MITT contra NEWT
Falta un mes para Iowa, y en ausencia de otra resurrección cualquiera más o algo de improbabilidad comparable, va a ser Mitt Romney contra Newt Gingrich. En un encuentro, así va el marcador:
Romney ha logrado capear airoso los debates. Sin embargo, la dificultad de manifiesto al ser confrontado con la clase de preguntas informadas de seguimiento que le lanzó el periodista Bret Baier el martes en el programa de la Fox "Special Report" — la clase de escrutinio que no se sufre en los debates a varias bandas — sugiere que Romney podría quedar cada vez más expuesto a medida que el repertorio de candidatos se contraiga.
Además, Romney se ha beneficiado del ascenso fulgurante y combustión espontánea de los candidatos Michele Bachmann, Rick Perry y Herman Cain. No exigió un esfuerzo exagerado por parte de Romney.
En estas aparece Gingrich, el actual mascarón de las fuerzas anti-Romney — y probablemente el definitivo. La debilidad evidente de Gingrich es un rastro de cambios bruscos de opinión, zigzagueos y cambios de mentalidad todavía más generalizados que los de Romney — a tenor del cambio climático, la obligatoriedad del seguro médico, la legislación de intercambio de emisiones, Libia, el plan de reforma del programa Medicare de los ancianos contenido en los presupuestos del legislador Ryan, etc.
La lista es larga. Pero lo que diferencia a Gingrich de Romney — y lo que palía estas herejías a los ojos de los conservadores — es que se trata del artífice de un triunfo conservador histórico: la toma Republicana de la Cámara en 1994 tras 40 años de control Demócrata.
Lo que se traduce en que las apostasías de Gingrich son consideradas desviaciones de su corazón conservador — mientras que los cambios de opinión de Romney se consideran desviaciones de… nada. Romney no tiene ningún logro, legislación ni manifiesto que sirviéndole de enseña le identifique como conservador convencido.
¿Qué es pues? Un Republicano clásico de centro-derecha procedente de los estados de Nueva Inglaterra que, con el tiempo, ha adoptado una plataforma integralmente conservadora concreta y bastante audaz. Su reforma de lo social, por ejemplo, es más escandalosa que la de ningún candidato, Barack Obama incluido. No obstante, el electorado de la formación, en ostentosa búsqueda en serie del candidato idóneo del mes, le considera ideológicamente insolvente. De ahí el actual fervor por Gingrich.
Gingrich tiene sus propias vulnerabilidades. La primera se pasa por alto menudo porque su propia falta de solidez es caractereológica más que ideológica. Gingrich se tiene en una estima tan inmensa que rivaliza con la de Obama — pero, a diferencia de Obama, es inasequible a la autodisciplina.
Vea ese anuncio que hizo Gingrich con Nancy Pelosi sobre el calentamiento global defendiendo la intervención urgente del estado. Hoy le resta importancia entre risas nerviosas diciendo "que es probablemente lo más estúpido que he hecho en los últimos años. Es inexcusable".
Esto no va a servir. Evidentemente estaba pensando en algo. ¿Qué sería? Pensar en sí mismo como una gran figura de talla mundial, en la línea de la moda intelectual del momento (preferiblemente la que tenga tintas de futurismo y ciencias, como el calentamiento global), que ponga de manifiesto su propia profundidad y agudeza incomparables. Todavía más profundo y fundamental — sus adjetivos predilectos — si se hace en colaboración con una Nancy Pelosi, un Patrick Kennedy o incluso Al Sharpton, ofreciendo todavía más pruebas del carácter único trascendente y transpartidista.
Dos finalistas ideológicamente problemáticos: uno es un caballero de talante de centro-derecha que últimamente ha adoptado un programa conservador. El otro, más conservador por naturaleza, es poseedor de una necesidad sin límites de alardes grandiosos que ya le han conducido a lugares no conservadores al tiempo que se esfuerza infructuosamente por dar explicaciones, y que como presidente quedaría en búsqueda constante de la experiencia excepcional — el viaje condenadamente brillante de Nixon a China en versión su capricho del momento, sea la sanidad, los impuestos, la energía, la política exterior, lo que fuera.
La segunda vulnerabilidad de Gingrich, más evidente, es su empaque de candidato idóneo. Teniendo en cuenta su considerable servicio al movimiento, muchos conservadores parecen totalmente dispuestos a pasar por alto su bagaje, el ideológico o el que sea. Esto es comprensible. Pero los independientes y los Demócratas descontentos de los que van a depender estos comicios no van a ser tan misericordiosos.
Van a encontrar más difícil pasar por alto el hecho de que el caballero que está denunciando a la hipotecaria pública Freddie Mac insinuando que hay que meter en la cárcel a los congresistas que se prestaron a colaborar con ella y posibilitaron su situación, cobraba 30.000 dólares al mes del mismo parásito federal aberrante. Tampoco los independientes van a estar tan dispuestos a creer que se pagaron 1,5 millones de dólares a Gingrich en concepto de asesoría "como historiador" en lugar de por servicios de enchufe.
Mi propia opinión es que los Republicanos estarían más cubiertos por las candidaturas de Mitch Daniels, Paul Ryan o Chris Christie. Por desgracia, ninguno se presenta. Hay que jugar la mano que te han repartido. Es un elenco de candidatos Republicanos débil con dos favoritos de defectos significativos que compiten en unas elecciones inmensamente importantes. Si gana Obama, llevará al país a un lugar del que puede no ser capaz de volver (cosa que es presuntamente su propio objetivo en una segunda legislatura).
Todo conservador ha de hacerse pues dos preguntas: ¿Quién tiene más probabilidades de impedir esa segunda legislatura? ¿Y quién tiene menos probabilidades de sorprender en sentido desagradable, de salir elegido?
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