Escalada represiva en Cuba
Imaginemos que los manifestantes de "Ocupemos Los Angeles" son agredidos por la policía con herramientas de hierro y bastones por orden del alcalde Antonio Villarraigosa. Una vez golpeados "lo suficiente", y algunos sangrando profusamente, los arrestan a todos, y a empujones los llevan a una estación policial, donde siguen golpeando al líder de la protesta.
Si algo así ocurriese en Los Angeles, o contra los activistas de "Occupy Wall Street", o los "indignados" en la Puerta del Sol de Madrid, sería un escándalo difundido mundialmente por todos los medios de comunicación y hasta podría costarles el puesto a los alcaldes y jefes policiales de dichas urbes.
Pero sucede en Cuba con frecuencia y casi nadie se entera, sobre todo en la propia isla, y las autoridades políticas que ordenan las palizas y los agentes policiales ejecutores reciben felicitaciones del gobierno y del Partido Comunista por su buen trabajo para evitar que la "contrarrevolución levante la cabeza", en cumplimiento de lo expresado por el general Raúl Castro en la clausura del VI Congreso partidista: "las conquistas del socialismo y de nuestras plazas y calles, seguirá siendo el primer deber de todos los patriotas cubanos".
La más reciente golpiza masiva tuvo lugar hace menos de una semana. Según la Comisión Cubana de Derechos Humanos y Reconciliación Nacional (CCDH), que opera semiclandestinamente en la isla, el 2 de diciembre 52 opositores fueron brutalmente reprimidos en la ciudad oriental de Palma Soriano por unos 200 policías y agentes de la Seguridad del Estado que los golpearon incluso con llaves y herramientas de hierro, lo cual produjo unos cuantos heridos. Los manifestantes intentaban realizar una marcha pacífica en recordación de dos presos políticos que murieron en huelgas de hambre: Pedro Luis Boitel y Orlando Zapata.
Cuatro días después, 21 de los 52 disidentes permanecían detenidos para que se les bajase la inflamación y los hematomas, y no mostrasen evidencias de la paliza. Al líder de la protesta, Angel Moya, la policía lo siguió golpeando después de detenido porque lanzaba "ofensas" contra el gobierno.
El opositor Juan Wilfredo Soto, de 46 años, murió el 8 de mayo de 2011, tres días después de ser golpeado duramente y detenido por la policía en la principal plaza pública de Santa Clara, en el centro del país. Activistas de derechos humanos constantemente reportan hostigamientos y golpizas a las Damas de Blanco, mujeres pacíficas que en pequeños grupos marchan por la vía pública con flores en las manos y piden la libertad de los presos de conciencia. De acuerdo con la CCDH, en noviembre último se produjeron nacionalmente 257 arrestos por motivos políticos, y 286 en octubre.
Por otra parte, los disidentes ya tienen información de que el régimen reprimirá violentamente cualquier celebración que se realice este próximo sábado 10 de diciembre, Día Internacional de los Derechos Humanos. En Cuba llevar en el bolsillo la Declaración Universal de los Derechos Humanos, aprobada por La ONU en 1948, puede significar cinco años de cárcel por "propaganda enemiga".
Son estas algunas pinceladas del panorama político que ofrece el más añejo régimen dictatorial que existe hoy en el planeta. Expresan la diferencia entre un sistema político democrático, donde existe el derecho a disentir y a la libre expresión, y uno totalitario.
Algo muy poco conocido en el mundo es que el menor de los Castro ha ido institucionalmente más lejos en materia de represión que su hermano Fidel. En abril de 2010 el gobierno puso en vigor un denominado "Plan contra alteraciones del orden y disturbios contrarrevolucionarios", en virtud del cual la Central de Trabajadores de Cuba (CTC, la única permitida), creó los "Destacamentos de Respuesta Rápida" (DRR) en cada centro de trabajo, que no visten uniformes para que parezcan patriotas civiles indignados por las actividades "contrarrevolucionarias".
A diferencia de las Brigadas de Respuesta Rápida de los años 90, que eran informales, con los DRR raulistas se obliga a los trabajadores a firmar un acta en la que se comprometen a salir a la calle con "palos, cabillas y cables", según precisa el documento de constitución de cada destacamento, de los cuales la CTC imprimió miles y distribuyó en todos los centros de trabajo, universidades y escuelas de la nación. La misión es acabar a golpes cualquier manifestación callejera y que los efectivos del Ministerio del Interior no den la cara públicamente.
Nunca antes hubo algo parecido en Latinoamérica, y posiblemente en el mundo. Las camisas pardas de Hitler y las negras de Mussolini vestían uniformes, no se disfrazaban de "pueblo". Y Mao Tse Tung no obligó a todos los trabajadores chinos a integrar las brigadas de "guardias rojos" durante la revolución cultural, sino que eran jóvenes voluntarios, en su inmensa mayoría fanáticos estudiantiles.
Se agrava la crisis
Esta escalada del miedo agrava la crisis nacional cubana. Con la represión y el discurso jurásico de siempre, el gobierno pretende contrarrestar, aplastar, o en el mejor de los casos ignorar, el clamor nacional de cambios que alivien la miserable situación del país.
Ello tiene lugar en la peor coyuntura económica, política y social que ha tenido la dictadura en sus 53 años. La soberbia y la intolerancia no conducen por el camino deseable para una solución del drama cubano, que debe ser pacífica, ordenada y justa. Enrarece el clima para una futura transición civilizada de la actual crisis hacia una nación normal, democrática y con economía de mercado.
Mientras más repriman los Castro en las postrimerías de su "mandato", más frescos estarán en la memoria popular los atropellos y abusos, y las penurias, desesperanza y pobreza profunda causadas por un sistema social y económico fracasado, al que se aferran ambos hermanos y sus cómplices para seguir viviendo la "dolce vita".
Las tiranías de Francisco Franco y la de Augusto Pinochet fueron ferozmente represivas en sus inicios, pero más tolerantes en sus etapas finales. Por eso fue pacífica la transición a la democracia en España y en Chile. ¿Lo será en Cuba?
En buena medida el presidente venezolano Hugo Chávez sería corresponsable de un eventual desenlace violento del drama cubano. Si los Castro pueden reprimir a discreción es por los subsidios y el petróleo que les obsequia Chávez. Gracias a ellos La Habana se burla, o al menos ignora a la comunidad internacional, por dos motivos: 1) paga sólo un precio político y diplomático bajísimo por reprimir, pues ni a la ONU, ni a la OEA, ni a ningún gobierno o medio de comunicación latinoamericano, europeo, asiático o africano parece importarle la represión en Cuba, y 2) en lo económico, aunque el país está en ruinas los miles de millones de dólares que fluyen desde Caracas impiden que Cuba se hunda en el mar Caribe. Pese a que el barco hace aguas a babor y estribor, al menos todavía flota.
Sin presión internacional y con las millonarias subvenciones venezolanas, Raúl Castro no tiene "razones importantes" –desde su prisma de dictador– para realizar las reformas que demanda la sociedad cubana, ni para dejar de reprimir. Está dispuesto a masacrar cualquier levantamiento popular. Mientras haya Chávez él y su equipo seguirán utilizando el aparato represor más eficiente de América Latina.
- 23 de enero, 2009
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