Friedman afirmaba que todo programa público encaja en las categorías 3 y 4: individuos gastando el dinero de otros para beneficio propio o para el beneficio de otros. Por ejemplo, los empleados del seguro social viven del dinero de otros (salarios financiados mediante impuestos) y gastan el dinero de otros en otras personas (los beneficiarios del seguro). Esto ocurre incluso asumiendo que no hay malas intenciones ni corrupción, es una simple descripción de la realidad.
No hay que ser un experimentado analista para entender que cuando uno gasta el dinero de otros, los incentivos para economizar y obtener la mejor calidad se reducen considerablemente. Peor aún si nos vamos a gastar el dinero de otros en otras personas.
En Ecuador, los servicios públicos se financian en gran medida de los impuestos aportados por una minoría de los ecuatorianos, quienes no mandan a sus hijos a las escuelas públicas ni se atienden en los hospitales del Estado. Los burócratas –incluso asumiendo que nunca cometen actos de corrupción y que tienen solamente el “bien común” en mente– gastan el dinero de esa minoría en sus salarios y en proveer servicios para otras personas, los clientes cautivos de los hospitales y escuelas públicas. Los burócratas no tienen incentivos de responder a las demandas/reclamos de los clientes cautivos, más bien tienen incentivos de presionar a los políticos para que les aumenten, con el dinero de la minoría, sus salarios y beneficios –sin importar si los servicios han mejorado o empeorado–. Los clientes cautivos, “los pobres” en el lenguaje de los políticos, no se sienten con todo el derecho de exigir calidad ya que sienten que están recibiendo algo gratis y a “caballo regalado no se le mira el diente”.
Estos son los incentivos perversos que promueven una carga tributaria creciente sin importar la mejora o empeoramiento del acceso a y la calidad de los servicios públicos. También promueven la apatía en quienes financian el gasto público y el descuido en quienes administran ese dinero. Lo peor de todo es que todo esto se hace en nombre de “los pobres”, quienes se quedan sin la libertad para elegir mejores alternativas.
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