¿Por qué Newt Gingrich?
A tres semanas del inicio de las primarias en el Partido Republicano, las sorpresas no cesan. Sorpresas, todas menos una: la mayoría de votantes de la gran organización conservadora de los Estados Unidos sencillamente no quiere a Mitt Romney, el favorito hasta hace muy poco, como su candidato presidencial. Y en la desesperación por detener a Romney, el ex gobernador de Massachusetts y ex dueño de un fondo de capital de riesgo al que se le achaca haber tenido posiciones parecidas a las del Partido Demócrata en temas como el cuidado de la salud y las cuestiones valóricas, están dispuestos a todo. Incluso a resucitar a Newt Gingrich, el controvertido y crepuscular ex presidente de la Cámara de Representantes a quien nadie, hace pocas semanas, creía capaz de la hazaña que ahora parece estar cerca de lograr.
Las últimas encuestas de CNN, la revista Time y ORC International indican que en las cuatro primarias que tendrán lugar en enero, empezando por Iowa dentro de apenas tres semanas y acabando en La Florida dentro de siete, Gingrich lleva una clara delantera. Esto incluye también a Carolina del Sur, la tercera cita electoral de la lista. Sólo en una de las cuatro, la de New Hampshire, sigue Romney a la cabeza, pero la distancia es corta y nada tranquilizadora si se tiene en cuenta que el favorito tiene casa allí y se trata del estado colindante a Massachusetts, donde fue gobernador. Si el sorprendente ex presidente de la Cámara de Representantes acaba enero con la mayoría de los delegados de esos cuatro estados, será muy difícil para Romney o para cualquiera detenerlo en los meses posteriores. De allí que los 13 puntos de ventaja que lleva Gingrich en Iowa y los 23 que lleva tanto en Carolina del Sur como en La Florida hayan puesto al ex gobernador sumamente nervioso, obligándolo a abandonar el tono de superioridad y hasta displicencia que antes exhibía.
En casi todos esos sondeos, dicho sea de paso, Ron Paul, el veterano congresista de Texas y portaestandarte de los libertarios, está tercero con muy buenos porcentajes. Se muestra todavía dispuesto a pelear por su idea de devolver a los Estados Unidos a los parámetros señalados por los Padres Fundadores, es decir, revertir el crecimiento exponencial del Estado, retirar a la Reserva Federal del manejo monetario y dejar de intervenir militarmente en el exterior.
No es difícil entender, si se rebusca un poco en la estadística, las razones del entusiasmo con Gingrich, un político de 68 años con plena conciencia de su superioridad intelectual sobre sus rivales y un pasado de escándalos éticos y maritales que se condice a duras penas con su mensaje conservador. Caídos Donald Trump, Michelle Bachmann y, últimamente, Herman Cain, no le van quedando a la base conservadora demasiadas opciones para detener a Romney. A Paul, aunque lo respetan y parcialmente lo respaldan, lo consideran demasiado radical y en cuestiones de Defensa, excesivamente aislacionista. Lo que queda, por tanto, es Gingrich.
En Iowa, un 40 por ciento de quienes se identifican con el Tea Party y votan en las primarias están con Gingrich. La proporción sube a 53 por ciento en Carolina del Sur y a un apabullante 62 por ciento en la Florida. Está claro, pues, que el ex presidente de la Cámara ha logrado llenar en el imaginario de la base conservadora organizada alrededor del Tea Party, el gran movimiento antiestatista de los últimos años con reminiscencias de la Revolución Americana, el vacío generado por la desintegración de otras candidaturas. Sin embargo, ayuda mucho a Gingrich que su respaldo entre quienes no se identifican con el Tea Party también sea significativo. Por ejemplo, en Iowa uno de cada cuatro votantes republicanos ajenos a ese movimiento le daría su voto, mientras que en Carolina del Sur se lo daría el 31 por ciento de ellos. Esto no es difícil de entender por contradictorio que parezca: a pesar de su mensaje conservador, Gingrich ha dado muestras en el pasado de mucha flexibilidad ideológica. Precisamente, una de las cosas que más se le reprochan en el propio Partido Republicano es haber salido en un anuncio publicitario junto a Nancy Pelosi, símbolo de la izquierda, adoptando una postura parecida a la del Partido Demócrata en el cambio climático. También se le reclama haber apoyado en su día, a través de su organización y consultora Center for Health Transformation, la ley que subvenciona las medicinas recetadas para los ciudadanos de la tercera edad.
La gran pregunta es: ¿Puede Gingrich ganarle a Barack Obama las elecciones si resulta nominado? Las encuestas dicen que tanto Romney como él perderían por escaso margen contra el presidente, pero se trata de sondeos nacionales, que si bien resultan interesantes no son, por definición, muy pertinentes en una elección que se realiza estado por estado. La popularidad de Obama, ligeramente por debajo del 50 por ciento, es lo suficientemente vulnerable, sobre todo si se tienen en cuenta los precedentes históricos, como para que los republicanos puedan pensar en desalojar al mandatario de la Casa Blanca. De allí que quienes piensan que Gingrich carga una mochila demasiado pesada creen que llevarlo a él como candidato sería echar a perder una oportunidad histórica de recuperar el Poder Ejecutivo.
En ese sector escéptico se ubican emblemáticos comentaristas, como Brit Hume, de Fox News, o incluso el ex gurú electoral de George W. Bush, el no menos influyente Karl Rove. El primero dijo hace poco que "Gingrich es el candidato que Obama prefiere y Romney, el candidato al que le teme: por eso ha enviado a su gente a atacar al ex gobernador, pretendiendo con ello ayudar al ex presidente de la Cámara". Y Rove escribió en el Wall Street Journal a propósito de Gingrich que "da vergüenza que esté tan mal organizado". Se refería a que, dado lo improbable de sus pretensiones, hasta hace poco Gingrich no contaba ni con el dinero ni con el aparato organizativo para lograr siquiera inscribirse en algunos estados como Misuri y Ohio. En la propia Iowa, Gingrich no había montado un equipo de campaña hasta la semana pasada.
El gran problema de Gingrich es que carga una mochila muy pesada. Ha sido político desde que entró a la Cámara de Representantes en 1979. Renunció a ella 20 años más tarde, pero luego ha continuado la carrera política en un papel de "lobbysta" y comentarista altamente involucrado con las discusiones washingtonianas. En un partido que se jacta de insurgir contra la política tradicional de Washington, esto no ayuda. Ayuda menos todavía el que, durante su estancia en la Cámara y en especial cuando pasó a presidirla, Gingrich fuera investigado decenas de veces por faltas éticas, incluyendo haber ayudado a una organización política con una exención de impuestos. De hecho, su renuncia sólo tres días después de haber sido reelecto por undécima vez como congresista en 1998 fue provocada por la rebelión de los congresistas de su partido, que estaban convencidos de que su líder representaba un serio "handicap" para la imagen de los republicanos.
Las recientes revelaciones, en gran parte realizadas y publicitadas por la prensa cercana a los demócratas en Washington y Nueva York, acerca de sus pingües negocios con industrias altamente impopulares, empezando por las empresas farmacéuticas y terminando con las agencias que garantizan hipotecas, como Freedie Mac, indican hasta qué punto Gingrich es vulnerable a una campaña negativa si llega a ser el rival de Obama. A través de sus organizaciones, American Solutions for Winning the Future, Center for Health Transformation y Gingrich Productions, ha explotado su condición de veterano hombre con contactos políticos en Washington para hacer buenos negocios. Su consultoría con Freddie Mac, que le pagó más de millón y medio de dólares y a la que posteriormente ha atacado por su rol en la burbuja inmobiliaria, es algo que incomoda mucho a la propia base conservadora. La razón de ser del Tea Party y de esa base es la denuncia contra "Washington", al que definen como un mundo elitista y de influencias mercantilistas derivado del crecimiento del Estado y ajeno a la experiencia común de los ciudadanos individualistas del interior. Gingrich es, según sus críticos, la cara de Washington. ¿Cómo ser un candidato creíble contra Washington?
A pesar de todo esto, Gingrich está a la cabeza. Y no son pocos los argumentos que tienen sus defensores para defenderlo: es sin ningún género de duda la cabeza más brillante del partido: autor de 23 libros, que van desde la historia hasta la ficción, ha descollado en todos los debates ocurridos hasta ahora en las primarias y sería un rival de polendas para Obama en una confrontación cara a cara. Pero, por encima de ello están sus credenciales como el presidente de la Cámara de Representantes más transformador del último medio siglo. Cuando en 1994 logró recuperar para los republicanos el control de la Cámara después de 40 años de dominio demócrata, lo hizo con un programa, el "Contrato con América", que aún hoy se recuerda como ejemplo de acción política exitosa para revertir la tendencia estatista del país. Gracias al liderazgo de Gingrich, se aprobaron leyes para limitar el asistencialismo, equilibrar el presupuesto y reducir los impuestos a las ganancias de capital. Fue quizá la razón principal que obligó a Bill Clinton a moderarse como presidente. Esa tempestuosa pero fructífera colaboración entre el mandatario demócrata y el "Speaker" republicano permitió un éxito económico y una creación de empleo incluso mayores que en tiempos de Ronald Reagan.
Si Gingrich gana las elecciones en su partido -y en estas primarias tan sorprendentes nada es seguro-, hará lo imposible para centrarse en su contribución a la "revolución conservadora" y neutralizar las acusaciones de corrupción, tráfico de influencias e hipocresía valórica que le lanzarán sus adversarios. De hecho, ya su rival republicano, Ron Paul, ha colocado un spot publicitario en Iowa acusándolo precisamente de esas tres cosas. No es un mal entrenamiento para lo que se le viene a Gingrich si logra ser nominado.
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