Diez años clave para la Argentina
Hace diez años, la Argentina vivía uno de los peores momentos de su historia, con una crisis terminal que catapultaría la pobreza a niveles sin precedente en la era moderna. Diez años después, el país viene de acumular un crecimiento récord de casi 80% del producto bruto interno (PBI), que permitió recuperar el empleo y reducir a la mitad aquellas insólitas cifras de empobrecimiento, aunque todavía lejos de la primera mitad de los 70.
Una visión lineal del período 2002/2011 indicaría que el típico péndulo que caracterizó al país se movió en los últimos ocho años en sentido favorable, como suele remarcarlo últimamente la presidenta Cristina Kirchner.
Sin embargo, los movimientos pendulares de la Argentina fueron producto de la necesidad política de encontrar atajos para superar sucesivas crisis económicas que, por lo general, obedecieron a excesos de déficit fiscal (con desbordes inflacionarios o de endeudamiento) o escasez de divisas, que obligaban a drásticos ajustes cambiarios. El camino de ida hacia esas crisis por lo general contó con alta adhesión popular, aunque se comprometiera el largo plazo.
Durante años, Carlos Menem invocó las crisis hiperinflacionarias de 1989 y 1990 para justificar la convertibilidad, las privatizaciones y la abrupta apertura comercial y financiera de la economía. Logró bajar la inflación a "tasas suizas" y su reelección en 1995, pero con posteriores aumentos del gasto y la deuda (pública y privada) en moneda extranjera que se tornarían insostenibles. Máxime con el dogmatismo con que se aplicó la convertibilidad. Fernando de la Rúa evitó inicialmente revertir el péndulo ante los votos que podía aportarle el 1 a 1, pese a un contexto externo claramente desfavorable. Pero eso le costó un impopular ajuste fiscal; aumentar la deuda; profundizar la recesión con deflación heredada; desembocar en un desempleo récord y el manotazo de ahogado del "corralito", como preludio del estallido de la convertibilidad, el fin de su gobierno y la tremenda crisis de fines de 2001.
Esa crisis obligó a Eduardo Duhalde a mover el péndulo en dirección contraria: su ministro Remes Lenicov hizo buena parte del "trabajo sucio" ("corralón"; pesificación asimétrica de deuda privada; megadevaluación con retenciones) para bajar el gasto público en dólares, que heredaría luego Roberto Lavagna para facilitarle a su vez a Néstor Kirchner el "modelo" de superávits gemelos (fiscal y externo) y tipo de cambio alto, que permitió reactivar la economía y el empleo con inflación relativamente baja y apuntalarla con el canje forzoso que redujo la deuda pública a menos de la mitad. Para entonces, la Argentina ya se veía beneficiada por un extraordinario cambio a favor de los términos de intercambio (precios altos de exportaciones y bajos de importaciones) que se mantiene hasta el presente -aún bajo la amenaza de la actual crisis externa- y le permitió sobrevivir sin acceso al financiamiento externo voluntario.
El crecimiento del PBI a "tasas chinas" fue reivindicado por Néstor Kirchner primero y después por Cristina Kirchner como la antítesis de la demonizada década del 90 y también de la crisis de 2001/2002. Sin embargo, a partir de 2007 la política económica K fue incorporando elementos tóxicos para sostenerse sin cambios a largo plazo. Del dogmatismo de los ajustes previos se pasó con el acelerador a fondo al de los desajustes, con un impulso a la demanda que creció más de lo mucho que creció la oferta. Por eso el gasto público se ubica hoy en un récord superior a 40% del PBI; desapareció el superávit fiscal y el déficit debe ser financiado con emisión y reservas del Banco Central, más aportes de la Anses. Esto agrega presión a una inflación de dos dígitos anuales (negada por el Indec) que lleva ya seis años consecutivos e impide seguir bajando la pobreza; obligó a contenerla mediante subsidios insostenibles y un deterioro cambiario que reduce el superávit comercial, afectado además por crecientes importaciones de energía tras haberse perdido el autoabastecimiento. Los elementos positivos de esta política permitieron que CFK fuera reelegida con el 54% de los votos. Los negativos, que durante el período 2007/2011 se fugaran más de 75.000 millones de dólares del circuito económico formal (unos 24.000 millones sólo este año). Por eso hay dudas sobre si el péndulo K volverá a la etapa 2003/2007 o mantendrá con matices la dirección 2008/2011, como lo sugiere la continuidad del gabinete. Resolver este dilema parece exceder el margen de maniobra del nuevo ministro Hernán Lorenzino.
Pasado y futuro
Todos estos vaivenes ocurrieron en apenas 10 años, al cabo de los cuales resulta complicado establecer el rumbo de largo plazo de la Argentina y cómo aprovechar oportunidades dentro de un mundo donde la crisis es hoy patrimonio de los países desarrollados.
En un libro de reciente aparición ( Claves del retraso y del progreso de la Argentina ), los economistas Martín Lagos y Juan José Llach (secundados por Eduardo Fracchia y Fernando Marull) investigaron el comportamiento de la Argentina en los últimos 100 años con relación a otros países (del Cono Sur, Asia, Oceanía, Estados Unidos y Europa), sobre la base de un modelo econométrico común. La conclusión es que "si la Argentina hubiera evitado recurrir tan intensamente al proteccionismo y hubiera desarrollado políticas macroeconómicas menos propensas a la volatilidad (del PBI) y la aceleración de la inflación, su retraso económico respecto del mundo habría sido menor, incluso en caso de no haber ocurrido las dos guerras mundiales del siglo XX". También subrayan que el retraso se evitó cuando pudieron compatibilizarse el desarrollo agropecuario con el industrial mediante un tipo de cambio competitivo, ya que las altas exportaciones permiten evitar la típica restricción externa (escasez de divisas) y aumentar la tasa de crecimiento de la economía en su conjunto.
De tanto revisar la historia, en la Argentina se ha perdido una perspectiva estratégica de futuro y por eso el horizonte resulta tan estrecho. No hay políticas económicas buenas o malas per se , ya que dependen del contexto en que se apliquen y la flexibilidad que puedan mostrar frente a un mundo más incierto, pero que demanda alimentos, productos diversificados y servicios de mayor valor agregado que el país puede producir sin desatender el mercado interno. Hay planes estratégicos para el sector agroindustrial y las cadenas de valor fabriles hasta 2020, pero sólo precisan metas y no instrumentos para alcanzarlas. No es lo mismo fijar reglas estables para fomentar la inversión privada local y extranjera que estimular el "capitalismo de amigos", un club al que cada vez más empresarios aspiran a pertenecer.
La Argentina muestra en su haber 10 años de crecimiento casi ininterrumpido (salvo la breve recesión de 2009) y el desafío es sostenerlo sobre bases más firmes. Para ello hace falta reconocer los problemas (como la alta inflación) y llamarlos por su nombre sin recurrir a la falsedad ideológica de los eufemismos o sofismas. Los 10 años clave para construir una Argentina previsible y con una moneda estable son los que están por venir.
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